jueves, 20 de diciembre de 2018

MARÍA Y JOSÉ

"Me parece que la actitud de la Virgen y de San José durante los meses transcurridos entre la anunciación y el Nacimiento son el modelo de las almas interiores; de esos seres que Dios ha escogido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo. ¡Con qué paz, con qué recogimiento María y José se sometían y se prestaban a todas las cosas! ¡Cómo, aun las más vulgares, eran divinizadas por Ellos! Porque a través de todo, no dejaban de ser adoradores del don de Dios. Esto no les impedía entregarse a las cosas de fuera cuando se trataba de ejercitar la caridad. El Evangelio nos dice que María subió con toda diligencia a la montaña de Judea para ir a casa de Isabel (Lc 1, 39-40). José la acogió y cuidó con todo su ser. Jamás la visión inefable que Ellos contemplaban en sí mismos disminuyó su caridad exterior..." 

(adaptado Sta. Isabel de la Trinidad- El cielo en la fe).

viernes, 14 de diciembre de 2018

JUAN DE LA CRUZ, UNA FIGURA POLIVALENTE.

He aquí la reflexión de uno de nuestros frailes más venerables de la Provincia Ibérica: José Vicente Rodríguez.

Se trata de una personalidad variopinta y polivalente. En su existencia hallamos escenas llenas de ternura, momentos trágicos, también situaciones cómicas. Es un hombre que los mismo hace de hortelano, que de peón albañil. Compone los mejores versos de la poesía lírica española, lo mismo que hace un diseño de Cristo en la Cruz, o va cantando y llenando el aire de coplas por los caminos, o gime como una paloma en la cárcel, de la que se fuga arriesgándolo todo. Alguien que se entusiasma viendo cómo juguetean los pececillos en el agua, lo mismo que calma a un perrazo que enseña los dientes como si fuera el lobo feroz, o acoge en el halda de su hábito pardo a una liebrecilla escapada de un incendio. Lo mismo se extasía hablando con Santa Teresa del misterio de la Santísima Trinidad que se las ve y se las desea rechazando las insinuaciones de una doncella de Ávila que se le mete en casa y le tienta sin ambages. Lo mismo hace de cocinero y se desgasta la uñas fregando ollas y sartenes, que prepara un caldillo o una pechuga de pollo para un enfermo inapetente, o también cuenta un par de chistes a sus enfermos del “catarro universal”, y les anima a que se rían y hace que les traigan música para que levanten cabeza. A quien quiere saber de su cárcel le asegura que de allí salió renacido y a quien le vuelve a preguntar le explica: así como el niño pasa nueve meses en el seno de su madre, así yo pasé nueve meses en la cárcel. Barre la iglesia y pone flores… Lo mismo funge de exorcista, que, como si fuera un pitagórico, escucha la música des los astros o dialoga con la fuente cristalina de la finca conventual. Lo mismo pone en paz a dos matones que se están tirando buenas cuchilladas, que hace entrar en razón a una prostituta y desvergonzada que cambia de vida como una Magdalena. Lo mismo labra imagencitas y cristos de madera con la punta agudísima de una lanceta, que construye el acueducto para llevar las aguas del Generalife hasta su convento de los Mártires de Granada…


Practica el ajedrez “a lo divino” en su magisterio y va moviendo sobre el tablero: lo más fácil, lo más dificultoso; lo más sabroso, lo más desabrido; el bien, el mal; la virtud, el pecado; el descanso, lo trabajoso; lo más, lo menos; el todo y la nada; y da jaque mate a la muerte, a la nada, al pecado, al mal…

Es el hombre de los silencios contemplativos más profundos y el relator incansable de los secretos de la vida divina, en la que se abisma a través de la experiencia suprema que se le regala y que la va deletreando y confrontando con la palabra de Dios.

Así era de carismático fray Juan, a quien nos queda preguntarle: 
´¿Cuánto queda, cuánto queda de la noche?´ (Is. 21,11).
´Centinela: alerta, ¿qué nos dices de la noche?´”.

