sábado, 8 de agosto de 2020

EDITH STEIN Y TERESA, MUJERES PARA SU TIEMPO

Celebramos cada 9 de agosto, la fiesta de una gran mujer, Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, judía, carmelita y mártir. Su vida y escritos son de una riqueza excepcional. Quisiera destacar algunos destellos de su vivencia espiritual, en relación con la figura de Teresa de Jesús, de quien Edith quedó profundamente fascinada al leer el Libro de la Vida.

Teresa y Edith vivieron tiempos convulsos, política, social y religiosamente; sin embargo, fueron capaces de dejarse interpelar por los acontecimientos, se implicaron de lleno en “hacer eso poquito que era en mí” (CV 1, 1), en palabras de Teresa. A ella, este impulso interior la llevaría a desgranar su vida por los caminos tortuosos y difíciles en su largo peregrinar por la geografía española. Y Edith acompañó e hizo suyo el sufrimiento del pueblo judío, al que pertenecía, hasta el punto de entregar su vida en el campo de concentración de Auschwitz.

En una preciosa carta de Edith a una amiga le confiesa: “En el tiempo inmediatamente anterior a mi conversión y después, durante un cierto período, llegué a pensar que llevar una vida religiosa significaría dejar de lado todo lo terreno y vivir teniendo el pensamiento única y exclusivamente en cosas divinas. Pero, poco a poco, he comprendido que en este mundo se nos exige otra cosa, y que incluso en la vida más contemplativa no debe cortarse la relación con el mundo; creo, incluso, que cuanto más profundamente alguien está metido en Dios, tanto más debe, en este sentido, “salir de sí mismo”, es decir, adentrarse en el mundo para comunicarle la vida divina.” 
(A Calista Kopf. 12 de febrero de 1928)

Significativo y alentador mensaje de Edith que invita a todo ser humano a salir de uno mismo, vivir en actitud de “éxodo” para testimoniar el amor de Dios. Esta “empatía” con los hombres y mujeres de su tiempo llevó a Edith y a Teresa a ponerse en camino, dejarse guiar, dejarse recrear por Jesús, quien se les iba revelando como la auténtica Verdad, Bondad y Amor.

Asimismo, quisiera destacar un rasgo que caracterizó de forma extraordinaria la persona de Teresa al igual que la de Edith. Son dos mujeres que, desbordadas por la gracia de Dios y fiadas solo en Él, respiran agradecimiento. Viven la existencia como don, como regalo que gratuitamente se recibe y gratuitamente se ofrece. En una carta de Edith, escrita desde el Carmelo de Echt (Holanda) adonde tuvo que huir por la persecución antisemita, dice: “Desde que estoy aquí mi actitud fundamental es la gratitud. Gracias de que pueda estar aquí y de que la casa sea como es. Con ello siempre está presente en mí que aquí no tenemos morada permanente. No tengo otro anhelo sino que, en mí y a través de mí, se cumpla la voluntad de Dios. Él sabe cuánto tiempo me dejará aquí y qué sucederá después. En tus manos encomiendo mi espíritu. Ahí todo está a buen recaudo. Así que no necesito preocuparme de nada.” 
(A Petra Brüning. 16 abril de 1939).

También Teresa se sintió urgida a “cantar las misericordias del Señor”, con profundo agradecimiento por cuanto el Señor le había regalado a lo largo de su existencia.

Celebrar a Edith Stein es agradecer a Dios el don de su persona, de una vida, que por haberla entregado por amor, alcanzó su plenitud.

(Tomado de: Teresa, de la rueca a la pluma).

lunes, 3 de agosto de 2020

UNA TRANSFORMACIÓN EN CRISTO (TERESA DE LISIEUX) 2

 
Thomas Keating
, monje cisterciense ya fallecido, reconocido internacionalmente por su labor a favor de la vida contemplativa, escribió un pequeño folleto de menos de cien páginas sobre Teresa de Lisieux; de este texto vamos tomando algunos fragmentos para trabajarlos en nuestro Círculo de lectura:


3. LA PARÁBOLA DE LA LEVADURA: Hay otra parábola que va aún más lejos que las dos anteriores (Porque la enseñanza de Jesús va creciendo en intensidad y profundidad en Teresita,  a medida que él va avanzando también en ella). Es la parábola de la levadura escondida en la masa, y dice así: 

El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo (Mateo. 13, 33). 

