martes, 27 de septiembre de 2022

COMUNIDAD: LA IMPORTANCIA DE ENCONTRARNOS (1)

Cada comunidad es escogida y llamada a manifestar una parcela de la gloria de Dios, pero siempre en comunión con las otras
. Las comunidades son verdaderamente comunidades cuando están abiertas a las otras, cuando son vulnerables y sencillas, cuando sus miembros crecen en el amor, la compasión y la humildad. Sin embargo, dejan de serlo cuando sus miembros se vuelven a cerrar en ellos mismos, convencidos de que están en posesión de la única verdad y la sabiduría. La actitud fundamental de una comunidad en la que se vive una verdadera pertenencia es la apertura, la acogida y la escucha de Dios, del universo, de otras personas y de otras comunidades.

Si la comunidad es pertenencia y apertura, también es amor hacia cada persona. En otras palabras, podríamos decir que la comunidad está definida por tres elementos: amar a cada uno, estar unidos juntos y vivir la misión. En comunidad amamos a cada persona y no a la comunidad en sentido abstracto, es decir, como un todo, una institución o un modo de vida ideal. Lo único que cuenta son las personas; amarlas tal y como son, de tal manera que crezcan según el plan de Dios y sean fuentes de vida. Y esto no de forma pasajera, sino permanentemente.

La vida en común no es una idea abstracta o un idealismo. Sin duda alguna, san Benito habría apreciado el aforismo de Dietrich Bonhoeffer: “Aquel que ama la comunidad la destruye; el que ama a los hermanos es el que verdaderamente la construye”. La comunidad nunca puede tener el primado sobre las personas; está orientada hacia las personas y su crecimiento. Su belleza y unidad provienen del reflejo de cada una de las personas, de la luz y del amor que hay en ellas y de la manera en la que se aman.


Para que una comunidad se forje realmente es necesario que sus miembros puedan juntarse como personas, como hermanos, y no sólo para trabajar. La vida comunitaria implica un compromiso personal que se realiza en los encuentros entre personas. Pero hay veces en que estos se esquivan; se tiene miedo porque comprometen. Se huye hacia lo pragmático, la organización, la ley, el trabajo o el activismo. Se huye del encuentro real con el otro, pero para amarse es necesario encontrarse. La creación de una comunidad es algo distinto del encuentro de personas individuales. Es crear un cuerpo y un sentido de pertenencia, un lugar de comunión, y esto supone re-unirse.

Hay diferentes tipos de reuniones en una comunidad, pero todas tienen el mismo fin: la comunión, la construcción de un cuerpo, la creación de un sentido de pertenencia. Poco importa si hay pocas o muchas cosas que tratar, todo debe estar en función del mismo fin: reunirse en el amor. Existen reuniones cuyo fin es informar; es importante que la gente sepa lo que pasa en la comunidad y en aquellas otras con las que se tienen vínculos especiales, lo que pasa también en los ámbitos que interesan de modo particular a la comunidad. No solo ponerlas por escrito, sino conversarlas, para que inspiren y alimenten nuestros corazones y espíritus y crear la unidad.

Existen reuniones para tratar los asuntos de la comunidad (para profundizar juntos en la visión y tomar decisiones, después de un discernimiento). Existen reuniones en las que se comparte, hablando de lo que se hace y de lo que se vive. Existen reuniones en las que se disfruta el descanso, el estar juntos, y otras son celebraciones o reuniones en las que rezamos juntos, se intercede por la comunidad, se grita a Dios por sus sufrimientos y necesidades, se suplica o se da gracias, o se adora en silencio. Y hay reuniones en las que se anuncia y comparte una visión, un deseo, una esperanza.

Ideas tomadas de "La comunidad", de Jean Vanier

miércoles, 21 de septiembre de 2022

SANTA TERESA EN LA LITERATURA

En 1931 Ramón J. Sender publicó en la editorial madrileña Zeus El Verbo se hizo sexo (Teresa de Jesús), novela que, como señaló el autor en el prólogo, no pretendía ser una biografía al uso de la escritora y santa abulense. El libro conoció ese mismo año una segunda edición, en la que el único cambio con respecto a la primera fue la ilustración de la cubierta. La novela no se reeditó en vida de Sender, quien en 1967 volvió a publicar un libro protagonizado por santa Teresa, Tres novelas teresianas, una colección de novelas cortas.