P. José Vicente Rodríguez, o.c.d.

EL DIOS PRESENTE Y AUSENTE DE SAN JUAN DE LA CRUZ

La fiesta de san Juan de la Cruz, el día de su muerte en Úbeda (Jaén) la noche del 13 al 14 de diciembre de 1591, es una ocasión para preguntarle por el Dios que marcó el destino de su vida y lo convirtió en uno de los mayores genios religiosos de todos los tiempos. Él es un creador original de poesía mística y en su vida y en su obra literaria aparece ese Dios ausente y presente al mismo tiempo, una curiosa paradoja. Queramos o no, Dios, su existencia y presencia en el mundo, que fue tema de reflexión durante siglos, hace tiempo que se ha convertido en problema para teólogos, filósofos y científicos y, en menor medida, para el hombre de la calle.

La ausencia de Dios aparece en la primera estrofa del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz como el grito de un creyente que finge increencia y que, al no sentir su presencia, pregunta angustiado: “¿Adónde te escondiste, Amado?” La pregunta por Dios no expresa la duda de los agnósticos o la negación de los ateos, sino el deseo de un cristiano que busca apasionadamente al Amado, “el Verbo Hijo de Dios”, hambriento de evidencias; es la pasión del místico que ha vislumbrado una realidad que lo trasciende en forma de ausencia de un Dios que no se le revela del todo, sino en un claroscuro para la razón.

El místico poeta se convierte en teólogo para convencer a los humanos que el problema de la existencia de Dios no se resuelve en el sentimiento de presencia sensible, sino en la convicción de que Dios sigue siendo un misterio para la razón, más allá de los conceptos que nos podemos formar de Él. Por eso la pregunta del poeta: “adónde” te escondes Dios, Amado mío, tiene un sentido como un grito desde la fe, no desde la razón, aunque ni la una ni la otra nos dan una respuesta con evidencias, sino en una cierta ignorancia. “Es de notar -dice Juan de la Cruz- que por grandes comunicaciones y presencias y altas y subidas noticias de Dios que un alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios”. Ni tampoco la carencia de ese sentimiento sensible es prueba de la no presencia ni existencia de Dios en la vida del creyente (Cántico, 1, 3-4).

Juan de la Cruz -como los grandes espirituales- propone que para buscar y encontrar a Dios y resolver el enigma del Adónde hay que “salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí mismo” (ib., 1, 6). Propone al lector creyente que Dios habita en el interior del ser humano y si no lo “siente” es “porque está escondido y tú no te escondes también para hallarle y sentirle” (ib., 8-9), porque no lo busca en fe y en amor y por caminos de la ignorancia inmolando la propia razón. “Quiero decir -escribe- que nunca te quieras satisfacer en lo que entendieres de Dios, sino en lo que no entendieres de Él” (ib. 1, 12). Y aunque parezca irracional, es verdad que los que más sienten la ausencia de Dios son a veces los más creyentes y santos, los más enamorados; son los que “padecen” las “noches” oscuras pasivas del sentido y del espíritu, como explica san Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo y en la Noche oscura.

Dios está ausente de los raciocinios humanos porque los supera. Si pudiésemos “demostrar” la existencia de Dios y su esencia por la razón, se oscurecería la fe, que es, como decían los viejos catecismos, “creer lo que no vimos”; la fe es el tributo de la racionalidad humana a Dios que, racionalmente, tiene que ser un ausente y desconocido, un huido de la mente humana, como dice el místico poeta gimiendo por la ausencia: “salí tras ti clamando y eras ido” (canción 1). La huida y la ausencia del Dios cristiano lo expresa Juan de la Cruz cuando, preguntando a las criaturas -la hermosa creación de “bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado” Dios (canción 4)- no le sirven de mensajeros eficaces porque “no saben decirme lo que quiero” (canción 6); y lo único que escucha es su elocuencia muda “Un no sé qué que quedan balbuciendo” (canción 7).

Pero él busca presencia, un Dios tangible y presente, no silencio o balbuceo, y encuentra la respuesta satisfactoria y definitiva en la “cristalina fuente” de la fe (canción 12). El drama de la búsqueda de Dios se resuelve en la vida de Juan de la Cruz y de los cristianos santos en el encuentro con el Amado escondido y revelado en los “valles solitarios nemorosos”, en la “música callada” y la “soledad sonora” (canciones 15 y 16) y en el misterioso Aquello, que le dio el Esposo Cristo al alma enamorada en el matrimonio espiritual que transforma al hombre en Dios “por participación”.