En tiempos de Jesús, la levadura era un símbolo vivo de corrupción. La levadura se hacía dejando que un pedazo de pan se enmoheciera en un lugar húmedo y oscuro hasta que oliera mal. Entonces se colocaba el pan enmohecido en la masa hasta que la penetrara completamente. La yuxtaposición del pan fermentado era otra manera en que la sociedad religiosa de la época expresaba la importancia de separar lo sagrado de lo secular, el día festivo de la vida cotidiana. La mujer de la parábola toma tres medidas de harina. Esta cantidad es suficiente para alimentar unas cincuenta personas, así que no estamos diciendo que la mujer está preparando una comida modesta, y remite el número a lo que preparó Sara, mujer de Abraham, a los tres misteriosos visitantes bajo la encina de Mambré.  Sin embargo, en la parábola, en lugar de ser una epifanía de santidad, la hornada de pan fermentado se vuelve una revelación de corrupción. Como resultado, los oyentes de la parábola se debieron haber quedado preguntándose: ¿Está este hombre diciendo que el bien es mal? ¿Cómo puede proponer que esa levadura, especialmente después de fermentar una buena cantidad de masa, es una revelación del Reino de Dios? Debería más bien decir lo contrario. Si el pan fermentado, como hemos visto, era el símbolo popular de corrupción, los cincuenta panes debieron haber sugerido una corrupción a una escala monumental. 

La parábola claramente sugiere la pregunta: ¿cómo sabemos qué es el bien y qué es el mal? Tal pregunta presupone que tenemos un sistema de valores. Y es nuestro sistema de valores lo que Jesús está confrontando en esta parábola: puede que tengamos que dudar si de verdad es bueno lo que hasta ahora hemos creído que era bueno y si es malo lo que hemos creído que era malo

Como hemos visto, el Reino de Dios no está limitado a lugares sagrados. Dios se siente en libertad de venir a nosotros de la forma que sea. El Reino de Dios está presente en la vida diaria cuando ocurren eventos que nosotros consideramos desastres. Dios nunca está ausente. Es nuestro sistema de creencia lo que nos hace pensar que Dios no puede estar presente, cuando de acuerdo a nuestro juicio, las cosas van mal. La parábola de la levadura sugiere que Dios está más presente que nunca cuando las cosas van mal. La levadura, símbolo de los que pensamos que es malo para nosotros, puede ser: deficiencias físicas, mentales o morales en nosotros o en aquellos que amamos. Jesús enseña que el Reino de Dios está presente ahí. Lo que nosotros tenemos que averiguar es de qué manera es que Él está presente. Este es el reto de la vida diaria

Dios siempre está ahí, pero todo en nosotros puede que diga: “Dios no puede estar aquí”. O podemos preguntarnos, “¿Si Dios es totalmente misericordioso y todopoderoso, por qué permite que pasen las cosas? ¡Lo que simboliza la gran masa de pan con levadura, puede que lo sintamos como una gran corrupción masiva! Podemos preguntar, “¿Dónde está Jesús? ¿Dónde está Dios, que siempre me está diciendo cuánto me ama y me protege? ¡Dios!....¡Haz algo!” Lo que Dios está buscando no es cambiar las situaciones que parecen horriblemente destructivas o corrompidas. Su esperanza es cambiarnos a nosotros. Muchas veces para cambiarnos se requieren acontecimientos que no podemos entender, que parecen desastres. Tenemos ideas preconcebidas que nunca han sido desafiadas, propósitos fijos que llevamos con nosotros desde la niñez o que hemos recogido por el camino. ¡La mayoría de estos valores, si no todos, no son los del Evangelio! Dios nos invita a cambiarlos. Y, si no podemos hacerlo nosotros mismos, Él nos provee las circunstancias que nos pueden parecer insuperables o sobrecogedoras. 

Santa Teresita tuvo este tipo de problema, en primer lugar le dio una tuberculosis que fue empeorando a medida que su vida se fue desenvolviendo en el monasterio. Durante el último año de su vida virtualmente quedó postrada en cama. Ya no podía alabar a Dios en el oficio divino. No podía asistir a la misa diaria. Ni siquiera podía pensar en el cielo que antes había sido de tanto consuelo para ella. Sentía que el cielo se le había cerrado, como si hubiese una cortina de hierro frente a ella cada vez que trataba de pensar en el cielo. En otras palabras, su dolorosa enfermedad y su purificación espiritual estaban sucediendo simultáneamente. ¡Algunas veces tres o cuatro corrupciones están sucediendo al mismo tiempo! Se puede padecer de un mal físico, mental o moral y espiritual, todos a la vez. 

