miércoles, 7 de septiembre de 2022

QUIERO VER A DIOS

Toda la espiritualidad teresiana se centra en este movimiento hacia Dios, presente en el alma, para unirse perfectamente con él. Sus elementos esenciales son, por tanto: presencia de Dios en el alma, que es su verdad fundamental; interiorización progresiva, que señala su movimiento; unión profunda con Dios, que es su meta”.

1. Dios es la sublime realidad del castillo y todo su esplendor, la vida del alma, el manantial que la fecunda, el sol que la ilumina y vivifica sus obras. El alma no puede sustraerse a su influencia sin perder su esplendor, belleza y fecundidad. El alma, creada por Dios, no es otra cosa que su “paraíso”. Dios vive verdaderamente en nosotros. Esa presencia de Dios tiene dos formas: presencia activa de inmensidad (general, creatural, participación de la naturaleza divina; sostiene y enriquece a la persona, pero esta se mantiene pasiva ante esos dones) y presencia objetiva (puede reaccionar ante los dones de Dios, establece entre el alma y Dios relaciones recíprocas de amistad, relaciones filiales). En el primer caso, Dios colma a la persona, pero habita en ella como un extraño, mientras que en el segundo caso está como Padre y como amigo. Dios le descubre su vida íntima, su vida trinitaria y le hace entrar en esa vida como hija o hijo. Estas dos presencias no se excluyen, son complementarias.

2. La vida espiritual será, por excelencia, una vida interior; será una marcha progresiva hacia una comunión cada vez mayor con Dios. Cada etapa o momento de esa marcha será como una “morada”, según la visión de Teresa. Es el Amor, que vive en el centro, el que dinamiza la vida y progresión del creyente; el amor arrastra, se da y a la vez conquista. La persona es el campo de Dios y Dios es el agricultor, el artífice de nuestra santificación, que realiza a través de su gracia providente. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Invasora y filial, la gracia cumple su obra de transformación y de conquista.

3. La meta de todo este camino o proceso es la unión total del alma con Dios mediante una transformación que la hace semejante a Él: de ahí su nombre de “unión transformante”. Esta adopta diversas formas, por ejemplo: visión de la Santísima Trinidad en Santa Teresa; el alma siente siempre el Verbo esposo como reposando en ella en San Juan de la Cruz; o experiencia constante de la misericordia divina que la penetra y envuelva, en Santa Teresita.

Esta experiencia tiene indudablemente un efecto eclesial y social, porque la persona transformada o en proceso de transformación irradia a su alrededor, y contribuye a la santificación de otros en menor o mayor medida.

Notas tomadas de "Quiero ver a Dios", del P. María Eugenio del Niño Jesús O.C.D.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...