sábado, 6 de marzo de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO (5): LOS RIESGOS DEL AMOR

¡Oh ninfas de Judea!,/en tanto que en las flores y rosales/el ámbar perfumea/morá en los arrabales, /y no queráis tocar nuestros umbrales”

La canción #18 de Cántico también está llena de referencias al Cantar bíblico; las ninfas de Judea remiten a las hijas de Jerusalén (1,4 y 2,7), el perfume del ámbar parece aludir al aroma de amor que despide el fruto de la mandrágora (7,14), los umbrales se refieren a las puertas (7,13). Pero todas esas reminiscencias han sido cambiadas e introducidas por San Juan de la Cruz en un contexto nuevo de advertencia y superación de los riesgos del amor.

Antes fueron cazadas las raposas (CB16), se ha detenido el cierzo y sopla el austro (CB17) sobre el huerto y la viña, convertidos en una especie de ciudad o casa común donde viven los amantes. Siguen presentes las rosas y las flores, pero ahora el espacio del amor se encuentra separado del ámbito exterior (arrabales) y protegido por puertas (umbrales).

El poema delimita los campos: Fuera, están los arrabales donde moran las ninfas bulliciosas que parecen distraer la atención de los amantes y perturban el gozo de su encuentro (vinculadas al recuerdo de Judea, tal vez Antiguo Testamento o tiempo de preparación). Dentro, se expande el perfume de las flores, lleno de aromas, donde moran y pasan su vida los enamorados. Y luego, los umbrales: el campo que separa las dos realidades anteriores, definiendo el espacio del amor, guardando la intimidad.

Las ninfas son figuras femeninas, juguetonas y misteriosas, que aparecen sobre todo en las riberas de las aguas, como signo de un amor hermoso pero equivocado, o al menos frágil, abierto a los engaños. Surgen en el camino del amor como espejismo o tentación, apartándonos de la ascesis fuerte y necesaria que el amor necesita para madurar. Son la ilusión de un momento, el gozo inmediato que luego nos deja vacíos (CB 18,4). En este párrafo hay una expresión que me resulta fuerte: “Llámala Judea porque es flaca y carnal y de suyo ciega, como lo es la gente judaica”; propio de la mentalidad de esa época.

El proceso de enamoramiento verdadero implica un cambio radical, debe trascender el plano de las ninfas, huir de formas y bellezas pasajeras. Todos de alguna manera cultivamos ninfas: nos dejamos envolver por ilusiones, nos queremos engañar con valores pasajeros. El poema no condena a las ninfas, pero pide que se queden fuera, mientras dentro el ámbar perfumea. Fuera del espacio del perfume de los amantes queda el mundo de las ninfas; eran un riesgo para los amantes y fueron expulsadas. No existe amor sin expulsión, no se puede tener todo, sentir todo, gozar todo. El amor verdadero exige opción y riesgo; solo aquel que se arriesga del todo puede luego hallarlo todo transformado y enriquecido.

En resumen: que no basta el primer lance de amor para encontrarse ya dentro del cielo; es necesaria la vigilancia del espacio compartido, amenazado siempre por lo fácil, lo inmediato. Entre el deseo abierto y su realización hay siempre un amplio espacio, poblado de “ninfas”, tentaciones (descanso, placeres, olvidos, conquistas palpables): son los arrabales (CB 18,7). Ahí está el mayor riesgo del amor, antes y ahora, en ese campo de conflicto, insuperable sin un compromiso personal de purificación que permita culminar el camino comenzado.

(Resumen de un texto de XABIER PIKAZA)

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...