viernes, 29 de marzo de 2019

EL YO EMERGENTE Y PODEROSO DE TERESA

Un 28 de marzo de 1515, miércoles, amanecía con la luz del día la niña Teresa en el caserón de “La Moneda” en la ciudad de Ávila. En el hogar paterno de don Alonso y doña Beatriz encontró una hermana, María, y un hermano, Juan, del primer matrimonio; y otros dos hermanos del segundo, Hernando y Rodrigo. Buena ocasión para analizar un aspecto de la personalidad de santa Teresa: la emergencia de un yo poderoso que aparece en los primeros años de su infancia consciente y que ella analizará más profundamente como psicoanalista en la Vida y en las Moradas.

Es un análisis creo que poco valorado por los biógrafos al narrar las travesuras o pasatiempos de la niña Teresa con su hermano Rodrigo: el deseo del cielo “para siempre” y de “ver a Dios”, la “huida a tierra de moros”, los juegos a ser monja y ermitaña, etc. Todo esto es muy conocido en cualquier biografía, pero creo que es menos conocido que en esa narración la autora evidencia un Yo poderoso desde la primera infancia e irá in crescendo en los años de juventud y madurez, y explica la extraordinaria creatividad de Teresa como escritora y fundadora. Los que creemos en los “dones” sobrenaturales que recibió de Dios, sabemos que la “gracia” no destruye la “naturaleza”, sino que la eleva y engrandece.

Una prueba de la existencia o emergencia de su YO poderoso la encuentro en el uso abundante de los verbos en la primera persona en todo el relato de infancia, como cuando escribe: “tenía uno [hermano] de mi edad”, “como veía los martirios”, “parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios”, “deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese”, “leía haber en el cielo”, “de que vi que era imposible”, “juntábame con este mi hermano”, “paréceme que nos daba el Señor ánimo”, “me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad”, “me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa”, “hacía limosna, procuraba soledad, gustaba mucho cuando jugaba hacer monasterios, y yo me parece deseaba serlo” (monja). Todo esto dicho en muy pocas líneas, pero muy elocuentes.

Es verdad que algunas veces usa también el plural, pero sospecho que —aun es ese caso— ella llevaba la voz cantante, siendo el alma de todas las iniciativas y travesuras: “juntábamonos entrambos”, “concertábamos irnos”, “viéramos”, “nos parecía”, “espantábanos mucho”, “acaecíanos”, “gustábanos”, “ordenábamos ser ermitaños”, “procurábamos como podíamos”, “no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo” (Ver Vida, 1, 5-6). Es seguro que en toda su producción literaria podrán aumentarse estos ejemplos, pero retengamos como modelo esta luminosa página.

Después de la infancia, podemos rastrear en su comportamiento ante la vida situaciones vitales en las que muestra la misma energía de un poderoso YO que dirige sus acciones personales y las que induce en sus colaboradores y lectores. Como ejemplo, recuerdo dos momentos decisivos en su vida. El primero es cuando, encerrada contra su voluntad en Santa María de Gracia en plena adolescencia enamorada, se adaptó pronto al medio y conquistó la voluntad de las monjas y las jóvenes compañeras. Nos gustaría saber más detalles de aquella encerrona involuntaria y la estrategia vital desarrollada en aquel ambiente impuesto y hostil.

Con mayor evidencia impuso el poderío de su YO contra la voluntad de su querido y respetado padre huyendo de casa a los veinte años para seguir una vocación religiosa sin suficiente madurez ni clarificación de los motivos. En ambos casos, el querer de la voluntad fue tan imperioso que no lo pudo soportar su cuerpo y, en ambos casos, se manifestó en un proceso patológico grave, especialmente en el segundo episodio.

En su biografía y en sus escritos abundan las vivencias y las proclamas de una combatiente que llama a entregar la vida por Cristo sin preocuparse de las debilidades y enfermedades reales o imaginadas del cuerpo que tienen el mismo significado: el poderío de su YO. He aquí las arengas de la capitana del Carmelo aplicables a todos los “buenos cristianos”. Corresponden a los ideales primeros de su Reforma soñando y viviendo la utopía de pobreza absoluta impuesta en el convento de San José en Ávila.

“Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada” (CV, 11, 4). “Porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades descubre” (ib., 11, 2). “Algunas monjas no parece que venimos al monasterio a procurar no morirnos. Cada una lo procura como puede” (ib., 10, 5). “Determinaos, hermanas, a morir por Cristo, no a regalaros por Cristo” (ib., 10, 5). “Quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida” (ib., 12, 2).