En esta reflexión, por contraste, cabe el problema de la increencia, otro modo de estar Dios ausente de la civilización moderna, la otra cara de la moneda de Dios como problema del hombre, lo que llamó un gran teólogo el drama del humanismo ateo, que fue minoritario en tiempos pasados y está siendo mayoría en las masas de la civilización occidental, fundada, queramos o no, en raíces cristianas. Admitimos que los ateos pueden tener razones para no creer en una religión tan complicada y exigente como el cristianismo y suponemos que tienen razón. Lo que parece más irracional es que sean “antiteístas”, luchadores para extirpar la creencia de las gentes, porque existen al menos tantas razones objetivas para creer como para no creer.

Si en el pasado se perseguía a los ateos cuando la fe en Dios era un sostén de los estados confesionales y de la convivencia ciudadana y hoy lo consideramos un abuso del poder civil y de las Iglesias, mayor error es suprimir o perseguir al cristianismo, una civilización que creó la Europa civilizada y evitó en dos ocasiones que hoy sea musulmana.

Y mucho más irracional es destruir los vestigios de esa civilización, sus manifestaciones artísticas y culturales. Me parece más comprensible la actitud de los agnósticos que tienen tantas razones para creer como para no creer y por eso comprenden la racionalidad de las dos actitudes y respetan la creencia y la increencia que ellos mismos viven. Y lo absolutamente irracional son las guerras de religión, desgraciadamente tan abundantes en la historia de las civilizaciones.

Daniel de Pablo Maroto
Carmelita Descalzo
“La Santa” - Ávila
(Tomado de la página de los Carmelitas Descalzos de la Provincia Ibérica).

LAS RELIQUIAS DE SAN JUAN DE LA CRUZ: entre Úbeda y Segovia.

En la medianoche del 13 al 14 de diciembre de 1591 a la edad de cuarenta y nueve años, muere San Juan de la Cruz, compañero inseparable de Santa Teresa de Jesús, en su ardua tarea de reformar la Orden del Carmelo.

Inmediatamente después de la muerte de Juan de la Cruz, se extendió su fama de santidad. Dos años después de su muerte, su cuerpo que estaba en Úbeda (Jaén), desde el día de su fallecimiento, es llevado en secreto a Segovia, por Dña. Ana de Mercado y Peñalosa, ya que según cuentan San Juan de la Cruz había manifestado su deseo de ser enterrado en Segovia, diciendo a sus compañeros: " Doña Ana enviará a por mí y me traerá”.

En el traslado a Segovia se hacen las primeras amputaciones al cuerpo para obtener reliquias. En Madrid, un pie para el convento de Úbeda, pero en el translado las Carmelitas de Descalzas de Sabiote (Jaén), arrancaron del pie, aprovechando el orificio de una herida, dos huesecillos cuya ausencia era imperceptible.

Cinco años después de su muerte, el Papa Clemente VIII ordena que se restituya, se devuelva el cuerpo a Úbeda. Al final aún pidiéndose que se enviase la cabeza del Santo con otras reliquias solo se recibió para la veneración de los ubetenses, una pierna de rodilla abajo y un antebrazo. Todavía en el siglo siguiente, se repartieron distintas reliquias, entre las comunidades de frailes de Madrid y Medina del Campo y de monjas de Valladolid y de Segovia.

El proceso canónico lo inició el obispo de Valladolid en el año 1615 y posteriormente se envió a Roma. Ya antes, los superiores de la Orden, en el año 1603, dieron orden de que se recuperara toda la documentación existente sobre él y también la enviaron a Roma en el año 1618.

San Juan de la Cruz fué declarado Venerable el día 7 de noviembre de 1662. El 6 de octubre de 1674, Clemente X aprobaba los milagros que se habían presentado a su consideración y el mismo Papa, el 25 de enero de 1675 publicaba el Breve Pontificio de beatificación, beatificación que se celebró solemnemente en Roma el 21 de abril siguiente.

