domingo, 27 de junio de 2021

CONTEMPLACIÓN: RASTREAR LAS HUELLAS DE DIOS EN LA PROPIA VIDA...

El que quiera ser escuchado cuando habla de Dios debe haber hablado primero con El. La dimensión contemplativa es inherente a la misión profética del testigo de Dios. Si "a Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18), tampoco el creyente puede verle. Su deber es escuchar su Palabra, o sea, "mirar las Escrituras como el rostro de Dios" (S. Gregorio Magno). El que quiera ponerse al servicio de la evangelización ha de ser contemplativo, o sea, ha de "ver el corazón de la Palabra con los ojos del corazón" (S. Agustín).

 Para ejercitarnos en la contemplación, indispensable para evangelizar hoy, pueden ayudar estos dos objetivos: 

1º. Descubrir la presencia de Dios en la vida, rastreando sus huellas. Se trata de vivir como si se viera al Invisible (al menos de lejos: Hb 11,14). Más que preguntarnos por si Dios significa algo en nuestra vida, hemos de buscar cómo, cuándo, dónde y, sobre todo, qué es lo que nos está diciendo en lo que estamos viviendo. Es entonces cuando nos descubrimos "Como presencia del Dios ausente, como signo de Él". Al comunicársenos, Dios se extrovierte, se desvela, abre su intimidad. Diciéndose, Dios salva. Porque su Palabra hace lo que dice. Hablando, Dios nos ha creado. Hablándonos, se recrea. Para el creyente, el cosmos y la historia son producto y prueba del talante conversador de Dios. Por esto, prestando atención a la realidad y asumiendo su propia historia, logra el creyente escuchar a Dios y hacer experiencia de Él. Regresando a las raíces de nuestro ser, podemos deshacernos del acoso del quehacer diario, sin aislarnos del mundo y de los hermanos. 

2°. Descubrir el querer de Dios sobre la propia vida. La vida no tiene en Dios únicamente su origen. En Él tiene también su meta. Quien vive porque Dios lo ha querido, no puede vivir según quiera. Su vida fue amorosamente programada por Dios. El proyecto de vida que podamos elegir no siempre coincide con lo que Dios había soñado de nosotros. Se impone ver el mundo y contemplarnos a nosotros mismos con los ojos de Dios. El testimonio de ese Dios viviente, con el que uno se encuentra cuando emprende la tarea de asumir su querer como quehacer, es el centro de la nueva evangelización. Hoy el creyente hace experiencia de Dios inmerso en la vida y comprometido en las metas que El mismo ha puesto a la existencia".

JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ
(Selecciones de teología, #140, 1996)

domingo, 20 de junio de 2021

LA CONTEMPLACIÓN COMO SERVICIO APOSTÓLICO

Pese a su eficacia reconocida, la lectio no deja de ser un método de oración. Para esto se requiere la fe. Y justamente la fe es lo que hoy está en crisis. El contexto secularizado en el que se vive hoy en el mundo occidental exige una decisión de fe personal que no puede fundamentarse ya ni en la costumbre ni en el ambiente ni en las tradiciones recibidas. Más aún, la fe es irrelevante en nuestras sociedades. En consecuencia, el creyente, como tal, es cuestionado y marginado tan sutil como eficazmente. Y no parece que los creyentes nos preparemos para hacer frente a esa situación. De hecho, respondemos de forma atolondrada. O tratamos de guardar la fe individual en la propia intimidad o pretendemos vivirla en grupos reducidos y homogéneos. Lo primero está expuesto al peligro de privatizar la fe, como si se tratase de un sentimiento personal. En el segundo caso se manifiesta la tendencia al elitismo: sólo se consideran buenos los que son buenos con uno mismo o con el propio grupo. En ambos casos aparece un debilitamiento en la vivencia común de fe y un "desenganche" de la Iglesia. 

No basta, pues, con salvar la propia fe. El cristiano nace, no cuando dice creer, sino cuando da testimonio de su fe. Ha llegado para la Iglesia la hora de la evangelización, que ha de afrontar retos nuevos. Pero la novedad de esa evangelización no depende de los contenidos ni de una presentación del Evangelio. Ni siquiera la nueva situación de los destinatarios impone por sí misma una evangelización. Que los posibles oyentes del Evangelio hayan cambiado no cambia el mensaje. Hoy como ayer, la evangelización depende de los evangelizadores: "para devolver un sentido evangélico a la sociedad actual es preciso formar bien a los evangelizadores", pues "sólo una Iglesia evangelizada es capaz de evangelizar". 