Ese mismo poderío del YO lo descubro en su quehacer como escritora en la que admiro la libertad con que expone su pensamiento sobre temas tan conflictivos en su tiempo como la defensa de la oración vocal y mental, aun la mística, ejercitada por las mujeres y juzgada como “peligrosa” por algunos teólogos; o cuando critica a los mismos inquisidores que se exceden en el control a las mujeres devotas, espirituales o escritoras; o cuando pide para ellas mayor actividad apostólica en la Iglesia o poder leer la Sagrada Escritura.

Esa misma valentía descubro en su misión como fundadora de la Reforma del Carmelo. La siento como investida de un destino profético a reformar su propia orden contra viento y marea, acción juzgada por “locura” por sus mismos amigos, entre otros el noble obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, pero convencido de que si la madre Teresa comenzaba una obra, acabaría bien, aun pagando sus aventuras con jirones de una salud corporal muy precaria. En fin, todo el quehacer de la madre Teresa es un prodigio continuado, a veces incomprensible por la pura racionalidad, explicable mejor por una superdotación de un orden superior.

Termino recordando la voz de la grafología, sin atribuirla un valor absoluto y definitivo como ciencia no exacta; pero que, en este caso, confirma en parte lo que he expuesto por análisis de los textos teresianos con ayuda de la historia. La grafología ha descubierto en Teresa “un enorme sentido estimativo que podía ser bien entendido como amor propio, o tal vez entenderlo como orgullo o altanería […]. Un EGO consistente, un YO conformado por un tronco robusto y una férrea confianza y seguridad en sí misma”, pero con “una contrapuesta humildad personal” 

Queda abierto el debate a los sabios mejor informados. De momento, admiro cada vez más a esta mujer que en un siglo de mentalidad social y eclesial antifeminista, emerge entre las mujeres y los varones defendiendo unas ideas clarividentes para su tiempo y el nuestro.

Daniel de Pablo Maroto
(Tomado: De la rueca a la pluma).

VOLVER A CASA

A propòsito del Domingo IV de Cuaresma, comparto este comentario de Enrique Martìnez Lozano, que me ha resultado muy iluminador (Tomado de Amigos de fe adulta).


(Lc 15, 1-3. 11-32)

De una forma u otra, las tradiciones espirituales utilizan dos metáforas para aludir a nuestra verdadera identidad: la del “tesoro escondido” y la de la “casa”. Ambas aparecen también en los evangelios, en forma de parábolas.

La paradoja que encierran ambas metáforas puede expresarse de este modo: el tesoro está dentro de nosotros, pero lo buscamos afanosamente fuera; siempre estamos en casa, pero lo ignoramos.

¿Cómo se explica tan desconcertante paradoja? De un modo simple: por nuestra identificación con el yo. En el instante mismo en que asumimos esa creencia mental –soy el yo que mi mente piensa–, nos percibimos como carencia, que ha de ser “completada” por algo que se halla fuera, lejos y, probablemente –creemos– en el futuro.

En ese mismo movimiento por que el desconectamos de lo que somos, “olvidamos” el tesoro y nos “alejamos” de la casa. Ya hemos caído en la ignorancia original, de donde nace toda confusión y todo sufrimiento.

A partir de ese equívoco radical, si no hemos caído en un cinismo resignado, plantearemos nuestra existencia como una carrera por alcanzar “aquello” –no sabemos bien qué ha de ser– que supuestamente habría de aportarnos la plenitud que de fondo no podemos dejar de anhelar.

Ese engaño nos lleva a “alejarnos” de casa y a proyectar nuestro anhelo en objetivos medibles o creencias más o menos ilusorias. Pensamos así que lo que habrá de “completarnos” serán bienes, títulos, profesión, alguna relación especial o la creencia en Dios… Y ahí seguiremos…, hasta que, como en el caso del hijo pequeño de la parábola, la Vida nos lleve a alguna situación tan insoportable –cuidar cerdos era la tarea más inmunda que podía imaginar un fiel judío– que nos haga caer en la cuenta de nuestro extravío.

Tal vez entonces, desde la docilidad a la Vida y la flexibilidad ante lo real, encontremos el camino de conduce a casa, para descubrir, con sorpresa, que, por más que estuviéramos completamente confundidos, en realidad nunca habíamos estado fuera de ella. Esa casa, como aquel tesoro, es nuestra verdadera identidad.

¿Dónde y cómo busco la “casa”? ¿Dónde y cómo busco el “tesoro”?