El Papa Benedicto XIII aprobó otros milagros atribuidos a su intercesión el día 12 de enero de 1726 y lo canonizó el 27 de diciembre del mismo año con la Bula “Pia mater Ecclesia”. El 24 de agosto de 1926, el Papa Pío XI, lo proclamó Doctor de la Iglesia.

Sus reliquias se encuentran parte en Úbeda y la mayor parte en el Convento de los Carmelitas Descalzos de Segovia, en una capilla monumental restaurada en 1926, por Félix Granda.

(Tomado de Facebook)

martes, 11 de diciembre de 2018

LOS GRANDES SÍMBOLOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ


A propósito de su cercana festividad litúrgica, voy rumiando lo que conozco del santo y guardo en mi memoria, para compartirlo en alguna de las celebraciones de esta semana: su biografía, que puede resumirse en sus tres nombres: Juan de Yepes, Juan de Santo Matías, Juan de la Cruz; su itinerario espiritual, sus libros, incluso su mala fama de hombre duro, austero, de autor difícil e inaccesible para la mayoría. Tampoco el misterio del santo se me ha abierto del todo a mí mismo, a pesar de haber estudiado largamente su obra; siempre digo que me es más afín Teresa: su espontaneidad, su lenguaje llano, su profundo humanismo, pero también siempre me sigo sumergiendo en las hondas aguas del mundo sanjuanista, tratando de beneficiarme de su doctrina. Así, en este rumiar, se me presentan los cuatro grandes símbolos que el santo utiliza en sus obras, y en lo que cada uno significa para mí mismo, luego de conocer la obra de Juan de la Cruz: El Monte, La Noche, La Fuente y La Llama. Trato de explicarlos brevemente con mis propias palabras: 

EL MONTE: Una de las obras de Juan, Subida al Monte Carmelo, y su famoso dibujo a mano del Monte de la Perfección, con su sendero recto y sus atajos, en una progresiva desnudez y desapego, para alcanzar la cima, donde vive Dios solo. De aquí sale esta imagen que me habla de ascenso, de esfuerzo, de sudor, pero también de anhelo, de propósito, de sueños. Evoco los montes del Antiguo Testamento en los que Dios habla a los profetas, sobre todo pienso en Elías en el Monte Carmelo, y en Jesús hablando largamente a sus discípulos. En determinado momento del ascenso dirá Juan: "Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley". Dios está (es) en la cumbre, y allí se sabe todo. También con los montes, que son altos, se vinculan las virtudes, y allí en el monte mana el agua pura. 

LA NOCHE: Aparentemente oscura, tenebrosa, pero que puede ser también ceguera momentánea a causa de la mucha luz. Juan dice que la noche es purificadora, y que cuanto más oscuro se hace, más pronto está el amanecer. Habla de Noche del espíritu y del sentido, de noche activa y pasiva, de aprendizaje y libertad al final de este proceso. "Oh, noche amable más que la alborada". Y es que en la noche ve el alma lo que Dios quiere, y en la noche se ora; Juan habla de noche dichosa, sosegada, serena. "La noche enseña ciencia a la noche". "Por esta noche oscura pasa el alma para llegar a la divina luz"; es un camino estrecho hacia la vida eterna, y el alma va dejando el estado de principiante para mejor aprovechar el don de Dios. 

LA FUENTE: Para mí este símbolo en Juan está vinculado al Cántico, porque la Fuente tiene su música también; la fuente que canta me remite al desierto, tal y como lo entiende El Principito. La fuente refresca, alivia, calma la sed, renueva, limpia. Es un símbolo luminoso. "La Fonte que mana y corre...", la que sostiene la ascensión al monte y el descenso a la oscuridad. Dios es como la fuente, de la que cada uno coge como lleva el vaso, el agua viva y cristalina, la que pidió la samaritana y la que el ciervo anhela. Dios es una fuente de amor que no deja de manar, y también el alma se vuelve fuente cuando está unida a Dios y fluye con Él. La Eucaristía es fuente de vida para todos los que a ella se acercan. 