Cuando la gente padece estas cosas, necesita todo el apoyo que podamos darle porque realmente están sufriendo. Pero, deberíamos preguntarnos, ¿es sólo una descomposición física, mental, moral y espiritual que estamos sintiendo? ¿Es la experiencia de un sufrimiento intenso la única realidad? La pasión, muerte y resurrección de Cristo se desarrolla en nosotros a través de los eventos de la vida diaria, esto es, a través de lo que sucede. Su resurrección está en el fondo de cualquier montón de corrupción y a su debido tiempo emergerá esa resurrección. La cruz y la resurrección son los dos lados de una misma realidad

Mientras nosotros algunas veces experimentamos una más que la otra, en el cristiano maduro se unifican. No importa cuál sea la que predomine, porque la otra siempre está presente. Miremos la situación desde el punto de vista de Dios. Aquí está Dios, enviando a su único hijo, quien, como dijo San Pablo, “se hizo pecado por nosotros”. En otras palabras, Jesús tomó para sí todas las consecuencias de nuestra condición humana en la cruz. Las mayores consecuencias son: la sensación de ausencia de Dios, la sensación de aislamiento de Dios, y a veces, hasta el sentimiento de rechazo de Dios. Nos identificamos con Cristo, menos por nuestras virtudes que por nuestros pecados. Ha sido nuestro pecado y debilidad la que Cristo ha tomado sobre sí: todas las consecuencias del pecado personal, simbolizadas por su descenso a los infiernos. 

La liturgia ortodoxa griega del sábado santo afirma que Cristo realmente descendió al lugar de los condenados. ¡El infierno es, primordialmente, un estado del alma, un estado caracterizado por un total aislamiento de Dios, tan total, que uno ni siquiera que sea cambiado! El infierno existe hasta en esta vida para las personas que padecen de un sufrimiento mental insostenible. Una persona que esté experimentando un aislamiento total de Dios no puede pensar en ninguna otra cosa. Está totalmente inmerso en su sentido de desolación, soledad y condenación. Hasta este grado es que precisamente Cristo se identificó con nosotros. Al identificarse con todas las consecuencias de nuestros pecados y tomar sobre sí el sufrimiento de toda la humanidad, Cristo descendió a ese estado de conciencia que corresponde al infierno, o más exactamente que es el infierno. El participar en esa clase de ausencia o aislamiento de Dios es la forma más poderosa y madura de identificarse con Jesús a la que se puede llegar en la vida cristiana

Por eso es un error pensar que nuestra travesía espiritual es un ascenso a la gloria o algo así como una alfombra mágica que nos lleva a la felicidad. Es más bien la capacidad creciente para participar en la pasión, muerte, descenso a los infiernos y resurrección de Cristo. Esa es la participación máxima en el Misterio pascual de Cristo y por lo tanto la base para una participación mayor en su resurrección. Es también la mayor participación en la redención del mundo, que es el gran proyecto que Jesús inició y logró en su propia humanidad y que ahora nos invita a compartir. 

Teresita aceptó la invitación con todo su corazón, escribiendo hacia el final de su vida: “Sufrir a través del amor es la única cosa que me parece deseable en ese valle de lágrimas”. 

 Algunas veces el diario vivir puede abarcar no sólo las molestias y angustias de costumbre, sino también el desplome físico y mental. En el caso de Teresita, su padre sufrió una enfermedad mental después que ella entrara al convento. No es una sorpresa que él haya sufrido un colapso mental después de haber enviado cuatro hijas al convento, incluyendo su favorita. Celina, la hermana de Teresita, permaneció en el hogar cuidándolo y sólo a veces podría visitar el convento. Era una prueba terrible para Teresita porque ella estaba muy unida a él. En sus cartas a Celina ella le escribe que juntas están dando pasos gigantescos en el amor de Dios, aceptando la situación, viviéndola y alabando a Dios por la labor misteriosa que Él está haciendo. Podemos tener la seguridad de que hasta la enfermedad mental puede contribuir a la realización del plan de Dios. Dios puede estar utilizando esa enfermedad para la santificación de la persona, quizá aun mucho más de lo que percibimos. 


Nos sentimos totalmente impotentes cuando nos enfrentamos a tragedias humanas intensas. Y sin embargo se nos pide que creamos que el Reino de Dios está ahí en el medio de ellas. Dios está presente en las enfermedades físicas por igual. El Reino está especialmente activo cuando una persona está desvalida físicamente. También está muy activo, como sugiere Jesús, en las personas marginadas por una sociedad en particular. Para espanto de sus discípulos e indudablemente de los fariseos, Jesús comía con pecadores en público. 