El Verbo se hizo sexo se estructura en quince capítulos agrupados en cuatro partes —«Adolescencia», «Crisis de pubertad», «La pasión» y «Reposo y santidad»— y en ella el autor recoge algunos de los episodios más significativos de la vida de Teresa de Jesús, prestando especial atención a su labor como reformadora de la Orden del Carmelo y fundadora de conventos, a sus experiencias místicas y a la vigilancia a la que la sometió el Tribunal del Santo Oficio. Al mismo tiempo, Sender ofrece en esta novela un fresco certero de la España del siglo XVI y da unas pinceladas de la complicada situación en la que se encontraba la Iglesia católica en aquella época debido a la Reforma de Lutero.


Por su parte, Tres novelas teresianas constituye un viaje estimulante al siglo XVI español, donde se mezclan personajes históricos con otros como Don Quijote, Sancho Panza, Don Juan o Lázaro de Tormes. Este libro se articula como un retablo barroco que recoge en tres narraciones cortas tres estampas de la vida de la Santa de Ávila.

«La puerta grande» nos acerca a una Teresa de dieciséis años que reflexiona sobre su vocación, que canta mientras barre y que dialoga con un caballero flaco, alto y canoso llamado Don Quijote y con su fiel escudero Sancho. En «La princesa bisoja», la santa escucha de la voluptuosa princesa de Éboli el frívolo e irritante relato de sus intrigas. Por último, «En la misa de Fray Hernando del Castillo», Teresa se duele de Felipe II, cuya participación en el asesinato del Barón de Montigny denunciará el capellán de la corte.

Con una imaginación desbordante y un empleo de la lengua que tiene ecos del siglo de oro, Sender sitúa a Teresa en un escenario que acoge, sin distingos, inquisidores y cortesanos, a Lázaro de Tormes o al Burlador de Sevilla, para proporcionarnos una visión personalísima de la soleada pero oscura España de los Austrias.

martes, 20 de septiembre de 2022

NOTAS SOBRE LA INFANCIA DE TERESA DE LISIEUX (6): LA EDUCACIÓN DE LAS HERMANAS MARTIN

¿Cuál es el clima familiar en el año 1876, cuando Teresa tiene 3 años?

A Celia Martín le vuelven con frecuencia sus antiguas ideas monásticas ("No hago más que soñar con el claustro y la soledad", le escribe en 1876 a Paulina). También con frecuencia siente desaliento, y está completamente obsesionada con los negocios, se siente atada a su trabajo. Sigue teniendo ideas bien negativas con respecto al mundo y al matrimonio. 

 A María, hermana de Teresita, de 16 años, adolescente bonita y bien hecha, le pasa algo similar; es romántica, pero le teme al mundo. Hay en ella también un temor casi enfermizo al matrimonio. Una vez la señora Martin hablo del día en que se case, y María comenzó a sollozar y pide que no le vuelvan a hablar jamás de eso. 

Está también Celina: muy dócil y dulce, "del todo inclinada a la virtud, tiene un alma cándida y siente horror al mal". María la maltrata y obliga a plegarse siempre en provecho de Teresa. Pero la pequeña extraña todo el tiempo a Paulina, que es alegre, vivaz y vigorosa.  

 En este contexto de habla siempre de la muerte y del más allá. Ese es el tema de las cartas que intercambian. Las predicaciones en la iglesia tratan con insistencia de muerte y de penas, de infierno y purgatorio, de condenación y pecado. Celia se preocupa por la salud de su hermano, y también por su hermana religiosa; esta última muere el 24 de febrero de 1877, a los 47 años de edad, y todos le hacen "encargos para el cielo". 

Celia lee vidas de santos con agrado, en las que se insiste en el deseo de morir para ir al cielo. Teresa cuenta una anécdota al respecto en su autobiografía (Ms A, 5r, página89). Ser un ángel para ir al cielo es lo que preocupa a la niña Teresa; se le inculcan actitudes angélicas todo el tiempo. Y para ir al cielo hay que ser "buena": uno de los medios que preconiza Celia Martín consiste, como ya hemos visto antes, en las prácticas de virtud: ir sumando sacrificios insignificantes. 