La novedad de la predicación cristiana radica en que la vida del evangelizador se ajuste al Evangelio. Y si el evangelizador no ha tenido el Evangelio en su corazón, si el Evangelio no ha sido objeto de su contemplación y motivo de su plegaria, no logrará mantenerlo en su boca. La nueva evangelización necesita creyentes nuevos. La llamada a la nueva evangelización es ante todo una llamada a la conversión, una conversión a la contemplación, de forma que transformemos en oración las obras de las manos. La oración cristiana no puede proponerse como meta únicamente el restablecimiento de la paz interior. La oración ni es un camino de introspección ni ha de llevar al ensimismamiento. La oración cristiana es diálogo con Dios, que es el que lleva siempre la iniciativa. Y es ejercicio de fraternidad, que se afirma cuando se reza (Mt 6,9) o se ha de restablecer para poder rezar (Mt 6,15): cerrarse a Dios lleva a cerrarse en uno mismo.

JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ
(Selecciones de teología, #140, 1996)

sábado, 19 de junio de 2021

CAMINOS DE ORACIÓN: LA LECTIO DIVINA...

La lectio es un "ejercicio sistemático de escucha de la Palabra". Quien se ejercita en ella tiene como meta descubrir la voluntad de Dios en su propia vida. Para esto emplea como medio la lectura de la Biblia siguiendo una metodología precisa, aunque flexible. La lectura de la Biblia es el instrumento de la escucha de Dios. Es al mismo tiempo lectura de la Biblia y lectura de la experiencia, lectura de la Biblia y lectura de la vida. El esfuerzo de escucha es personal e intransferible, pues Dios nunca habla indiferenciadamente ni quiere lo mismo de todos. Su escucha, pues, no es delegable. Ni siquiera la comunidad eclesial, que es el ámbito propio para la escucha de Dios, puede sustituir el esfuerzo individual de búsqueda. 

La denominación lectio divina se atribuye a Orígenes. La tradición monástica la asumió y sistematizó. Hoy sigue siendo el método más recomendable de lectura creyente de la Biblia. No requiere educación especial, pero sí cierta disciplina. En su forma clásica, la lectio tiene cuatro etapas, que responden a las actitudes permanentes que debemos tener frente a la Palabra de Dios. Han de recorrerse todas y en el orden que se indica. No obstante, en la práctica habitual no es fácil diferenciarlas: son grados de un único proceso. 

1ª. La lectio. Es la lectura pausada y repetida del texto bíblico, hasta que el texto hable por sí mismo. Por más conocido que resulte, esa lectura del texto jamás ha de omitirse. Creerse ya familiarizado con un texto suele llevar a no saber apreciarlo. La lectura pretende entender el texto por lo que en él se dice. No es el lector el que pone cuestiones al texto, sino que se ha de dejar cuestionar por lo que él dice. Ha de atenderse al texto y desinteresarse de cuanto a él le preocupa. Y lo conseguirá si se fija en cómo lo dice, respetando tanto los silencios del texto -lo que no dice por obvio que parezca- como la forma de decirlo. La lectura atenta es el primer paso hacia la adhesión del lector a la Palabra. No basta con hacerse una idea global sobre los temas fundamentales. Pero tampoco es absolutamente necesario conocer el contexto, histórico y literario. Aunque, sin duda, esto también ayuda. No se lee ni para ilustrarse ni para ilustrar, sino para conocer la voluntad de Dios. No resultan, pues, imprescindibles más saberes previos que el saber leer y el saberse responsables ante Dios. La lectura debería ser en voz alta para restituir a la lectura su ambiente primero: la proclamación oral. 


2ª. La meditatio es la reflexión sobre el sentido del texto y, su aplicación a la vida del lector. Este ya sabe lo que dice el texto en sí. Ahora busca lo que le dice a él. Se trata de "perforar la pared de la distancia entre el ayer del texto y el hoy de nuestra vida". Cuando la lectura convierte el texto en palabra propia, cuando hace suya la Palabra de Dios, ha llegado el momento de la meditación: la búsqueda de la verdad oculta en el texto. Es el momento de hacerle preguntas al texto y de resumir su sentido en una frase. La percepción del sentido del texto no procede tanto del estudio cuanto de la experiencia vital del lector. Implica, pues, a toda la persona, que es sujeto y objeto a la vez de la meditación. Por confrontarse con la Palabra, la meditación se distingue de la mera introspección. Para que el texto ilumine la vida, la vida ha de iluminar el texto. 