LA LLAMA: El fuego que arde, la presencia del Espíritu divino en el ser humano. El amor, la vida, la herida que hace gozar y que enamora; lo que llena al ser humano y lo plenifica, y "que a vida eterna sabe". "El amor, cuyo oficio es herir, para enamorar y deleitar, como en la tal alma está en viva llama, estále arrojando sus heridas, como llamaradas tiernisimas de delicado amor". En la imperfección del alma esta llama no es tan amigable y suave, pero sí lo es en el estado de unión con Dios. Entonces es sabrosa y consume. 

Caminando a la parroquia, para celebrar la misa, caigo en la cuenta de que estos cuatro símbolos coinciden con los famosos cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego, o al menos a mí me lo parece, y entonces adquieren para mí, sentido de totalidad y plenitud, y me permiten comprender mejor el misterio de Dios y de la vida.  

 Esto tengo que seguirlo meditando todavía un poco más....

Fray Manuel de Jesús, ocd

sábado, 8 de diciembre de 2018

EL AMOR EN SAN JUAN DE LA CRUZ (versión ampliada).

 En una entrada anterior que publiqué aparece una versión inicial de este artículo; ahora con motivo de la cercana fiesta de San Juan de la Cruz, comparto una versión algo más amplia, que ojalá pueda seguir trabajando...


EL AMOR EN SAN JUAN DE LA CRUZ: “Donde nace el agua y se hace todo fruto”.

-1-
Cierta conversación reciente con una amiga, a partir de algunos fragmentos compartidos de las CAUTELAS de San Juan de la  Cruz, avivaron mi deseo de presentar la otra cara del santo, o mejor, la imagen completa de quien a menudo se promueve solo como defensor de la ascesis y la renuncia, como el “doctor de las nadas o de la noche oscura”. Es innegable que Juan de la Cruz tiene pasajes en sus obras que intimidan por su aparente dureza, y más si son leídos sesgadamente, sin insertarlos en la totalidad de su propuesta espiritual, pero la clave de toda la obra de San Juan de la Cruz es la UNIÓN CON DIOS, y esto solo es posible, como nos enseña el mismo santo, a través del amor.

Cito las palabras de Alberto Barrientos en su presentación de las Obras Completas de San Juan de la Cruz para confirmar lo anterior: “Que San Juan de la Cruz es un autor ascético que sacude sin contemplaciones las mismas raíces del hombre es algo que está patente en sus escritos; pero no lo es menos que ese ascetismo tiene sus raíces en la radicalidad del Evangelio, leído y vivido sin fáciles componendas, y que todo ese ascetismo no es, en su sistema, más que una parte de un proceso que busca únicamente elevar al hombre a las más altas cotas de su dignidad y grandeza. Nadie ha hablado tan altamente del hombre, ni nadie ha hablado tanto de amor, como San Juan de la Cruz”.

Por supuesto que este santo es un autor algo difícil para quien no está iniciado en el lenguaje de la teología escolástica y quiere adentrarse en su prosa, que no tiene menos hondura, calidad o belleza que su poesía; me atrevería sin embargo a proponer que saca provecho quien le lee sin mucho bagaje espiritual o teológico y busca ir descifrando en sus palabras pautas que promuevan la experiencia personal. Yo me propuse hacerlo hace ya unos cuantos años y lamentablemente mi maestro de entonces me frenó, con el argumento de que no sabía suficiente teología; hoy leo aquellas pocas páginas que me guardo de aquel intento, y descubro en ellas una claridad y frescura que no pude conseguir después.

También creo que tal y como están organizados habitualmente los escritos del santo en el volumen de sus obras completas no es el mejor, al menos pedagógicamente para quienes se adentran en su propuesta espiritual. No ha de comenzarse leyendo los libros de SUBIDA AL MONTE CARMELO o NOCHE OSCURA, ni siquiera sus ESCRITOS MENORES (poemas, dichos, consejos), sino que lo primero ha de ser el CÁNTICO ESPIRITUAL, tanto el poema como su comentario, que pretende presentar, según el propio Juan de la Cruz, todo el itinerario, "desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega al último estado de perfección”.
De ahí que me propongo ahora mostrar, utilizando pasajes del CÁNTICO, algunos textos que nos acercan a  la esencia de la doctrina sanjuanista, y que según el título de la obra “trata del ejercicio de amor entre el alma y el esposo Cristo”. No voy a agotar la riqueza doctrinal que este libro contiene, tan solo dar una mirada rápida, al menos por ahora, para, como dirían nuestros santos, “engolosinar”.

