Monumento arquitectónico y espiritual de la capital cubana, la Iglesia del Carmen, en la calle Infanta, con su imagen imponente en lo más alto de su torre, que da a la calle Neptuno. Lamentablemente el paso del tiempo está afectando seriamente esta construcción, y los costos para hacer una reparación seria resultan prohibitivos para los frailes. Qué pasará entonces? Con estas fotos intentamos crear algún estado de opinión que contribuya a encontrar una solución que permita conservar esta querida imagen que invita a rezar, a pensar en Dios y en el don que nos hizo Jesús en María.
Las tres fotos siguientes están tomadas de la revista AROMAS DEL CARMELO, número publicado en la primera mitad del siglo XX, cuando se levantaba la torre con su imagen en el barrio habanero de Cayo Hueso. Comparto un artículo que por aquella época fuera publicado en dicha revista, en la que un fraile que se marcha de Cuba en barco, describe su experiencia de ver la imagen de la Virgen desde el mar:
También a mí me dominaba una idea y un algo me atraía. Anhelaba grandemente ver desde el puerto, desde el barco, desde el mar, la estatua de nuestra Madre del Carmen; recibir la gratísima impresión que me produciría su mirada y dirigirla un saludo, una plegaria, un adiós antes de perderla de vista.
Los reflejos del sol sobre las bronceadas cúpulas y cimborios, la altura de la cúpula y de las torres, que desde el mar parece que se agrandan, y sobre todo la visión de la estatua del Carmen hacia que las miradas de la tripulación se dirigieran en dirección a nuestra iglesia.
La visión de la estatua de la Madre del Carmelo iba a perderse entre la bruma y a ella fueron mis últimas miradas, mis últimas plegarias. Rece la Salve por Cuba, el Avemaría por la Parroquia del Carmen, ore por mis hermanos, por mis amigos, por…
Las tres fotos siguientes están tomadas de la revista AROMAS DEL CARMELO, número publicado en la primera mitad del siglo XX, cuando se levantaba la torre con su imagen en el barrio habanero de Cayo Hueso. Comparto un artículo que por aquella época fuera publicado en dicha revista, en la que un fraile que se marcha de Cuba en barco, describe su experiencia de ver la imagen de la Virgen desde el mar:
LA
ESTATUA DE LA VIRGEN DEL CARMEN VISTA DESDE EL MAR
Eran
las dos menos diez cuando la sirena del Cristóbal
Colon lanzaba su último aviso para desanclar y soltar amarras. Muy poco se
tardó en esta operación y casi sin darnos cuenta el barco había desatracado y
ya estábamos mirando el Castillo del Morro.
A bordo del Colon había quien se complacía en agitar el pañuelo para despedir a
la multitud que desde los muelles, la Punta y el Malecón daban el adiós a sus
familiares y amigos; otros, retirados en los salones, enjugaban sus amargas
lágrimas que les arrancaran el abrazo de despedida; otros, dominados sin duda
por trascendentales ideas de negocios o combinaciones mercantiles permanecían
sentados y pensativos sobre los tan lujosos sofás del salón de música; otros… a
cada uno dominaba su idea y embargaba su sentimiento.
También a mí me dominaba una idea y un algo me atraía. Anhelaba grandemente ver desde el puerto, desde el barco, desde el mar, la estatua de nuestra Madre del Carmen; recibir la gratísima impresión que me produciría su mirada y dirigirla un saludo, una plegaria, un adiós antes de perderla de vista.
Apenas zarpo el Cristóbal Colon dirigí la vista inquieta y ávidamente a través de
los edificios de esa gran ciudad de la Habana, pero nada pude apreciar, la
Lonja del Comercio, el Seminario y otros edificios interceptaban la visión.
Mi ansiedad era grande, mi deseo de localizar
la torre era intenso.
-
¡Padre, Padre, ya se ve la Virgen! -
grito un buen amigo que también iba para España.
En efecto, fijé con detención la mirada y
pude, allá a lo lejos, vislumbrar la silueta de la torre con la monumental
estatua.
Estábamos
en ese momento llegando al Morro y después de haber cruzado ante la Catedral y
antes de enfrentarnos con el Palacio del Presidente, hubo unos instantes en que
la escasa altura de los edificios permitió entrever las torres de nuestra
iglesia.
El cruce ante el Palacio del Presidente y la
regia mansión de D. Dionisio Velasco volvieron a interrumpir la visión, pero
poco después salíamos fuera del Morro y entonces pude contemplar la iglesia del
Carmen en toda su grandeza sin que ningún otro edificio se nos pusiera al
medio.
Los reflejos del sol sobre las bronceadas cúpulas y cimborios, la altura de la cúpula y de las torres, que desde el mar parece que se agrandan, y sobre todo la visión de la estatua del Carmen hacia que las miradas de la tripulación se dirigieran en dirección a nuestra iglesia.
¡Que
linda!,gritaba una señora que a través de unos prismáticos la estaba
contemplando.
¡Es
el edificio más alto que se ve en la Habana!,aseguraba un caballero que al
parecer llevaba la voz cantante de un grupo de turistas.
¡Es
lo primero que se ve al venir de México y al venir de España!, decía un marino,
reflejando en su rostro gran alegría y satisfacción.
Entretanto yo sentía verdadero contento y me
llenaba el alma de consuelo oyendo los comentarios que se hacían tan
encomiásticos de los Carmelitas y de su Reina y Señora.
De hito en hito yo seguía mirando a mi Madre
del Carmelo en aquellas alturas colocada y desde el mar le enviaba una
plegaria: se siempre mi madre, muéstrate siempre madre de los carmelitas,
muéstrate siempre madre de los devotos de la Habana.
El
sol brillaba soberanamente en el horizonte y a veces sus reflejos sobre el
bronce dorado de la estatua hacia que yo pudiera percibir un majestuoso brillar
que hondamente me conmovía y hacia que repitiera: ¡Se siempre mi madre! ¡Se
siempre mi madre! ¡Salve! ¡Salve! ¡Salve, Virgen del Carmen, Madre mía!
El Cristóbal
Colon seguía su ruta con gran rapidez, a 22 millas por hora, y a medida que
se iba alejando, la neblina iba escondiendo la ciudad y en un triste esfumar se
iban desapareciendo torres y edificios de tal suerte, que llegaron instantes en
que solo se veían allá lejos, muy lejos, la silueta de la torre de la Iglesia del Corazón de Jesús y la de la Virgen del Carmen.
La visión de la estatua de la Madre del Carmelo iba a perderse entre la bruma y a ella fueron mis últimas miradas, mis últimas plegarias. Rece la Salve por Cuba, el Avemaría por la Parroquia del Carmen, ore por mis hermanos, por mis amigos, por…
Llego el momento en que ya apenas se
vislumbraba, ¡Salve! ¡Salve!, se siempre mi Madre, bendice a Cuba, fueron mis
últimas palabras al perder la visión de aquella estatua que simboliza a mi
Madre idolatrada, la Señora y Reina del Monte Carmelo.
Pregunte al oficial del puente cuanto habíamos
caminado y me contesto que estábamos a 16 millas de la Habana.
Fray
José Vicente Santa Teresa.
A
bordo del Cristóbal Colon, 15 de abril de 1927.
(Tomado
de la revista AROMAS DEL CARMELO, año VI, La Habana, junio de 1927, #6, paginas
249-252).