Enrique Martínez Lozano

lunes, 25 de marzo de 2019

SOBRE LA OBEDIENCIA


Un artículo de GABRIEL Mª OTALORA, BILBAO (VIZCAYA).

ECLESALIA, 25/03/19.- Estoy leyendo el último libro de Joan Chittister titulado Espíritu radical, en el que trata sobre la libertad interior que busca una vida más auténtica, y cuyo hilo conductor es la humildad que ella va desgranando en lo que denomina doce grados. Por lo que voy leyendo me parece un libro muy recomendable. Pero en esta ocasión, quiero detenerme en una frase del libro que me martillea desde que la leí: "En el tipo de obediencia que niega la responsabilidad humana hay algo equivocado". Esta reflexión, por lo que atañe al mundo religioso y cristiano, me ha dado que reflexionar.

Parto de la idea que la obediencia ha sido entendida en demasiadas ocasiones como una sumisión a la autoridad de otra persona -la sumisión no es virtud cristiana-, algo que lleva implícito el segundo efecto negativo de ser una manera sutil de evitarse responsabilidades: “me lo ha dicho el cura”, “es lo que dice el obispo”… cercenando, de hecho, la crítica constructiva y la elaboración de una conciencia sana. Estrictamente hablando, la obediencia es una virtud cuando se ejercita porque se reconoce la autoridad de quien manda. Y en demasiadas ocasiones esta obediencia infantil ha sido alentada por no pocas autoridades fomentando cristianos inmaduros en la fe.

Por matizar un poco más, la obediencia sólo tiene sentido respecto a los valores que aceptamos en la vida. Una obediencia mal entendida, supone que nadie puede ponerse manos a la obra para desmontar una estructura autoritaria que perpetúa la injusticia; el principio de autoridad, si da igual como se ejercite, sería suficiente para que cualquier persona investida de ella pueda desbarrar en sus mandatos al estar protegida por el manto de su poder frente a quienes deben obedecer. Un ejemplo directo de esto lo tenemos en los evangelios viendo la actitud del Sumo Sacerdote y de aquellos escribas y fariseos.

La actitud de Jesús fue de obediencia hasta las últimas consecuencias, pero tuvo que rezar mucho escuchando al Padre para discernir su voluntad y desobedecer las actitudes y mandatos que contravenían el amor de Dios para con todas sus criaturas. No fue el único: sus discípulos pronto siguieron sus pasos y fueron perseguidos, encarcelados y asesinados por desobedientes.

La verdadera obediencia es fuente de la sana libertad como una cura de estar apegados a nuestra propia voluntad. Sabemos que, por naturaleza, la voluntad tiende hacia el bien, pero la inteligencia no siempre discierne adecuadamente lo que realmente es bueno. Y si algo está clarísimo es que debemos querer la voluntad de Dios por encima de la nuestra.

La obediencia, sin duda, está muy ligada al discernimiento y al ejemplo. Es necesario hacer lo que es bueno aunque no nos guste, y a veces eso no se ve a la primera; el ejemplo suele ser la mejor arma para motivar en la dirección correcta, que consiste en aceptar, haciendo propias las decisiones de quien posee y ejerce la autoridad, siempre que no vayan en contra de la justicia evangélica. Discernimiento y ejemplo ante quien ejerce la autoridad, porque hay demasiadas personas investidas con ella (auctoritas) que la han convertido en un mero instrumento de poder (potestas) perdiendo toda credibilidad y, lo que es peor, vaciando el mensaje al que habría que obedecer. Es muy diferente influir desde la autoridad, basada sobre todo en el ejemplo, que en el poder, sustentado básicamente en la amenaza. Jesús murió de la forma que lo hizo porque renunció a su poder como Hijo de Dios. Pero nos regaló tales dosis de credibilidad, autoridad y servicio –que no servilismo- que su ejemplo a seguir obedientemente ha supuesto la mayor revolución de la historia.

Creo que la obediencia es una virtud maravillosa porque ejercita la humildad, pero la obediencia ciega, o peor aún, la obediencia ciega que delega responsabilidades morales, es mucho más peligrosa que la desobediencia. En conclusión, cada situación requiere de la reflexión necesaria y no de ceguera servil que puede llevarnos, muchas veces, a hacer nuestra voluntad sin abrirnos a la confianza radical en apertura a un Dios que sabe trabajarnos en las situaciones difíciles para que lleguemos a ser aquello para lo que fuimos creados. Que la libertad se aprende obedeciendo… es verdad. Pero es algo que precisa del ejercicio de la madurez en oración, a la escucha del Espíritu. 