3ª. La oratio es la consecuencia de esa confrontación entre lo que dice la Palabra y lo que está viviendo el que la escucha. Ante lo que Dios quiere de uno se experimenta la propia pobreza. Y se inicia el diálogo, que es el centro de toda experiencia de oración. Es conversación no sólo porque el orante se vierte en lo que Dios le habla, sino también porque busca convertirse a él. En el proceso la oración tiende a prolongarse en la vida diaria. La oración tiende a simplificarse: el orante aprende a expresarse mejor con menos palabras. El texto bíblico presta el motivo y las palabras de la oración. Es así como la Palabra se vuelve alimento vital y el orante va aceptando el punto de vista de Dios, que ha descubierto, guiado por la Palabra, en el interior de su vida. 

4ª. La contemplatio es silencio y adoración, admiración y gusto ante lo que Dios nos dice. El texto pierde importancia, pues Dios mismo se deja vislumbrar. Desaparece la preocupación por entender lo que dice el texto e, incluso, lo que a través de él me está diciendo Dios, para centrarse en experimentar y gustar al mismo Dios que habla. Al orante le basta saberse contemplado por Dios para acallar cualquier urgencia o necesidad. No hay que cejar hasta llegar a esto. 


De la conversación con Dios se pasa, pues, a saberse en su presencia; de la atención a sus palabras a saberse atendido por su querer; del mirar a Dios a saberse contemplado por El; de la escucha de su Palabra a su descubrimiento en nuestra vida. La oración es una búsqueda de Dios, pero también es revelación de Dios. Pero para llegar a esto no es preciso separarse del mundo. La contemplación evita la huida del mundo. El lugar de la experiencia de Dios está en la propia vida. 

Aquí termina el itinerario de la lectio divina en su versión clásica. La lectura privilegia el momento de la comprensión; en la meditación prima el esfuerzo de apropiación: la oración da paso al diálogo con Dios; en la contemplación aparecen el silencio y la adoración. Apoyado en la complejidad del proceso humano, que va del pensar al actuar, Mons. Martini lo prolongaba en cuatro etapas adicionales. 

La consolatio, un gozo íntimo, efecto de la certeza de vivir en comunión con Dios, es el estado que resulta de la contemplación y en el que surgen las grandes opciones cristianas. La discreteo consiste en la intuición espiritual que logra dar con lo que Dios pide en cada momento concreto. La deliberatio es la decisión interior que lleva a elegir siempre en conformidad con la voluntad divina. La actio es la realización de lo discernido y asumido como querer de Dios. 

La lectio divina, pone pues en marcha un proceso de vida en la que se cuenta con mejores garantías de acertar con lo que Dios quiere y se obtiene mayor generosidad para ponerlo por obra. Con este añadido se subraya la dimensión operativa de la oración y se señala la presencia de la gracia a lo largo de todo el proceso. Se gana en claridad. Pero no se evita cierta impresión de artificiosidad. De hecho, cuanto se detalla iba ya incluido en el modelo clásico. 

JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ 
(Revista Selecciones de teología, #140, 1996)

viernes, 11 de junio de 2021

LA CONVERSIÓN DE TERESA DE JESÚS

Ante todo, su conversión acaece en el encuentro personal de ella con Cristo. Encuentro aparentemente desencadenado por la presencia de una imagen emotiva del Ecce Homo, pero vivido real y personalmente en lo más profundo de su ser. No fue un encuentro externo...

Santa Teresa se convirtió en edad ya adulta, a sus 39 años: en 1554, cuando llevaba viviendo casi veinte de religiosa carmelita en el monasterio de la Encarnación, donde convive con una comunidad numerosa de más de cien monjas. Buena monja ella, pero “una de tantas”, sin definir con rasgos propios su vocación personal. Una más en el grupo. Ella misma se recuerda como si viviera una vida doble: por momentos, vida de oración; pero muchos momentos más, vida anodina y pérdida de tiempo con amistades sin sentido religioso. Anegada en la rutina de lo cotidiano. “Como las muchas”, dice ella.