 En esta parábola Jesús hace la pregunta: “¿Quiénes son ustedes para juzgar a los demás?”. Teresita trabajó intensamente en la práctica de las palabras de sabiduría de Jesús en el Sermón de la Montaña. Ella comenzó atendiendo a sus compañeras en pequeñas cosas porque veía a Dios en ellas. Teresita siempre estaba pensando en los demás y haciéndoles pequeños favores, pero en forma tal que no se sintieran molestos. Ella lo contaba así, “Sólo una cosa es necesaria, trabajar únicamente para Dios y no hacer nada por motivos propios o de las otras criaturas”. Cuando era una novicia, ella asistía a una religiosa mayor que necesitaba ayuda para ira al coro desde la enfermería. La monja era una anciana muy gruñona y nada de lo que hacía Teresita le parecía bien. En su autobiografía, la Historia de un Alma, Teresita lo describe así: Oraba con ardor por esta Hermana que había causado tanta lucha interior… Trababa de hacer todo lo posible por ella, y cuando me sentía tentada a responder bruscamente, me apresuraba a sonreír y hablarle de otra cosa. Teresita soportaba sus quejas día tras día. Después de un año de estar llevando a la monja mayor todos los días a las vísperas y de ser criticada a casi cada paso, Teresita escuchó estas palabras de la monja: “Siempre que nos vemos, te sonríes amablemente. ¿Qué es lo que encuentras tan atractivo en mí?” Teresita no anotó lo que le respondió, pero sí revela lo que sintió: “¿Qué fue lo que me atrajo? Era Jesús escondido en las profundidades de su alma, Jesús que hace atractivo hasta lo que es sumamente amargo”. 

 Una vez, Teresita sintió que sus emociones se acumulaban y le pareció que podría decir algo que heriría a alguien y que si permanecía allí otro instante las palabras brotarían. Alegando que tenía algo muy importante que hacer en la sacristía, literalmente huyó y se sentó en las escaleras de la sacristía con su corazón latiendo locamente. En su autobiografía, Teresita añade que este triunfo modesto sobre sus impulsos emocionales era “¡Una clase de valentía extraña, pero era mejor que exponerme a una derrota segura!”. Algunas veces nuestra mejor forma de manejar las emociones cuando se descontrolan es la de emprender una retirada rápida. Observemos el cuidado y la determinación con que Teresita procedía contra todas las manifestaciones del falso yo dentro de ella, haciendo todo lo que podía para resistirlas. Teresita le llamaba su Caminito al actuar en contra de su inclinación natural con el propósito de ayudar a la otra persona. Ella lo describía como “capturar a Jesús por medio de caricias”. De esta forma, progresó mucho desmantelando su falso yo, no experimentando grandes consolaciones espirituales, pero por medio de la práctica diaria dejar de lado sus inclinaciones egoístas, o más bien dándoles la bienvenida, porque le mostraban la profundidad de sus propias debilidades y flaquezas

Por esta razón es que ella podía decir: “aun tuviera yo en mi conciencia todo crimen concebible, no perdería nada de mi confianza”. ¿Por qué? Porque ella tenía una fe firme que Jesús es su pasión y muerte había tomado sobre sí toda consecuencia de pecado y después resucitó de entre los muertos, llevándose a todos los que aceptaron su invitación de seguirlo. Repito la convicción de Teresita: Aun tuviera yo en mi conciencia todo pecado concebible, no perdería nada de mi confianza. Mi corazón rebosante de amor, me lanzaría en los brazos del Padre y estoy segura que sería recibida con amor. Esta es una de las percepciones más importantes de todos los tiempos sobre la naturaleza de Dios y de nuestra relación con Él. 

 Como afirmaba Teresita, la verdad es que Dios es todopoderoso y todo misericordioso. Por lo tanto, “nunca podemos tener suficiente confianza en Él”. Por el contrario, nuestra audacia al confiar en Dios, en lugar de nuestras indecisiones motivadas por una falsa humildad, es el camino a la unión divina. Nuestros recelos internos hacen difícil ese salto de confianza a menos que sigamos trabajando en el Caminito. Ya no proyectamos nuestras expectativas humanas sobre Dios o abrigamos ideas preconcebidas sobre cómo Dios debe proceder. Nuestros prejuicios, oblicuidades y sistemas de valores falsos son impedimentos significativos. 

Desde el punto de vista de Teresita, la apertura a Dios que nos trae la vida diaria por intermedio de eventos y personas es una disposición sumamente importante que debemos cultivar.

Thomas Keating

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...