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

lunes, 18 de marzo de 2019

SAN JOSÉ Y LAS VOCACIONES

La Fiesta de San José evoca, entre otros sentimientos, el recuerdo del “día del seminario” donde se educan los futuros sacerdotes. Con ese motivo, ofrezco unas reflexiones sobre las “vocaciones” sacerdotales y religiosas, tan escasas en tiempo de sequía de la fe cristiana, un hecho alarmante para los pastores y el pueblo de Dios que miran con angustia esperanzada al futuro.

Es verdad que Cristo dijo: “La mies es mucha y los operarios pocos. Pedid al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Y nosotros seguimos pidiendo en la esperanza de que se cumplan nuestros deseos porque —como dice san Juan de la Cruz— “tanto alcanza cuanto espera”. Pero la Providencia parece tener en cuenta hoy una variante sociológica importante: la mies ha dejado de ser abundante porque muchos están desertando de las raíces cristianas que fundaron la civilización occidental, forjada de cultura grecorromana, de espiritualidad cristiana y el dinamismo de los pueblos “bárbaros” cristianizados por Roma. Desde hace décadas, constatamos que en los países económicamente evolucionados escasean las vocaciones y aumentan o se mantienen en auge en los Terceros mundos.

Ante ese hecho sociológico y religioso, cabe la pregunta por las “causas” del cambio. Existe una razón de base. La abundancia de vocaciones en el pasado se fundaba, en primer lugar, en la existencia de familias generosas en hijos que se convertían en lugares potenciales de vocaciones sacerdotales y religiosas, especialmente en los medios rurales. Los delegados de vocaciones acudían a las escuelas como pescadores a los caladeros de peces y todos encontraban pesca abundante. La propuesta vocacional abría horizontes nuevos a los niños y adolescentes con la promesa de estudiar, de ver mundo más allá del pueblo. Otros pescaban en las catequesis parroquiales, entre los acólitos que solían asistir a las misas dominicales o de difuntos, a los bautizos, etc. En fin, la cosecha estaba asegurada para todos. Hoy el panorama ha cambiado radicalmente; la natalidad ha descendido hasta términos alarmantes; se han abierto nuevos horizontes culturales y económicos para los niños y adolescentes; la práctica religiosa ha descendido en esas edades y mucho más en la juventud, poco favorecida en la vida familiar, etc.

Pero volvamos a un análisis de lo que sucedió en el pasado. En mi tiempo de juventud se debatía sobre si en la infancia se puede tener auténtica vocación al sacerdocio o a la vida religiosa. Respondo desde mi experiencia. Creo que la mayoría de los que fuimos a los seminarios o a los internados de los frailes, lo hicimos para poder estudiar algo más que en las escuelas estatales, sin una “vocación explícita” de ser sacerdotes o religiosos. No sé si “mi caso” puede servir de ejemplo. Yo fui al colegio-seminario de los carmelitas descalzos sin haber oído de su existencia, aunque cercanos a mi casa, ni había tenido contacto alguno con ellos. Fue mi maestro quien conocía a uno de los frailes y me sugirió que allí podía hacer los estudios de humanidades, como así fue.

Pero dicho esto, añado que la vocación —digamos religiosa y sacerdotal— fue creciendo como la semilla que el sembrador arroja a la tierra sin que él sepa cómo, según la bella parábola de Marcos. Con el ambiente de piedad que se respiraba en el colegio, ver a los “frailes” vestidos con sus hábitos, comportándose como seres normales, las misas y oraciones en la capilla, la celebración de los actos más solemnes en la iglesia, van entonando el alma y se acaba pensando que esa podía ser tu “vocación” y profesión en el futuro. En una palabra, te vas haciendo “frailillo” poco a poco, y sin darte cuenta sueñas con llegar al noviciado y a ser sacerdote. Me supongo que también los seminaristas en sus seminarios habrán sufrido esta evolución de sus respectivas vocaciones. También admito que algunos privilegiados no caben en este esquema porque ya fueron con una vocación más madurada en casa.