A ratos, trabaja fuerte por definirse y personalizar su vida religiosa. Pero en vano. Lo cuenta en su autobiográfico Libro de la Vida (c. 8-9), escrito diez u once años después. Basta releer el comienzo del relato (c. 8, 12):

Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese la vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole” .

Hasta que de pronto, en ese paisaje desolado de su vida, irrumpe fortísimo el episodio de su conversión. Teresa lo recuerda (Vida c.9) como el hecho central de su existencia. Es una vivencia en tres tiempos:

Ante todo, su conversión acaece en el encuentro personal de ella con Cristo. Encuentro aparentemente desencadenado por la presencia de una imagen emotiva del Ecce Homo, pero vivido real y personalmente en lo más profundo de su ser. No fue un encuentro externo, a distancia, sino íntimo, intenso, entrañable. Lo revive ahora al contárnoslo:

Acaeciome que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”.

Basta subrayar dos o tres detalles del episodio: Teresa ve no ya la imagen, sino lo que el Cristo “muy llagadopadeció por nosotros. Viéndolo, la traspasa a ella, como si se le partiera el corazón. Y todo se le vuelve anhelo por el cambio de vida, suplicándole me fortaleciese ya ¡de una vez! A la vez, Teresa revive las conversiones de dos pecadores que, como ella, se encontraron con Cristo a mitad de la vida: primero, el episodio evangélico de la mujer pecadora, la Magdalena. Lo refiere así:

"Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí, cierto, el Señor dentro de mí, poníame a sus pies…” como ella, asociándola a mi petición de perdón. “Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios”.

Auténtica empatía de Teresa con la pecadora del Evangelio, que le permite revivir y ahondar el encuentro de las dos con el Señor, al que Teresa siente tan entrañable como piensa lo fue el de la Magdalena en Betania o en el Calvario. (Teresa, como la piedad de entonces, funde en un solo personaje simbólico a la pecadora del Evangelio, ala María de Betania, y a la Magdalena del Calvario.)

Y en segundo lugar, el encuentro con la conversión de san Agustín, narrada en vivo por él mismo en las Confesiones. A las manos de Teresa llega este libro del Santo ese año 1554, en que fue publicado por vez primera en versión castellana. Y Teresa, que es lectora ávida y asidua, lo lee apasionadamente, empatizando alternativamente con el Agustín pecador y con el Agustín santo. Revive el episodio de Milán como si también ella oyera la voz del niño cantor, que la invita a leer las palabras de otro convertido, Saulo de Tarso. Lo refiere así:

En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto… Como comencé a leerlas, paréceme me veía yo allí… Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y lágrimas… Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas.”

No sabemos en qué orden cronológico se sucedieron en el alma de Teresa esos tres o cuatro encuentros experienciales: con el Cristo “muy llagado”, con la Magdalena, con Agustín y con el apóstol Pablo. Lo que sí resulta patente es que en ella da un vuelco la vida. Extrañamente, ahora pasa a ser ella misma. Entabla una auténtica relación personal con Cristo. Vive en verdad su consagración religiosa. Y desde el punto de vista de sus dispersivas relaciones sociales, recupera la libertad, y ésta le permite marcarse a sí misma nuevo rumbo.

Para ella la conversión tiene fundamentalmente dos componentes: la componente ética con el cambio radical de vida y costumbres; y la componente cristológica: Cristo presente en su vida como referente fundamental. Pero en orden inverso. Ante todo, Cristo en persona se le ha convertido en la razón de su vida consagrada y de toda su vida, no como un factor más, sino como una persona presente y motivante. Y desde Él surge la “determinada determinación” en su cambio de conducta. 

Si Teresa se ha convertido de mala o mediocre en buena carmelita, o de buena en mejor, se debe a que su relación con Cristo ha pasado de meramente teórica a profundamente real y vivencial. Él le ha cambiado la vida.

