viernes, 14 de febrero de 2014

LA HERIDA DE AMOR DEL MÍSTICO

 “Vi a Dios tan de cerca que perdí la fe”.
(Egidio de Asís, ca. 1174)

“Cuando el entendimiento va entendiendo, no se va llegando a Dios, sino antes apartando”.
(San Juan de la Cruz, Llama 3, 48)


“Ningún místico ha podido asegurar al mundo más allá de toda duda que ha visto la Realidad última cara a cara, no importa cuán persuasivo sea el símbolo o la imagen literaria bajo la cual haya logrado objetivar su experiencia. Pero los informes que nos han ido ofreciendo los contemplativos extáticos a través de los siglos y de las culturas más diversas han sido dados, como recuerda Evelyn Underhill, con una extraña nota de certeza y de buena fe, y de alguna manera nos convencen que han alcanzado unos niveles de conciencia excepcionales, en los cuales han experimentado la transformación jubilosa en lo que los filósofos llaman el Absoluto y los espirituales Dios.
Aun a pesar de que la experiencia es insondable para la razón humana y trascendente para las capacidades expresivas del lenguaje, los místicos nos aseguran gozosamente una y otra vez que han participado de manera directa del Amor abismal que articula el sentido trascendente del universo: el objeto último del anhelo del hombre, lo único que puede satisfacer su instinto por el Todo, su pasión por la Verdad. La certeza de la unidad armonizante que subyace a la multiplicidad de lo creado no es, sin embargo, susceptible de verificación científica o racional. Para colmo, el místico que  logra establecer esta relación consciente con el Absoluto se encuentra ante otro escollo comunicativo insalvable: sabe que la trascendencia lo sobrepasa y a la vez lo incluye, que el contemplador se convierte en lo Contemplado y participa, sorprendentemente, de su Esencia infinita.
Oh quanto e corto il dire, gemía Dante en el cantoXXXIII de su “Paraíso”, aceptando que le era imposible decir algo de aquel Amor que movía el sol y las demás estrellas. Y opta por terminar apresuradamente su Commedia, para quedar a solas con la experiencia abismal. El súbito silencio en el que se ensimisma el poeta florentino es elocuente: la soledad del místico es, como decía, conmovida, María Zambrano, “una soledad sin compañía posible, una soledad sin poros, una soledad incomunicable, que hace que la vida sepa a ceniza”.

Muchos extáticos auténticos  han acometido, sin embargo, la empresa imposible de intentar darnos alguna noticia del trance inenarrable que les ha sobrevenido. Sometidos ab initio a la angustia de saber que no les será posible jamás dar cuenta de lo que de veras les ha acontecido, porque es de suyo ininteligible y por lo tanto incomunicable, entreveran su literatura de referencias enigmáticas como el Todo y la Nada, la inmensidad y el vacío, la oscuridad total o la luz increada; o acuden a imágenes paradójicas como el rayo de tiniebla, el mediodía oscuro o la música callada. Lo único que estos espirituales extáticos logran compartir con el lector es su propio sentido de aturdimiento y su asombro irremediable.
Pocos místicos, sin embargo, nos dejan tan nostálgicos como San Juan de la Cruz”.

Asedios a lo indecible. San Juan de la Cruz canta al éxtasis transformante
Luce López-Baralt.
Editorial Trotta.

(Cortesía del Reverendo Adolfo Ham)

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...