miércoles, 26 de febrero de 2014

VALENTÍA Y LUCIDEZ DE TERESA DE JESÚS

“Teresa es, ante todo, un testigo de oración. Se ha dejado hallar por Dios y no lo ha lamentado. Ha descubierto la presencia del Señor en las entrañas de su entraña, en el tuétano del alma y así lo ha presentado ante los hombres, sin miedo ni vergüenza, en un impresionante reto de fidelidad ante el misterio y de osadía ante los hombres.

Al testigo pertenecen valentía y lucidez. Valentía para estar y mantenerse allí donde sucede lo imprevisto. Lucidez para tener los ojos bien abiertos, despejada la mente y ágiles los labios para luego trasmitir lo descubierto. De la valentía de Teresa no nos cabe duda alguna: arriesgada, duramente, ella ha aguantado año tras año ante la brecha donde sopla el aliento del Señor; se ha inclinado ante el abismo y ha mirado. Ella, frágil y miedosa mujer, ha querido y ha sabido mantenerse en la tormenta de Dios, impávida, inflexible, entre las fauces de la muerte. Así ha logrado escuchar voces que los otros ignoramos, presencias de amor, ceguera y luz que ni siquiera barruntamos. De esa forma, en una determinada determinación de fidelidad a su Señor Esposo, ella ha avanzado hacia la meta en el camino del encuentro de las bodas: ha llegado hasta la cámara nupcial del Cristo que en misterio de humanidad glorificada está habitando en nuestra misma carne y alma, en el más hondo espejo de Dios que es nuestra vida.

Esta valentía ha permitido que Teresa pueda aparecer ante nosotros, en el largo y complicado juicio de la historia, como un primer testigo de la vida. No le pedimos razonamientos. No le exigimos discursos. Le rogamos que levante la mano en signo de verdad y preguntamos: ¿Qué has visto, qué has sentido? Y ella vuelve a contarnos, como entonces, el proceso desgarrador y deslumbrante de su vida, las moradas de su entraña y la presencia del Señor-Esposo, que tomándola de la mano, la acompaña. A medida que escuchamos su nuevo testimonio vamos descubriendo, alborozados, mudos de emoción, que ella nos habla de lo mismo que en otro tiempo hablaron Pedro y Pablo: “¡Hemos visto al Señor resucitado! ¡Le he hemos visto y nos ha transfigurado!”. Teológicamente hablando, toda la experiencia testimonial de Teresa puede y debe interpretarse como una ampliación de las apariciones pascuales.

Teresa descubrió al Jesús glorioso con su mismo corazón sediento de mujer enamorada; con ojos espantados le encontró presente en el brocal del pozo de su entraña; le sintió y quiso sentirle; le escuchó y quiso escucharle, de tal forma, que su vida comenzó a ser desde entonces una siempre nueva y siempre sorprendente apertura de amor hacia su amado”.

Xabier Pikaza

“Actualidad de Teresa”

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