Para empezar con justicia, tendría que citar la anotación a la canción primera del poema, cuyas palabras iniciales son “Cayendo el alma en la cuenta…”, pero comentar este párrafo de densa y hermosa enseñanza merecería un artículo entero; mejor me fijo en la motivación que está al comienzo del camino: el anhelo, el gemido, el corazón herido de amor.  Ese es el impulso para adentrarse de veras en esta senda que Juan nos propone: un fuerte anhelo de amor por la ausencia del Amado.

Luego vuelvo un momento atrás, al prólogo del libro, para citar esta frase: “Los dichos de amor es mejor declararlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu que abreviarlos a un sentido que no se acomode al paladar” (Prólogo, 2); es decir, que nos atrevamos a leer y escuchar con el corazón, y así descubrir lo que necesitamos descubrir en estas frases de San Juan de la Cruz, y nos quedemos deseando más.

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FRASES QUE HABLAN DEL AMOR.  Primero, encontramos esta afirmación: “El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Dios en el alma está escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo” (1,6). Dios está dentro, íntimo, escondido, como buen enamorado, y por eso para encontrarle y dialogar con él también nosotros necesitamos “escondernos”, y andar la senda del amor. Dice el santo al alma (a la persona): “Tú misma eres el aposento donde él mora”,  y esto ha de ser fuente de alegría y contento, porque “todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti, que esté en ti, o mejor decir, tú no puedas estar sin él”. Aquí está, a mi entender, el fundamento de todo camino interior sano: el Amor habita en nosotros, somos amados; hay una presencia divina en nosotros, que es don y no premio, porque nunca lo merecemos. Pero el mismo Jesús dijo que “el reino está dentro de ustedes” (Lc 17,21), y Pablo reafirmó: “Ustedes son templos de Dios” (2Cor6, 16).
                  
Los más exigentes dirán ahora: ¿Y el pecado? ¿No aleja a Dios de nosotros? Aquí dice el texto: “Grande contento es para el alma entender que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal” (1,8); el vínculo nuestro con él parte de la confianza en que el amor de Dios siempre es primero, y que está cerca de quien se dispone para él. Es decir: tenemos dentro a Dios, que es amor, y está escondido como un enamorado  que busca apartarse con su amada; también nosotros hemos de escondernos con él para adentrarnos en esta senda de amor que es la amistad con Dios en Jesús. Y cuando hables con él, dice Juan, “Llámale Amado, para más moverle e inclinarle a su ruego, porque cuando Dios es amado, con grande facilidad acude a las peticiones de su amante” (1,13), y “De Dios no se alcanza nada si no es por amor” (1,13).
  
Todo el lenguaje que utiliza San Juan de la Cruz para hablar de la experiencia que busca la unión con Dios es un lenguaje amoroso, porque no hay otro modo de expresar o explicar lo inefable del amor. Así habla de herida, gemido, ausencia, esperanza, etc; utiliza también la imagen del fuego para expresar el encuentro amoroso: “Unos escondidos toques de amor que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor, y estas propiamente se llaman heridas de amor…” (1,17).[1]  Aquí aparece también la famosa palabra que asusta a tantos, “nada”, tan propia del lenguaje sanjuanista, pero evidentemente no se refiere a vacío, sino todo lo contrario: “Los apetitos y afectos todos se conmueven y mudan en divinos… y el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino amor” (1,18).

Dilema místico: ausencia y anhelo del Amado, porque está, pero escondido, y por eso dice el poeta: “Salí tras ti clamando y eras ido”. Porque la herida de amor no encuentra alivio sino en quien la hirió, y no me resisto a citar las mismas palabras del místico: “En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que la hirió; y por eso, esta herida alma salió en la fuerza del fuego que causó la herida tras de su Amado que la había herido, clamando a él para que la sanase” (1,20). Así el enamorado vive con esta pena y ausencia de Dios, que le impulsa a seguir buscando y creciendo en este camino. “Cuanto más el alma conoce a Dios, tanto más le crece el apetito y pena por verle” (6,2).