¿Qué está pasando hoy, qué razones explican la escasez de las vocaciones en el mundo occidental? Además de la drástica y peligrosa caída de la natalidad, son otros factores sociales, económicos y religiosos los que han variado. Las religiones, también la cristiana, están en descrédito creciente; la propuesta creyente en un Dios personal interesa poco a la inmensa mayoría; la “práctica” de la moral cristiana —la de los 10 mandamientos de la ley mosaica y la misma de los Evangelios de Jesús—, tan rigurosa, no es apetecible, está en decadencia; los dogmas cristianos —tan complejos— son difíciles de asimilar por el raciocinio humano, etc. En consecuencia, el “sentimiento” religioso de las familias ha disminuido o desaparecido y las prácticas de los ritos ha descendido hasta límites extremos.

Ante estos hechos, nos queda un consuelo: al decrecer el número de creyentes y de practicantes, serán necesarios menos sacerdotes y alimentamos la esperanza de que la Providencia nos vaya surtiendo de los ministros del culto suficientes para atender al “pequeño rebaño” de los supervivientes fieles a Jesucristo. La historia del cristianismo demuestra que Dios siempre ha mandado sus profetas y carismáticos en los momentos oportunos que solucionan los problemas que va creando la sociedad. Genios de la religión que cumplen un destino como la lluvia en tiempo de sequía extrema. Son los fundadores de instituciones religiosas o reformas, genios de la historia, como san Benito de Nursia, san Bernardo, san Francisco o santo Domingo de Guzmán, hasta san Ignacio de Loyola o santa Teresa de Jesús, Juan Bosco para terminar con la madre Teresa de Calcuta y un coro inmenso de genios religiosos.

Por otra parte, creo que los cristianos hemos vivido de rentas, de tradición, sostenidos por una ideología de “cristiandad” desde los tiempos de Constantino el Grande (siglo IV) y potenciada en tiempo de Carlomagno (siglo VIII), olvidando la vida en las catacumbas y las persecuciones del Imperio romano durante los tres primeros siglos. La iglesia entendió demasiado materialmente el precepto de Cristo: “obliga a entrar” en el banquete del Reino (la Iglesia cristiana) como medio necesario para la salvación eterna. Ese paradigma sociológico y religioso ha fenecido en la sociedad occidental.

Quizá tengamos que volver al modelo paradigmático del Antiguo Testamento tan lúcidamente expuesto por los profetas de Israel: al pequeño “resto” del pueblo fiel a la Alianza con Yahvé; a los Anawim o pobres espirituales y desamparados pero con plena confianza en Dios.

Termino recordando una propuesta de santa Teresa que puede iluminar el panorama actual. Ella encontró una sociedad cristiana lacerada por la herejía de los “luteranos”, pero no se dedicó a lamentar los hechos, sino que propuso la solución no en las guerras de religión, sino en la vivencia del evangelio por los católicos y los herejes. Y por eso pensó en un pequeño grupo de “gente escogida”, de “buenos cristianos”, dirigidos por santos “capitanes”, reunidos en un “castillito”, reducto de la ciudad inexpugnable. Es la estrategia que plantea la capitana de los ejércitos de Cristo (Camino de perfección, cap. 3). Las monjas de San José están en la retaguardia orante, “siendo” fieles al capitán Cristo, sosteniendo a los del pequeño grupo con su oración y vida ascética. Es una de las grandes intuiciones de la madre Teresa, que abrió un horizonte altruista a las mujeres de su tiempo.

Daniel de Pablo Maroto, ocd
(Tomasdo de: DE LA RUECA A LA PLUMA).

miércoles, 13 de marzo de 2019

LA ORACIÓN: DETENERSE, ESCUCHAR, ABRIRSE...


Cuando se es parte viva del proyecto teresiano, la ORACIÓN ocupa un lugar fundamental en la vida del discípulo, entendiendo esta no como un mero acto piadoso o devocional, como un repetir palabras leídas o aprendidas, sino como una manera de vivir, un estilo, una ACTITUD, que brota del trato frecuente y amistoso con Cristo, que al decir Teresa, "nos ama".  

Él es siempre el modelo de nuestra oración, y en los Evangelios le vemos con frecuencia buscando esos espacios de soledad y silencio para dialogar e intimar con el Padre. Y si fuera poco el ejemplo de Cristo, luego nuestros maestros en el Carmelo también nos han dejado un testimonio orante de altos quilates, para que aprendamos y nos alimentemos asiduamente. Y sin embargo, aun nos cuesta muchas veces estar abiertos y disponibles para esa transformación que nos convierte en verdaderos orantes. 

Decir que la oración es un estilo, una manera de vivir, implica, entre otras cosas, DETENERSE, ESCUCHAR y ABRIRSE.

