martes, 24 de agosto de 2021

EL PRIMER CONVENTO DESCALZO...

Lunes 24 de agosto de 1562
: fundación de San José de Ávila por Santa Teresa de Jesús. Aquí está el relato que Teresa hace en el libro de la Vida (36, 5-6) :

"Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San
Bartolomé, tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo
Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro
monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de mil y
quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos
monjas de nuestra casa misma, que acertaron a estar fuera. Como
en ésta que se hizo el monasterio era la que estaba mi cuñado
(que, como he dicho, la había él comprado por disimular mejor el
negocio), con licencia estaba yo en ella, y no hacía cosa que no
fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra
obediencia. Y como veían ser muy provechoso para toda la Orden
por muchas causas, que aunque iba con secreto y guardándome no
lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer. Porque por
muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me
parece dejara, cuánto más uno. Esto es cierto. Porque aunque lo
deseaba por apartarme más de todo y llevar mi profesión y
llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal manera lo
deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo
todo, lo hiciera -como lo hice la otra vez- con todo sosiego y paz.
Pues fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo
Sacramento y que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque
no se tomaban con dote) y grandes siervas de Dios, que esto se
pretendió al principio, que entrasen personas que con su ejemplo
fuesen fundamento para en que se pudiese el intento que
llevábamos, de mucha perfección y oración, efectuar, y hecha una
obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del
hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis ansias.
Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el
Señor me había mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi
padre glorioso San José, que no la había. No porque a mí me
pareciese había hecho en ello nada, que nunca me lo parecía, ni
parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que era de mi parte
iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar
que no que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese
Su Majestad tomándome por instrumento -siendo tan ruin- para tan
gran obra. Así que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de mí, con grande oración."

viernes, 20 de agosto de 2021

PONER LOS OJOS EN CRISTO...

 

Recordamos aquí otras páginas esenciales que hablan también de la centralidad de Cristo en el camino espiritual; esta vez en otro CAPÍTULO 22, pero de la SUBIDA AL MONTE CARMELO, de San Juan de la Cruz.


“A lo cual se ha de responder que la principal causa por que en la Ley de escritura eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen revelaciones y visiones de Dios, era porque aún entonces no estaba bien fundamentada la fe ni establecida la Ley evangélica… Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la Ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces. Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.

Da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad”.

Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: "Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio. Porque desde aquel día que bajé con mi Espíritu sobre él en el monte Tabor… ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas y se la di a él. Oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si antes hablaba, era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban, eran las (preguntas) encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles. Mas ahora, el que me preguntase de aquella manera y quisiese que yo le hablase o algo le revelase, era en alguna manera pedirme otra vez a Cristo, y pedirme más fe, y ser falto en ella, que ya está dada en Cristo. Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello le faltaría en la fe, más le obligaba otra vez a encarnar y pasar por la vida y muerte primera. No hallarás qué pedirme ni qué desear de revelaciones o visiones de mi parte. Míralo tú bien, que ahí lo hallarás ya hecho y dado todo eso, y mucho más, en él. Si quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido, y verás cuántas te responde. Si quisieres que te declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon solos los ojos en él, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría, y maravillas de Dios, que están encerradas en él”.

“No conviene, pues, ya preguntar a Dios de aquella manera… pues, acabando de hablar toda la fe en Cristo, no hay más fe que revelar ni la habrá jamás. Y quien quisiere ahora recibir cosas algunas por vía sobrenatural, como habemos dicho, era notar falta en Dios de que no había dado todo lo bastante en su Hijo… Por eso, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre (y de su Iglesia y ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía. Y lo que de este camino saliere no sólo es curiosidad, sino mucho atrevimiento…”.

LA HUMANIDAD DE CRISTO (VIDA, Capítulo 22)

  Este es un capítulo esencial, del LIBRO DE LA VIDA de Santa Teresa, que hace de bisagra entre lo que precede (Tratado de los grados de oración), y la parte siguiente del libro (La nueva vida en Cristo). Dos razones importantes mueven a Teresa a detenerse aquí: el no haber hablado mucho de Cristo, de su vida humana, de su presencia e importancia en el proceso de oración, en los capítulos precedentes, y a las propias dificultades de Teresa en su oración mística con respecto al lugar de la humanidad de Cristo en este camino.