La ideas de Celia Martin acerca de la santidad y la educación de sus hijas aparece reflejada con muchos ejemplos en el capítulo tercero del libro que sigo en estas notas. Dicho ideal, y la espiritualidad que brota de él, puede resumirse en algunas expresiones: sacrificios y escrúpulos; dependencia; ideal religioso que marca la vida laical, moralismo, repulsa del mundo. En carta a su hermano, Dositea, hermana religiosa de Celia Martín, le dice a propósito del matrimonio de este: "Dios se las arregla de forma que no nos deja encontrar felicidad completa en la tierra". Dios es para ella aquel que se las ingenia para no dejar ser felices a los seres humanos, a fin de que deseen dejar este mundo e ir al cielo. Es un Dios que tiene sed de sufrimientos y de sangre, incluso el sufrimiento de los niños, que entiende como fuente de méritos y gloria. 

La espiritualidad dolorista y reparacionista de Dositea la comparte Celia, y en ella entrena a sus hijas: examen minucioso de sus faltas y en la conciencia de la culpa; también en el propósito de sufrir por los demás o en lugar de ellos. 

Así identifica Jean Francoise Six a las hermanas de Teresa: María es la hermana mayor; Paulina, la preferida de Celia Martín; Leonia, la menos querida o la más imperfecta; Celina, la intrépida. Y luego Teresa, la más viva.

Es en este contexto en que Celia Martín recibe la mala noticia de que tiene un tumor maligno en el pecho y que este no es operable, ya que ella demoro mucho en comunicarlo o en ver a un médico. Lo comunica a su familia, aunque tiene esperanza de que todavía vivirá mucho tiempo. Teresa también participa de ese ambiente, y enseguida se enferma: se siente oprimida, se resfría, está diferente.

(Cont...) 

miércoles, 7 de septiembre de 2022

QUIERO VER A DIOS

Toda la espiritualidad teresiana se centra en este movimiento hacia Dios, presente en el alma, para unirse perfectamente con él. Sus elementos esenciales son, por tanto: presencia de Dios en el alma, que es su verdad fundamental; interiorización progresiva, que señala su movimiento; unión profunda con Dios, que es su meta”.

1. Dios es la sublime realidad del castillo y todo su esplendor, la vida del alma, el manantial que la fecunda, el sol que la ilumina y vivifica sus obras. El alma no puede sustraerse a su influencia sin perder su esplendor, belleza y fecundidad. El alma, creada por Dios, no es otra cosa que su “paraíso”. Dios vive verdaderamente en nosotros. Esa presencia de Dios tiene dos formas: presencia activa de inmensidad (general, creatural, participación de la naturaleza divina; sostiene y enriquece a la persona, pero esta se mantiene pasiva ante esos dones) y presencia objetiva (puede reaccionar ante los dones de Dios, establece entre el alma y Dios relaciones recíprocas de amistad, relaciones filiales). En el primer caso, Dios colma a la persona, pero habita en ella como un extraño, mientras que en el segundo caso está como Padre y como amigo. Dios le descubre su vida íntima, su vida trinitaria y le hace entrar en esa vida como hija o hijo. Estas dos presencias no se excluyen, son complementarias.

2. La vida espiritual será, por excelencia, una vida interior; será una marcha progresiva hacia una comunión cada vez mayor con Dios. Cada etapa o momento de esa marcha será como una “morada”, según la visión de Teresa. Es el Amor, que vive en el centro, el que dinamiza la vida y progresión del creyente; el amor arrastra, se da y a la vez conquista. La persona es el campo de Dios y Dios es el agricultor, el artífice de nuestra santificación, que realiza a través de su gracia providente. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Invasora y filial, la gracia cumple su obra de transformación y de conquista.

3. La meta de todo este camino o proceso es la unión total del alma con Dios mediante una transformación que la hace semejante a Él: de ahí su nombre de “unión transformante”. Esta adopta diversas formas, por ejemplo: visión de la Santísima Trinidad en Santa Teresa; el alma siente siempre el Verbo esposo como reposando en ella en San Juan de la Cruz; o experiencia constante de la misericordia divina que la penetra y envuelva, en Santa Teresita.

Esta experiencia tiene indudablemente un efecto eclesial y social, porque la persona transformada o en proceso de transformación irradia a su alrededor, y contribuye a la santificación de otros en menor o mayor medida.

Notas tomadas de "Quiero ver a Dios", del P. María Eugenio del Niño Jesús O.C.D.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...