lunes, 15 de julio de 2024

ORACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ (1)

  De la lectura del libro de Ian Mathew, EL IMPACTO DE DIOS, son las siguientes notas que pretenden indagar en las enseñanzas de San Juan de la Cruz acerca de la oración

Para hablar de la oración, el autor parte de este presupuesto:

Un Dios que se nos acerca, que penetra allí donde encuentra espacio y que trabaja en la oscuridad para crear ese espacio… la fe, la esperanza y la caridad que son nuestros ojos hacia el Dios que se autocomunica… Jesús es quien se ha sumergido en nuestra oscuridad, y él mismo es el don”. Es mediante la oración que entramos a formar parte de ese proceso.

 San Juan de la Cruz usa raramente la palabra oración, pero para él la oración es un valor incomparable. No trata de maneras o métodos para orar, sino del por qué y el para qué de la oración: ¿Es posible? ¿Es provechosa? Parte de su propia experiencia, pues oró mucho y sirvió de guía a muchos orantes.

 Cuando empieza a describir su relación personal con Dios que brota de su anhelo, de una herida:  la primera palabra es un grito que brota de un anhelo, de una herida:

“¿A dónde te escondiste,

¿Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste

habiéndome herido;

salí tras ti clamando y eras ido”

(Cántico, canción 1)

 

El anhelo suscita una salida y una búsqueda, y esa necesidad se convierte en el centro de su vida, en el motor que le mueve. Orar significa contactar con ese anhelo o necesidad, que brota del centro de la persona. Siempre Juan levanta sus ojos a Dios, ya sea en momentos de crisis o en medio de la vida cotidiana; cuenta un testigo que tenía grandes ratos de oración y conversaciones con nuestro Señor. Así, orar, conversar con Cristo, fue para Juan algo habitual, porque ese era el espacio donde las cosas se clarificaban y donde conseguía la fuerza y perspectiva necesarias para la vida.

 Así dice Juan, en Subida (2S2,5): “No nos queda en todas nuestras necesidades, trabajos y dificultades, otro medio mejor y más seguro que la oración y esperanza que él proveerá por los medios que él quisiere…”. Consejo que es válida también hoy para nosotros: pide a Dios, pero pide en fe; no como último recurso o como de pasada, sino directamente, y confiando plenamente. Porque en toda oración, lo que en resumidas cuentas está en juego es toda tu vida.

“Se puede rezar pidiendo fuerza para mañana, pidiendo perdón por ayer, pidiendo ayuda para las cosillas de hoy. Se puede orar por quienes están presos por su conciencia, por amigos y enemigos, por los sin techo o por los ricos, por la paz del mundo o la tranquilidad interior. Pero en todos estos casos la necesidad, aunque real, es síntoma de otra necesidad más profunda; de un anhelo que es tan íntimo y vital como lo somos nosotros para nosotros mismos”.

 Juan, que como místico ha sondeado las profundidades del alma humana, ha dicho algo fundamental: hemos sido creados para necesitar a Dios; tenemos una “capacidad infinita” para Dios. Todas las demás necesidades son síntomas de esta necesidad universal, la más real de todas, la necesidad de Dios. Nuestras necesidades son expresión de una necesidad mayor: estamos hechos para cosa más alta, y en ello radica nuestra dignidad (por ello nos arde y escuece dentro, y sufrimos esta hambre y necesidad que no saciamos con nada que no sea Dios).

 Juan usa el término “esposa” para hablar de esa necesidad; toda la humanidad y cada persona tiene ese rango. Desde la propia creación fuimos modelados para Cristo; tenemos capacidad y necesidad de Cristo.

 Nuestra carencia es nuestra dignidad. Y cuando la sentimos es cuando más somos lo que realmente somos; cuando manifestamos nuestra queja desde dentro, por esa falta, demostramos nuestra madurez. Esa queja se llama ORACIÓN; por eso la oración es un valor supremo para la persona humana. Y si la oración nos conduce a ser nosotros mismos, entonces es también un valor supremo para el mundo: devuelve al universo su ritmo, su equilibrio, su verdad.

 Así, por eso, para Juan solamente Dios salva, y el amor nos abre a un Dios que está empeñado en salvar. Dios se autoentrega en Cristo, se comunica de modo arrollador, y necesita quienes reciban ese don, quienes estén abiertos a la escucha. Por eso, para Juan, los que aman (los que oran) son los que más aprovechan a la Iglesia y los que salvan al mundo.

Es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia. aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas” (CB 29,2).

“Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho haría a la Iglesia, y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño” (CB 29, 3).

 Así resume el autor el mensaje de Juan: sólo Dios salva; el amor crucificado efectúa la apertura del mundo al don; ese amor se pone en marcha en la oración. La oración es el motor del cambio y el valor supremo frente a las necesidades del mundo.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...