sábado, 3 de noviembre de 2018

EN LAS SEXTAS MORADAS TERESIANAS: Rumbo al final del camino, siempre con Cristo.


CAPÍTULOS CUARTO Y QUINTO: Teresa habla del éxtasis, de dos clases de éxtasis. En Vida 24,5, primera experiencia de éxtasis o arrobamiento, con efecto sobre su afectividad. Ella describe dos tipos: uno se produce desde lo hondo del alma (3) por atracción hacia un centro interior que está más allá de ella misma, y el otro (Vuelo del Espíritu) es la salida de sí mismo, atraído por Dios, que es capaz de elevar el espíritu humano, como una paja. No vamos a adentrarnos en profundidad en este tema, que llevaría más tiempo del que disponemos; es el capítulo más sobrenatural de las experiencias teresianas, y exige una lectura atenta y respetuosa. El éxtasis es para hacer posible la unión, hito cimero del proceso espiritual: saca a la persona de sí misma, superando nuestro angosto espacio  vital y funcional, sirve como un crisol de fuego, y siempre pasajero, preparando al sujeto humano para la plenitud de las séptimas moradas (Como el purgatorio necesario para entrar en el cielo).  Importante: Teresa inserta estas experiencias como parte de un proceso espiritual progresivo y complejo; al margen de esto no sería comprensible ni evaluable (es una joya falsificable, y se ha de evitar incurrir en una frívola curiosidad).

CAPÍTULO SEXTO: Habla de la vida del místico cuando ha regresado del éxtasis, de sus pulsiones y tensiones internas, de su nuevo modo de encarar la vida, los acontecimientos. Queda, dice Teresa, un grandísimo deseo de gozar de Dios, provocándole un tormento sabroso,  y ansías grandísimas de morirse.  Se debate en la alternativa de fugarse al desierto o dar voces en las plazas, es decir, atraída a la altura contemplativa de estar a solas con Dios, o lanzarse, como profeta, en el barrullo de la vida para hablar de la grandeza de Dios (3). Cierra, contando otra de esas mercedes que el Señor le ha dado, y que escribe como “unos júbilos extraños”: gozo interior, la locura y embriaguez del amor.

CAPÍTULO SIETE: El misterio del mal humano ante la mirada del místico, y la Humanidad de Cristo en la vida del cristiano. Este es uno de los pasajes más decisivos del libro; dice ella: “de mucho provecho”.  Teresa, como vemos, empareja dos temas: pecados del hombre y humanidad de Cristo, presentados  uno detrás del otro, como un diálogo abierto de Teresa con sus hermanas. ¿Por qué, a estas alturas del camino, volver al tema del pecado? Puro realismo teresiano: por muy alto y raudo que sea su vuelo, Teresa nunca pierde de vista la tierra que pisa y en la que nosotros nos batimos. El dolor de los pecados crece cuánto más cerca se está de Dios, pero al mismo tiempo esto le sirve, no para culpabilizaciones inútiles, sino para entender la grandeza y bondad de Dios. También muchos místicos han vivido esta experiencia como un modo de solidarizarse con los pecados de sus hermanos, de su tiempo, de la humanidad.

Luego viene el tema de la Humanidad de Cristo, al nivel del capítulo 22 de Vida. Para Teresa, la Humanidad de Jesús constituye el centro insuperable de la vida cristiana. Su cristocentrismo implica que la fe y la existencia cristiana no están fundadas en abstracciones ni en filosofías, sino en la existencia singularísima de una persona histórica que se llama Cristo Jesús.  Él es el centro orbital de nuestra vida (que es “vida en Cristo”). Sin Él la vida del cristiano se descentra, se desorbita, y eso es lo que quiere inculcar Teresa. Cada grado oracional (meditación, recogimiento, unión) acontece en relación con el misterio de Cristo y su humanidad. Aquí hace al final una mención a la Virgen, que también llegó a la plenitud por su especial relación con la humanidad santa de su hijo Jesús.

CAPÍTULO OCTAVO: De lo anterior se desprende, pues, que CRISTO es el hecho decisivo para Teresa, no solo doctrinal, sino también experiencialmente.  Habla también en este capítulo de la visión intelectual y espiritual. Este capítulo y el anterior forman una especie de díptico cristológico categórico; Lo primero, se asienta la tesis a nivel doctrinal: Cristo, Dios y hombre, es mediador de todas las gracias, tanto en escala ascendente como descendente. Y segundo, la prueba de esto: lo que Teresa llama “visión intelectual” de su Humanidad, en la que ahora mismo no vamos a detenernos, ustedes pueden leerlo. Eso sí, no pasemos de largo ante esta frase de Teresa en el # 10 y final de este capítulo: “No piense que, por tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una como ve que es menester”.

CAPÍTULO NOVENO: Cristofanías en las sextas moradas, o visiones de Cristo en el desarrollo de la vida mística. “Trata este capítulo de cómo se comunica el Señor al alma por visión imaginaria y avisa mucho se guarden de desear ir por este camino”. Teresa habla, en el capítulo anterior, de la experiencia exquisitamente espiritual de la presencia de Cristo Jesús en su vida y en la de todo cristiano, más allá de lo sensible, como misterio de fe. Ahora, en este, pasa de la llamada “visión intelectual” a las “visiones imaginarias”, una nueva y prolongada cristofanía dentro de las experiencias del místico, que advierte Teresa que no debemos pedir estas visiones, por humildad (ya que no las merecemos) y porque puede ser peligroso (nuestra imaginación puede hacer ver lo que queremos, o el demonio, siempre presto, engañarnos por ahí). Dicen en el #16: “Créanme que es lo más seguro no querer sino lo que Dios quiere, que nos conoce más que nosotros mismos y nos ama. Pongámonos en sus manos para que sea hecha su voluntad en nosotras y  no podremos errar”.


CAPÍTULO DÉCIMO: La verdad los hará libres. Empieza la preparación para la morada siguiente y última, la de los grandes secretos, y para ello debe el orante pasar por dos zonas, una de luz y otra de fuego. Primero por la luz de la Verdad, y de ella trata este capítulo 10. Luego por la tensión de los deseos incontenibles, y de ellos tratará el CAPÍTULO ONCE. Así pues, VERDAD Y DESEOS son las dos alas con que emprender el vuelo a la región misteriosa de la última morada del castillo, donde pasan las cosas de más secreto entre Dios y el alma.

Leer en el Capítulo 10, el #3, y luego frases del 4 y el 6 (“Este gran Dios no nos ha dejado de amar a nosotras, aunque le hemos mucho ofendido”; “Andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos”; y en el #7 repite una vez más que “la humildad es andar en verdad”). Antes había citado el episodio de Jesús y Pilato, para dolerse diciendo: Cuán poco entendemos acá de esta Suma Verdad.

Luego, empieza así el 11: “Aunque haya muchos años  que reciba estos favores siempre gime y anda llorosa, porque de cada uno de ellos le queda mayor dolor. Es la causa de cómo a conociendo más y más las grandezas de su Dios y se ve estar tan ausente y apartada de gozarle, crece mucho más el deseo, porque también crece el amor mientras más se le descubre lo que merece ser amado este gran Dios y Señor. Y viene en estos años creciendo poco a poco este deseo, de manera que la llega a tan gran pena como ahora diré”. Estos grandes deseos hacen que Dios se experimente más como ausencia, despertando incontenibles anhelos… “Vivo sin vivir en mí”, los poemas de Teresa y de Juan describiendo esta experiencia, común a ambos. 

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...