De ahí que, si la palabra oración es poco frecuente en los escritos de San Juan de la Cruz, es
porque el lenguaje que usa es el de la esposa y el Esposo; el de dar y recibir;
el creer y amar; el lenguaje de la unión. Lo que importa en la oración es el
encuentro, la amistad personal; a Juan no le interesa tanto lo de pedir cosas
sino lo de estar con Dios.
¿Es eso
posible, ya no para el místico o el consagrado, sino para la gente común, los
cristianos que viven el medio de la historia y del mundo? Ya Juan contesta en
el prólogo de Subida: “Hay muchas almas que piensan no tienen
oración, y tienen muy mucha; y otras que piensan que tienen mucha y es poco más
que nada”. Invita a no cansarse, a no abandonar la oración, a no pensar que
nada sucede.
Juan, eso sí,
sacrifica lo accidental, no porque no tenga valor, en aras de algo que bien
merece ese sacrificio: lo vivo, la realidad viviente, el espíritu, la fe. Juan
apreciaba las imágenes, pero invita a ir más allá, buscando la imagen de Cristo
que cada uno lleva en su interior. Juan aprecia la belleza de las catedrales y
oratorios, pero nos recuerda que no hay templo más bello para Dios que el
interior de cada ser humano. En el corazón humano existe una vitalidad
insondable que garantiza la posibilidad de la oración.
Cristo Jesús, muerto y resucitado, es el eje de
nuestra relación con Dios, habitando en nosotros. Encontrar a Dios en la
oración quiere decir entrar adentro; amar y ser amado ahí dentro, en el Cristo
cuya imagen llevamos en nuestro interior. Es la mirada de Dios sobre nosotros
la que garantiza la posibilidad de orar. “Ciertamente
resucitado, y por tanto vivo en la historia personal de cada uno, mirando
dentro de esa historia no sólo con bondad sino también con eficacia”,
porque es un amor activo, que produce y transforma. “El mirar de Dios es amar y hacer mercedes”. Gracias a Cristo, “merece el alma el amor de Dios”. “La mirada de Dios cuatro bienes hacen al
alma, a saber: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla” (CB 19.6;
32.6; 33.1).
Para Juan, “amar Dios al alma es meterla en cierta
manera en sí mismo, igualándola consigo” (CB 2.6). Cuando oramos, cuando
nos dirigimos a Dios en amistad, creyendo en su presencia y deseándole y
queriéndole, entonces, a pesar de aparentes arideces, algo está sucediendo. Dios
nos está metiendo dentro de él mismo y nos está haciendo como él. Esos
tiempos de oración seca y monótona activan una corriente espiritual que cambia
nuestras vidas.
Ese es el gran aporte de San Juan de la Cruz, que no hablas de palabras, o técnicas de silencio, sino de encuentro con el Dios vivo. La mirada amorosa de Cristo está constantemente sobre nosotros, y crea esa posibilidad.
(Continúa...)