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El amor de Dios en el corazón del discípulo le abre al mensaje de amor que Dios dejó en su creación, y también por supuesto en sus criaturas. El amor de Dios no pugna con nuestro amor a los demás, pues “Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura, / y yéndolos mirando/ con sola su figura/ vestidos los dejó de su hermosura” (Canción 5). El alma habla con las criaturas, preguntándoles por su Amado, pues, “las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría y otras virtudes divinas” (5,3).  San Juan de la Cruz dice primero que habla de “presura” porque “las criaturas son las obras menores de Dios, que las hizo como de paso”, pero en el Verbo, Cristo, que es su obra mayor, las miró y las levantó, comunicándoles el ser sobrenatural, y dejándolas vestidas de hermosura y dignidad.  

Este encuentro con el rastro de Dios en sus creaturas aviva el anhelo y dolor por la ausencia del Amado, y comentando la canción 7 habla de tres maneras de penar el alma por el Amado: la primera se llama herida, la segunda se llama llaga y la tercera es como morir. La creación y las criaturas hablan maravillas de Dios, pero también hieren, por eso dice el verso: “De ti me van mil gracias refiriendo/ y todas más me llagan/ y déjame muriendo/ un no sé qué que quedan balbuciendo”.  Así es la comunicación que hacen de Dios, como el balbucir de los niños, que no aciertan del todo a decir y dar a entender lo que se necesita.

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Creo que aquí es necesario hacer un paréntesis: el camino del amor no es un camino fácil, un camino de rosas,  y ya desde el comienzo afirma Juan de la Cruz: “Este gemido, pues, tiene aquí el alma dentro de sí en el corazón enamorado; porque  donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida clamando siempre en el sentimiento de la ausencia” (1,14); Porque, claro que el amor hiere y hace clamar por lo amado; como escribió el apóstol, hace gemir, y es que “El alma más vive donde ama que en el cuerpo donde anima” (8,3).  Este camino del Amor tiene sus propias exigencias; todo lo dicho antes no nos exime del ejercicio de las virtudes y ejercicios espirituales, que nos disponen mejor para el encuentro anhelado. 

Así encontramos varias afirmaciones en este sentido, y pongo algunos ejemplos: “El que busca a Dios, queriéndose estar en su gusto y descanso, de noche le busca, y así no le hallará” (3,3). Habla de virtudes y mortificaciones, porque “para buscar a Dios se requiere un corazón desnudo y fuerte” (3,5), y esto lo dice, advirtiendo que no solo los bienes temporales y deleites corporales pueden convertirse en obstáculos en el camino de Dios, sino “también los consuelos y deleites espirituales, si se tienen con propiedad o se buscan, impiden el camino de la cruz del Esposo Cristo”. En Cántico también se incluye esta dimensión purificadora y ascética del camino espiritual, pero mi propósito ahora mismo es poner la atención en la otra dimensión, tantas veces ignorada de la obra del santo, por lo que no voy a ahondar en este elemento del libro. Cierro aquí poniendo la atención en el sentido paradójico del camino cristiano, visible en esta afirmación: “Tal es la miseria del natural de esta vida, que aquello que el alma le es más vida y ella con tanto deseo desea, que es la comunicación y conocimiento de su amado, cuando se le viene a dar, no lo puede recibir sin que casi le cueste la vida” (13,3). Así dice también una canción muy conocida: “Lo más hermoso nos cuesta la vida”; nada hay por encima del amor.

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LA SALUD ESTÁ EN AMAR: “La salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa que falta de salud, de manera que, cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; mas cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva, pero está muy debilitada y enferma por el poco amor que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y, cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida” (11,11).
En fin, que “el mirar de Dios es amar y hacer mercedes” (19,6), y Teresa de Jesús tiene una frase similar.

En Cántico 27, 1 y 2, San Juan de la Cruz utiliza dos símiles valientes para hablar del amor de Dios al alma: primero, dice que Dios se da alma, le regala, como si él fuese su esclavo y el alma fuese Dios; luego, habla de Dios con imágenes femeninas: dice que regala y sirve al alma como la madre sirve y regala a su hijo, “criándole en sus mismos pechos”, que están abiertos para el ama con tan soberano y largo amor. Precioso. Luego dice más adelante: “Dar el pecho uno a otro es darle su amor y amistad y descubrirle sus secretos como a amigo” (27,4).

