sábado, 8 de diciembre de 2018

EL AMOR EN SAN JUAN DE LA CRUZ (versión ampliada).

 En una entrada anterior que publiqué aparece una versión inicial de este artículo; ahora con motivo de la cercana fiesta de San Juan de la Cruz, comparto una versión algo más amplia, que ojalá pueda seguir trabajando...


EL AMOR EN SAN JUAN DE LA CRUZ: “Donde nace el agua y se hace todo fruto”.

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Cierta conversación reciente con una amiga, a partir de algunos fragmentos compartidos de las CAUTELAS de San Juan de la  Cruz, avivaron mi deseo de presentar la otra cara del santo, o mejor, la imagen completa de quien a menudo se promueve solo como defensor de la ascesis y la renuncia, como el “doctor de las nadas o de la noche oscura”. Es innegable que Juan de la Cruz tiene pasajes en sus obras que intimidan por su aparente dureza, y más si son leídos sesgadamente, sin insertarlos en la totalidad de su propuesta espiritual, pero la clave de toda la obra de San Juan de la Cruz es la UNIÓN CON DIOS, y esto solo es posible, como nos enseña el mismo santo, a través del amor.

Cito las palabras de Alberto Barrientos en su presentación de las Obras Completas de San Juan de la Cruz para confirmar lo anterior: “Que San Juan de la Cruz es un autor ascético que sacude sin contemplaciones las mismas raíces del hombre es algo que está patente en sus escritos; pero no lo es menos que ese ascetismo tiene sus raíces en la radicalidad del Evangelio, leído y vivido sin fáciles componendas, y que todo ese ascetismo no es, en su sistema, más que una parte de un proceso que busca únicamente elevar al hombre a las más altas cotas de su dignidad y grandeza. Nadie ha hablado tan altamente del hombre, ni nadie ha hablado tanto de amor, como San Juan de la Cruz”.

Por supuesto que este santo es un autor algo difícil para quien no está iniciado en el lenguaje de la teología escolástica y quiere adentrarse en su prosa, que no tiene menos hondura, calidad o belleza que su poesía; me atrevería sin embargo a proponer que saca provecho quien le lee sin mucho bagaje espiritual o teológico y busca ir descifrando en sus palabras pautas que promuevan la experiencia personal. Yo me propuse hacerlo hace ya unos cuantos años y lamentablemente mi maestro de entonces me frenó, con el argumento de que no sabía suficiente teología; hoy leo aquellas pocas páginas que me guardo de aquel intento, y descubro en ellas una claridad y frescura que no pude conseguir después.

También creo que tal y como están organizados habitualmente los escritos del santo en el volumen de sus obras completas no es el mejor, al menos pedagógicamente para quienes se adentran en su propuesta espiritual. No ha de comenzarse leyendo los libros de SUBIDA AL MONTE CARMELO o NOCHE OSCURA, ni siquiera sus ESCRITOS MENORES (poemas, dichos, consejos), sino que lo primero ha de ser el CÁNTICO ESPIRITUAL, tanto el poema como su comentario, que pretende presentar, según el propio Juan de la Cruz, todo el itinerario, "desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega al último estado de perfección”.
De ahí que me propongo ahora mostrar, utilizando pasajes del CÁNTICO, algunos textos que nos acercan a  la esencia de la doctrina sanjuanista, y que según el título de la obra “trata del ejercicio de amor entre el alma y el esposo Cristo”. No voy a agotar la riqueza doctrinal que este libro contiene, tan solo dar una mirada rápida, al menos por ahora, para, como dirían nuestros santos, “engolosinar”.

Para empezar con justicia, tendría que citar la anotación a la canción primera del poema, cuyas palabras iniciales son “Cayendo el alma en la cuenta…”, pero comentar este párrafo de densa y hermosa enseñanza merecería un artículo entero; mejor me fijo en la motivación que está al comienzo del camino: el anhelo, el gemido, el corazón herido de amor.  Ese es el impulso para adentrarse de veras en esta senda que Juan nos propone: un fuerte anhelo de amor por la ausencia del Amado.

Luego vuelvo un momento atrás, al prólogo del libro, para citar esta frase: “Los dichos de amor es mejor declararlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu que abreviarlos a un sentido que no se acomode al paladar” (Prólogo, 2); es decir, que nos atrevamos a leer y escuchar con el corazón, y así descubrir lo que necesitamos descubrir en estas frases de San Juan de la Cruz, y nos quedemos deseando más.