Por eso, en el relato autobiográfico, terminado el capítulo de la conversión, irrumpe inmediatamente la experiencia mística de Teresa, como una novísima manera de vivir su oración, de expresar su fe, de entablar relaciones con los hermanos, con la Iglesia, con el mundo… Y esta nueva situación ocupará el resto de su relato autobiográfico (otros 31 capítulos), que ella concluirá con expresiones como ésta:

“¡Qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos! ¡Y qué de ello, qué de ello, qué de ello –y otras mil veces lo puedo decir- me falta para esto! Por eso, no había de querer vivir…, porque no vivo conforme a lo que os debo. ¡Con qué de imperfecciones me veo! ¡Con qué flojedad en serviros! Es cierto que algunas veces me parece querría estar sin sentido, porno entender tanto mal de mí. ¡Él, que puede, lo remedie!”(Vida 39,6).

Así se ve a sí misma la Teresa convertida. Incluso, ha cambiado de nombre. Ahora es “Teresa de Jesús”.


AUTOR: P. Tomás Álvarez, OCD

viernes, 4 de junio de 2021

LIBRO DE LA VIDA Y RELACIONES: EL ALMA DE TERESA

La carmelita descalza Cristina Kaufmann (Epd), escribió EL LENGUAJE DE LOS MÍSTICOS; de ese libro es el siguiente texto; su presentación del LIBRO DE LA VIDA y RELACIONES, de Teresa:  

"El Libro de la vida es la detallada exposición de sus vivencias interiores con el fin de no ser engañada. Los primeros apuntes son de 1562. No es una autobiografía factual sino una exposición de cómo Dios se halla en su vida. Idéntica finalidad persigue con las Relaciones, entregadas a sus consejeros desde 1560 a 1581. Me remito a los buenos estudios existentes. Intentaré exponer como leo la vida de la Santa y comentar algunos pasajes. 

Subrayaré en primer lugar, la capacidad de conexión con el lector. Lo que se redactó como la experiencia mística de una monja castellana del s. XVI, se convierte en espejo del alma femenina tocada en todas sus dimensiones por el Misterio. Teresa nunca está sola en su papel, siempre está acompañada por Dios mismo. Esta compañía confiere al relato una vivacidad que arrastra al lector a su propia relación con el Misterio. Su autobiografía es teología de la encarnación, no sólo por su cristología, sino por su confesión de la verdad trascendente como fundamento de cada vida humana. 

Su capacidad comunicativa con Dios, Cristo, las hermanas, el confesor le viene de su esencial actitud “re-ligiosa”. Se sabe totalmente vinculada a Dios y sólo desde ahí puede vivir intensas relaciones sin naufragar en la superficialidad. 

El Libro de la vida agavilla autobiografía histórica, reflexión interior, confesión de sus pecados, oraciones de alabanza o súplica, de intercesión, de imprecación amorosa, reflexiones personales sobre personas y sucesos de la historia de su tiempo. La parte más profunda se refiere a las “mercedes” de Dios, ensamblada en el relato con una naturalidad admirable, fruto de su convicción de que en la vida lo más “natural” es Dios mismo. Naturalidad sorprendente para los mismos creyentes de hoy perdidos en la búsqueda de la radical unidad de su vida. 

Superadas las complicaciones de la fundación de San José, Teresa tiene un momento de calma para poner orden en su propia existencia y dar cuenta de las corrientes de su vida interior. El libro obedece a esta exigencia. Creo que contempla como a “media jornada” la obra de Dios en ella. Y el Señor aprovecha esta pausa para acosarla de nuevo como testigo de sus misericordias con los hombres. 

Concluye el libro con una exposición de su estado de ánimo. Después de narrar numerosas experiencias místicas, en el capítulo 40 expone sus dudas y peticiones. Y concluye: “De esta manera vivo ahora, señor y padre mío. Suplique vuestra merced a Dios, o me lleve consigo o me dé cómo le sirva” (cf. V 40). Le quedan 20 años de trabajos y relaciones con miembros de la sociedad de su tiempo, que ofrecen un paralelo con la apasionada vida de San Pablo. 

El Libro de la vida y las Relaciones son el itinerario directo al alma de Teresa. La Vida concluye en 1565 con la fundación de San José. Las Relaciones abarcan prácticamente toda su vida de monja descalza, la primera es de 1560 y la última de 1581, un año antes de su muerte. Las Relaciones nos presentan como en vistas fijas toda la corriente interior de su espíritu, vivencias, secretos de consultas espirituales, avisos a frailes carmelitas y nos permiten contemplar la imagen que la Santa tenía de su propia existencia y admirar su gran libertad y autonomía ante quienes tiene como jueces de su vida interior". 


FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...