En la canción 28 sigue hablando de amor, comentando el verso tan citado: “Mi alma se ha empleado/ y todo mi caudal en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio”. Y afirma: “Dios no se sirve de otra cosa sino de amor”, y explica el por qué: “Todas nuestras obras y todos nuestros trabajos, aunque sea lo más que pueda ser, no son nada delante de Dios; porque en ellas no le podemos dar nada ni cumplir su deseo, el cual es sólo engrandecer al alma”. Lo que agrada a Dios es hacer crecer al ser humano, engrandecerlo, y eso solo lo consigue igualándole consigo, y esto se realiza únicamente en el amor. “La propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada”. Este es el camino, el modo de hacer la voluntad de Dios; tratar con Él no ya buscando ganancias, ni gustos ni otras cosas, sino ejercitándose en el amor, amándole, amando. En esto ha de emplearse el alma, y solo desde aquí se entiende esta suplica: “Amado mío, todo lo áspero y trabajoso quiero por ti y todo lo suave y sabroso quiero para ti” (28,10).

Este continuo ejercicio de amor aprovecha mucho a la Iglesia, y deja claro luego que “para este fin de amor fuimos criados”. Aquí hay una defensa fuerte de la vida contemplativa, pues el santo dice que en este momento han de olvidarse y dejarse las obras exteriores, aunque sean de gran servicio de Dios; con esto no está rechazando el compromiso de una vida activa, sino defendiendo un momento particular del itinerario espiritual del discípulo. Todos conocemos la historia de Marta y María en los Evangelio: cada una tiene su sitio en el discipulado, y ambas pugnan constantemente en nosotros; aquí el Santo pide valorar el ejercicio interior, la contemplación, frente a un activismo desenfrenado,  a menudo habitual entre quienes están llamados a crecer en amistad y comunión con Dios para poder servir mejor.

Cito Cántico 29, 3: “Adviertan pues, aquí los que son  muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejando aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración… porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño”.

El propósito del camino cristiano es la comunión de amor con Dios en Jesús, y por ello la oración no es otra cosa que ejercicio de amor; las obras no pueden hacerse sino en virtud de este amor, y así ha de valorarse el ESTAR CON DIOS en intimidad, sobre todo quienes “quieren que todo sea obrar…, no entendiendo ellos la vena y raíz oculta de donde nace el agua y se hace todo fruto”. Y aquí también se le une Teresa, con un texto de Moradas Séptimas (4,15): “No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de la obra como el amor con que se hacen”.

Me detengo aquí por el momento, pero pienso seguir buscando ideas en los escritos del santo carmelita, para provecho propio y de quien quiera servirse.

Fray Manuel de Jesús, ocd.


[1] Merece recordarse aquí la experiencia teresiana, conocida como transverberación. Buscar cita.

martes, 4 de diciembre de 2018

VERDADES FUNDAMENTALES

"Dios, en cualquiera alma, aunque sea la del mayor pecado, mora y asiste sustancialmente
(Subida 2, capítulo 5, 3).

"Cuanto más fe el alma tiene, más unida está con Dios
(Subida 2, capítulo 9, 1)

"Va Dios perfeccionando al hombre al modo del hombre"
(Subida 2, capítulo 17, 4)

San Juan de la Cruz

lunes, 3 de diciembre de 2018

DICHOSA VENTURA

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"La historia de los carmelitas descalzos no es tanto la que se puede reconstruir a partir de los documentos y de los archivos, cuanto aquella que cada hijo de santa Teresa emprende saliendo en la noche, sin otra luz que aquella que le arde en el corazón, hacia el objeto del deseo o, mejor: atraído por la fuerza de Aquél que lo desea y lo espera. Es la historia de una “dichosa ventura”, en la cual se gana más cuanto más se pierde; cuanto más uno se aleja, tanto más se acerca; cuanto menos se es protagonista, tanto más se participa en el protagonismo del Espíritu de Dios en la historia" 

(Fr. Saverio Canistrá, Prepósito General OCD).

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...