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FRASES QUE HABLAN DEL AMOR.  Primero, encontramos esta afirmación: “El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Dios en el alma está escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo” (1,6). Dios está dentro, íntimo, escondido, como buen enamorado, y por eso para encontrarle y dialogar con él también nosotros necesitamos “escondernos”, y andar la senda del amor. Dice el santo al alma (a la persona): “Tú misma eres el aposento donde él mora”,  y esto ha de ser fuente de alegría y contento, porque “todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti, que esté en ti, o mejor decir, tú no puedas estar sin él”. Aquí está, a mi entender, el fundamento de todo camino interior sano: el Amor habita en nosotros, somos amados; hay una presencia divina en nosotros, que es don y no premio, porque nunca lo merecemos. Pero el mismo Jesús dijo que “el reino está dentro de ustedes” (Lc 17,21), y Pablo reafirmó: “Ustedes son templos de Dios” (2Cor6, 16).
                  
Los más exigentes dirán ahora: ¿Y el pecado? ¿No aleja a Dios de nosotros? Aquí dice el texto: “Grande contento es para el alma entender que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal” (1,8); el vínculo nuestro con él parte de la confianza en que el amor de Dios siempre es primero, y que está cerca de quien se dispone para él. Es decir: tenemos dentro a Dios, que es amor, y está escondido como un enamorado  que busca apartarse con su amada; también nosotros hemos de escondernos con él para adentrarnos en esta senda de amor que es la amistad con Dios en Jesús. Y cuando hables con él, dice Juan, “Llámale Amado, para más moverle e inclinarle a su ruego, porque cuando Dios es amado, con grande facilidad acude a las peticiones de su amante” (1,13), y “De Dios no se alcanza nada si no es por amor” (1,13).
  
Todo el lenguaje que utiliza San Juan de la Cruz para hablar de la experiencia que busca la unión con Dios es un lenguaje amoroso, porque no hay otro modo de expresar o explicar lo inefable del amor. Así habla de herida, gemido, ausencia, esperanza, etc; utiliza también la imagen del fuego para expresar el encuentro amoroso: “Unos escondidos toques de amor que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor, y estas propiamente se llaman heridas de amor…” (1,17).[1]  Aquí aparece también la famosa palabra que asusta a tantos, “nada”, tan propia del lenguaje sanjuanista, pero evidentemente no se refiere a vacío, sino todo lo contrario: “Los apetitos y afectos todos se conmueven y mudan en divinos… y el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino amor” (1,18).

Dilema místico: ausencia y anhelo del Amado, porque está, pero escondido, y por eso dice el poeta: “Salí tras ti clamando y eras ido”. Porque la herida de amor no encuentra alivio sino en quien la hirió, y no me resisto a citar las mismas palabras del místico: “En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que la hirió; y por eso, esta herida alma salió en la fuerza del fuego que causó la herida tras de su Amado que la había herido, clamando a él para que la sanase” (1,20). Así el enamorado vive con esta pena y ausencia de Dios, que le impulsa a seguir buscando y creciendo en este camino. “Cuanto más el alma conoce a Dios, tanto más le crece el apetito y pena por verle” (6,2).

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El amor de Dios en el corazón del discípulo le abre al mensaje de amor que Dios dejó en su creación, y también por supuesto en sus criaturas. El amor de Dios no pugna con nuestro amor a los demás, pues “Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura, / y yéndolos mirando/ con sola su figura/ vestidos los dejó de su hermosura” (Canción 5). El alma habla con las criaturas, preguntándoles por su Amado, pues, “las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría y otras virtudes divinas” (5,3).  San Juan de la Cruz dice primero que habla de “presura” porque “las criaturas son las obras menores de Dios, que las hizo como de paso”, pero en el Verbo, Cristo, que es su obra mayor, las miró y las levantó, comunicándoles el ser sobrenatural, y dejándolas vestidas de hermosura y dignidad.  

Este encuentro con el rastro de Dios en sus creaturas aviva el anhelo y dolor por la ausencia del Amado, y comentando la canción 7 habla de tres maneras de penar el alma por el Amado: la primera se llama herida, la segunda se llama llaga y la tercera es como morir. La creación y las criaturas hablan maravillas de Dios, pero también hieren, por eso dice el verso: “De ti me van mil gracias refiriendo/ y todas más me llagan/ y déjame muriendo/ un no sé qué que quedan balbuciendo”.  Así es la comunicación que hacen de Dios, como el balbucir de los niños, que no aciertan del todo a decir y dar a entender lo que se necesita.

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Creo que aquí es necesario hacer un paréntesis: el camino del amor no es un camino fácil, un camino de rosas,  y ya desde el comienzo afirma Juan de la Cruz: “Este gemido, pues, tiene aquí el alma dentro de sí en el corazón enamorado; porque  donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida clamando siempre en el sentimiento de la ausencia” (1,14); Porque, claro que el amor hiere y hace clamar por lo amado; como escribió el apóstol, hace gemir, y es que “El alma más vive donde ama que en el cuerpo donde anima” (8,3).  Este camino del Amor tiene sus propias exigencias; todo lo dicho antes no nos exime del ejercicio de las virtudes y ejercicios espirituales, que nos disponen mejor para el encuentro anhelado. 

