domingo, 10 de febrero de 2019

EN TU PALABRA ECHARÉ LA RED...

En los Evangelios, la Iglesia aparece representada como una barca en medio del mar; una barca desde la que Jesús enseña, una barca agitada por las olas y en peligro de naufragar, o una barca en la que a veces se trabaja y no hay peces, y otras la pesca es abundante. Los evangelistas quieren animar a sus comunidades a perseverar, poniendo la confianza no en los propios talentos, o dejándose desanimar por la propia fragilidad y el pecado, sino dejando que sea Jesús, maestro y señor, quien lleve el timón, y sea el capitán de esta nave. “En tu palabra echaré las redes”. 

Tres figuras bíblicas en las lecturas de este quinto domingo ordinario (ciclo C): Isaías, experimentándose como “un hombre de labios impuros, en medio de un pueblo de labios impuros”; Pablo, perseguidor de cristianos, último de los apóstoles, “como un aborto”; Pedro, que se siente indigno de haber experimentado la teofanía de una pesca abundante, y se arrodilla, diciendo: “apártate de mí, que soy pecador”. En los tres casos se convierten luego, por pura gracia, en piedras fundamentales del edificio espiritual que Dios va levantando para edificar la ciudad futura. Experimentar la gratuidad y grandeza de la elección de Dios los convierte a los tres en mensajeros de salvación. 

El ser humano puede ignorar su condición finita, frágil, pecadora, y vivir en la soberbia de creerse dueño de la creación, ignorando a Dios; puede también centrarse tanto en su fragilidad y su pecado que acabe frustrando la obra que Dios quiere realizar en él. La Escritura nos dice que delante de Dios, el tres veces santo, descubrimos nuestra condición, nuestros límites, nuestra maldad; pero el amor de Dios (gratuito, infinito e incondicional) hace que esa experiencia sea a la vez experiencia de perdón, disponibilidad para asumir una misión y fuente de compasión para aliviar y animar a otros. 

Es lo que los evangelistas quieren decirnos cuando hablan de una barca que parece naufragar en medio de un mar encrespado, o de unos pescadores que se afanan sin conseguir sacar nada de ese mar que es símbolo del mundo. No somos nosotros, ni nuestros talentos o nuestros méritos, nuestros esfuerzos o perfección moral, lo que hace navegar a la Iglesia o pescar en abundancia. Es CRISTO, es su Palabra; es su mesa servida para nosotros; es su perdón y su promesa de amistad inquebrantable. Si vamos con Él todo se hace posible, hay valor y confianza para asumir los retos del Reino, valor incluso para entregar la vida; si Él no está guiando la nave, enseñando desde ella, sosteniendo nuestra pesca cotidiana, la obra no es verdadera, se vuelve rutina, mero formalismo, cumplimiento que da una falsa seguridad. 

Otra vez las palabras del apóstol: recuerden, hermanos, el Evangelio que se les proclamó, que ustedes aceptaron, en el que están fundados y que los está salvando. Cultivar la amistad con Jesús es lo que nos permite ser fieles a lo que ese Evangelio propone; sin Él no podemos hacer nada. Con Él podemos hasta caminar sobre las aguas y ver la obra de Dios salir de nuestras manos. Claro que nos sabemos pecadores, pero Él nos purifica con su Palabra, su perdón, su misma vida hecha eucaristía; y entonces preguntará, una vez más a cada uno y a todos juntos, como Iglesia: ¿A quién enviaré, quién irá por mí? , y nosotros, pecadores sí, le diremos: Tú lo sabes todo, señor, tú sabes que te quiero, envíame a mí.

Fray Manuel de Jesús, ocd

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...