Por eso, el capítulo está escrito en dialogo con el lector, y esto de nuevo por dos razones: porque el problema de la Humanidad de Jesús se plantea expresamente a quienes andan ya adelantados en la oración, como es el caso de los lectores de Teresa, y porque ese problema lo plantean, en su entorno, los libros y teólogos, al alcance de esos mismos lectores.

Posiblemente es la primera vez que Teresa se enfrenta a un problema teológico, cristológico, de especial trascendencia en la práctica espiritual. Prueba de lo importante que es para ella es que lo vuelve a tratar años después en Moradas (sextas, capítulo 7). Tres líneas se entrecruzan en este capítulo: el diálogo con el lector, el propio recuerdo de Teresa y las razones en que Teresa funda su tesis cristológica.

ESQUEMA DEL CAPÍTULO:

#s 1-4: Falsa doctrina cristológica de ciertos libros, y error de la misma Teresa.

#5: Tesis contraria. Importancia insuperable de la Humanidad de Jesús.

#s 6-8: Primera serie de razones para probarlo: humildad…

#s 9-12: Segunda serie de razones: no somos ángeles…

#s 13-18: Insistencia, en diálogo con el lector.

 

LO PRIMERO: El error del puro espiritualismo.

En el título o epígrafe del capítulo se anuncian dos temas: que los contemplativos no deben “levantar el espíritu a cosas altas”, y que la Humanidad de Cristo “es el medio para la más subida contemplación”. En realidad, es un mismo problema, algo complejo: es un error “levantar el espíritu apartándolo de todo lo corpóreo” porque la Humanidad de Cristo (corpórea) es indispensable para el progreso espiritual, incluso el progreso místico. No es un problema que Teresa se invente, sino que ella polemiza con un error muy difundido en los libros y maestros espirituales de su tiempo (tal vez, incluso en el nuestro).

El error en cuestión tenía visos de espiritualismo. Consistía, según ella, en asegurar que, al llegar el orante, o el simple cristiano, a una cierta altura de vida espiritual, tiene que optar por espiritualizarse del todo para entrar en la órbita de lo divino: dejar de lado la atención a lo corpóreo; dejar, por tanto, también de lado, la Humanidad de Jesús como motivo de oración; ir levantando el espíritu por encima de todo lo criado; cuadrar la mente (“considerándose en cuadrada manera”) y engolfándose en el océano inmenso de la divinidad.

Ya fuera que ella lo presentará bien o no, lo que le interesa en el momento presente es el tema central: la Humanidad de Cristo, su coyuntura histórica-evangélica, su Pasión, su Cuerpo… ¿Entran o no en la oración del místico? El “voy de vuelo” del orante místico, ¿tiene que dejar aparcado al Jesús del evangelio, de la Eucaristía, al Resucitado glorioso? Algunos libros acudían a un texto bíblico para apoyarse: “Les conviene que yo me vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu…”.

 En esa doctrina espiritualista de cuadrar la mente, Teresa distingue dos cosas: lo de “ir levantando el espíritu” para provocar suavemente el ingreso en lo sobrenatural místico, cosa en que ella jamás incurrió, porque “veía era atrevimiento”. Y luego, lo de orillas, juntamente con lo corpóreo, a la Humanidad de Cristo, error en que ella misma incurrió por breve tiempo después de iniciar la oración de quietud, o en las primeras fases de su oración mística.

 “¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni una hora que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?” (4).

 Contra esa doctrina y contra su propio error, erige Teresa su tesis: “Apartarse del todo de Cristo y que entre en cuenta este divino Cuerpo con nuestras miserias, ni con todo lo criado, no lo puedo sufrir” (1). Como si se sintiese acosada por esa depreciación de lo cristológico, ella se propone resaltar el primado de la Humanidad de Jesús a lo largo de todo su camino espiritual, y busca razones, como los teólogos; pero le brota todavía, instintivamente, un motivo más fuerte y estrictamente personal. Más que razones, en Teresa prima lo experimentado por ella.