Así encontramos varias afirmaciones en este sentido, y pongo algunos ejemplos: “El que busca a Dios, queriéndose estar en su gusto y descanso, de noche le busca, y así no le hallará” (3,3). Habla de virtudes y mortificaciones, porque “para buscar a Dios se requiere un corazón desnudo y fuerte” (3,5), y esto lo dice, advirtiendo que no solo los bienes temporales y deleites corporales pueden convertirse en obstáculos en el camino de Dios, sino “también los consuelos y deleites espirituales, si se tienen con propiedad o se buscan, impiden el camino de la cruz del Esposo Cristo”. En Cántico también se incluye esta dimensión purificadora y ascética del camino espiritual, pero mi propósito ahora mismo es poner la atención en la otra dimensión, tantas veces ignorada de la obra del santo, por lo que no voy a ahondar en este elemento del libro. Cierro aquí poniendo la atención en el sentido paradójico del camino cristiano, visible en esta afirmación: “Tal es la miseria del natural de esta vida, que aquello que el alma le es más vida y ella con tanto deseo desea, que es la comunicación y conocimiento de su amado, cuando se le viene a dar, no lo puede recibir sin que casi le cueste la vida” (13,3). Así dice también una canción muy conocida: “Lo más hermoso nos cuesta la vida”; nada hay por encima del amor.

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LA SALUD ESTÁ EN AMAR: “La salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa que falta de salud, de manera que, cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; mas cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva, pero está muy debilitada y enferma por el poco amor que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y, cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida” (11,11).
En fin, que “el mirar de Dios es amar y hacer mercedes” (19,6), y Teresa de Jesús tiene una frase similar.

En Cántico 27, 1 y 2, San Juan de la Cruz utiliza dos símiles valientes para hablar del amor de Dios al alma: primero, dice que Dios se da alma, le regala, como si él fuese su esclavo y el alma fuese Dios; luego, habla de Dios con imágenes femeninas: dice que regala y sirve al alma como la madre sirve y regala a su hijo, “criándole en sus mismos pechos”, que están abiertos para el ama con tan soberano y largo amor. Precioso. Luego dice más adelante: “Dar el pecho uno a otro es darle su amor y amistad y descubrirle sus secretos como a amigo” (27,4).

En la canción 28 sigue hablando de amor, comentando el verso tan citado: “Mi alma se ha empleado/ y todo mi caudal en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio”. Y afirma: “Dios no se sirve de otra cosa sino de amor”, y explica el por qué: “Todas nuestras obras y todos nuestros trabajos, aunque sea lo más que pueda ser, no son nada delante de Dios; porque en ellas no le podemos dar nada ni cumplir su deseo, el cual es sólo engrandecer al alma”. Lo que agrada a Dios es hacer crecer al ser humano, engrandecerlo, y eso solo lo consigue igualándole consigo, y esto se realiza únicamente en el amor. “La propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada”. Este es el camino, el modo de hacer la voluntad de Dios; tratar con Él no ya buscando ganancias, ni gustos ni otras cosas, sino ejercitándose en el amor, amándole, amando. En esto ha de emplearse el alma, y solo desde aquí se entiende esta suplica: “Amado mío, todo lo áspero y trabajoso quiero por ti y todo lo suave y sabroso quiero para ti” (28,10).

Este continuo ejercicio de amor aprovecha mucho a la Iglesia, y deja claro luego que “para este fin de amor fuimos criados”. Aquí hay una defensa fuerte de la vida contemplativa, pues el santo dice que en este momento han de olvidarse y dejarse las obras exteriores, aunque sean de gran servicio de Dios; con esto no está rechazando el compromiso de una vida activa, sino defendiendo un momento particular del itinerario espiritual del discípulo. Todos conocemos la historia de Marta y María en los Evangelio: cada una tiene su sitio en el discipulado, y ambas pugnan constantemente en nosotros; aquí el Santo pide valorar el ejercicio interior, la contemplación, frente a un activismo desenfrenado,  a menudo habitual entre quienes están llamados a crecer en amistad y comunión con Dios para poder servir mejor.

Cito Cántico 29, 3: “Adviertan pues, aquí los que son  muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejando aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración… porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño”.

El propósito del camino cristiano es la comunión de amor con Dios en Jesús, y por ello la oración no es otra cosa que ejercicio de amor; las obras no pueden hacerse sino en virtud de este amor, y así ha de valorarse el ESTAR CON DIOS en intimidad, sobre todo quienes “quieren que todo sea obrar…, no entendiendo ellos la vena y raíz oculta de donde nace el agua y se hace todo fruto”. Y aquí también se le une Teresa, con un texto de Moradas Séptimas (4,15): “No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de la obra como el amor con que se hacen”.

Me detengo aquí por el momento, pero pienso seguir buscando ideas en los escritos del santo carmelita, para provecho propio y de quien quiera servirse.

Fray Manuel de Jesús, ocd.


[1] Merece recordarse aquí la experiencia teresiana, conocida como transverberación. Buscar cita.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

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