 En sentido negativo, recuerda que, cuando se dejó seducir por los libros de intentó prescindir de la Humanidad de Cristo, andaba como “en el aire”, sin ánimo ni apoyo, estancada en su vida espiritual, sin progreso en el amor. Dice: “me parece iba sin camino”.

En sentido positivo, su testimonio insistente de la luz que aportó Cristo a su vida: “Con tan buen amigo al lado”. De las páginas más hermosas de Teresa las que refieren a Cristo y su humanidad, en este capítulo 22 de VIDA (6-9). “Para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad Sacratísima, en quien dijo su majestad se deleita… Lo he visto por experiencia… Por esta puerta hemos de entrar… No quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación… Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes… Tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo… Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí”. Así lo recomienda a García de Toledo (7), y así lo reafirma en MORADAS 6.7,15), que gracias que no le vengan por la Humanidad de Jesús, ella no las quiere: “No quiero ningún bien, sino adquirido por quien nos vinieron todos los bienes”.

Veamos las dos razones cristológicas que presenta Teresa, sobre las cuales funda su razón:

1.  Implica una sutil y dañosa falta de humildad no ir por el camino de la Humanidad de Cristo. Todo intento de escalar la esfera de lo divino, descartando, por menos espiritual, la mediación de Cristo, será soberbia solapada, vano esfuerzo prometeico. Referencias bíblicas a San Juan y a San Pablo, así como a otros santos (7, segundo párrafo).

2.  No hacerlo es ignorar la propia condición humana: que somos hombres y no ángeles…Nuestra propia condición humana nos hace insustituible la mediación de Cristo hombre (“Porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía…”). Utiliza varias comparaciones en los #s 12 y 13: el águila y el sapo, la voz y el canto, el huerto y el riego.

 

PERO, ¿A qué se refiere Teresa cuando habla de la “Humanidad de Jesús?

Pareciera una expresión abstracta, pero para Teresa no lo es; refiere a Jesús mismo y todo su misterio: su aventura evangélica, palabras, sentimientos y acciones; su Pasión, su Cuerpo glorioso y resucitado. También su presencia eucarística (“compañero nuestro en el Santísimo sacramento, que no parece fue de su mano apartarse un momento de nosotros”). También refiere a su misteriosa presencia al lado del orante o del creyente, como amigo, compañero y buen capitán. En fin, Cristo para Teresa es el Amor de Dios, fuente de ese Amor: “Quiero concluir con esto: que siempre que se piense en Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes, y cuán grande nos lo mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor... Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar”.

Por aquí viene, a mi parecer, el profundo HUMANISMO de Teresa, porque su mirada Jesús humano humaniza su propia comprensión de la llamada y el modo de hacerla concreta. Cuando dice: “Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano”, nos invita a seguirle humanamente, y no tratando de huir de nuestra humanidad. “Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo; queremos hacer ángeles estando en la tierra, y tan en la tierra como estaba yo, es desatino” (10). Así es que, “todo este cimiento de la oración va fundado en humildad, y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios”.

 

Termina Teresa este capítulo volviendo a la oración de la que ha estado hablando, y para la que pide humildad y libertad por parte del orante (“Con libertad se ha de andar este camino, puestos en las manos de Dios”). Y dice:

1.  Procurar la verdadera pobreza de espíritu, que es “no buscar consuelo ni gusto en la oración, sino consolación en los trabajos por amor de Él, que siempre vivió en ellos, y estar en ellos y en las sequedades quieta” (11).

2.  Si su Majestad nos quiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana; si no, servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar… Dios tiene cuidado, más que nosotros, y sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí quien tiene dada ya toda su voluntad a Dios?” (12).

3.  En todo es menester experiencia y discreción” (18).


(Resumen  preparado a partir de la lectura del capítulo y los comentarios de Tomás Álvarez, ocd)

 

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...