DETENERSE, en medio de un mundo alterado, agitado, y no dejarse arrastrar por la corriente, por ¨los muchos", por la ansiedad de la vida presente, la angustia de correr siempre, de llegar primero, dce superar a llos demás. Implica vivir el momento presente, calmo y centrado en lo que soy y hago en este mismo instante.

ESCUCHAR, es decir, CALLAR, en medio del ruido y la algarabía, en medio de las muchas voces que intentan vendernos su mercancía, a menudo barata pero de mala calidad,  y atender a la voz suave y melodiosa de Dios. La voz del amor que habla en lo más hondo de cada ser humano.

ABRIRSE, saliendo de uno mismo hacia el otro o lo otro, a lo diverso y diferente, reencontrando a Dios en el prójimo, en la naturaleza, en la verdad inapresable en  conceptos racionales. El orante tiene un corazón cada vez más ancho, en el que caben todos, un corazón que abre puertas y no levanta muros, que se descubro hijo o hija en los otros, hermanos. 

ORAR no es algo que hago en determinados momentos de la jornada, o de la semana, sino ACTITUDES enraizadas en la persona, que se convierten en un estilo de vida, que testimonian una relación nueva con Dios, el projimo, la creación, en fin, la vida. Es buscar un espacio calmo, silencioso y abierto en el propio interior, como fuerza y luz para asumir la vida de una manera nueva.

Es un pasar por el mundo haciendo el bien... No quedarse en lo exterior, en el cumplimiento de una Ley, sino en ir más lejos, más hondo, más alto. Es pedir, llamar, tocar insistentemente y no cansarse de hacerlo nunca, a pesar de lo difícil que pueda resultar el camino. Todo esto y más es la oración, el camino de la interioridad, la puerta, dirá Teresa, para entrar en las muchas moradas interiores en las que voy descubriendo progresivamente al Amado

Fray Manuel de Jesús, ocd

martes, 12 de marzo de 2019

LA VOZ DE TERESA...

"Quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad, ¿qué teme?... La vida del buen religioso y del que quiere ser de los allegados amigos de Dios, es un largo martirio

(Camino 12, 2).

domingo, 10 de marzo de 2019

LA IGLESIA TENTADA

"El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel". 

Es bueno recordar siempre el amor primero de Dios, el momento en que encontramos a Jesús y nos dijo: SÍGUEME, y acordarnos de que tierra sombría nos sacó el Señor, y de cuántas esclavitudes nos libró. "Si confiesas con la boca que Jesús es el Señor, y si crees que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás". Dos propósitos de este tiempo de gracia: HACER MEMORIA y PONER LOS OJOS EN LA META (CONFESAR). Y en medio de estas dos realidades, supongo, están las TENTACIONES, las muchas posibilidades de equivocar el camino, de torcer el rumbo, de apostar por lo no verdadero. 

En el texto de Lucas para hoy Jesús es tentado: convertir las piedras en pan, arrodillarse delante del Malo a cambio de tenerlo todo, u obligar a Dios a intervenir y salvarlo de la muerte. ¿Corresponden estas tentaciones a la conocida tríada: ¿placer, tener, poder? Es posible; pero veo también ahora mismo que pueden leerse así: son tentaciones relacionadas con Dios, con su lugar en la vida, hablan de nuestra relación con lo sagrado. Hablarían de las tentaciones “religiosas” del Mesías, y por tanto del modo en que concebimos nuestra relación con Dios. 

Tenemos que aprender a dejar a Dios ser Dios, y no tratar todo el tiempo de manipularlo a nuestro antojo, queriendo que esté al servicio de nuestras necesidades más inmediatas, incluso de nuestros caprichos. Las tres respuestas de Jesús al tentador son claras: No solo es el pan lo que nos alimenta; no pongamos a nada ni nadie en el lugar de Dios, adorando falsos dioses; y no tentemos a Dios, pidiendo milagros a cambio de nuestra fe. Son tentaciones “mesiánicas”, las tentaciones de quien vino de parte de Dios, y también son las tentaciones de la comunidad de discípulos; para comunidades concretas se escribieron los Evangelios y buscan responder problemas concretos de esas comunidades. 

José María Castillo, comentando este texto, dice que son las tentaciones de la Iglesia: milagros, misterio, autoridad; es otro modo parecido de interpretarlo. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, también es tentada en el desierto que es su itinerario hacia la plenitud del Reino, y esas tentaciones pueden hacerle cambiar el rumbo, faltar a su misión, perder a Dios, de ahí la importancia de recordar una y otra vez de dónde venimos y cuál es la meta.

martes, 5 de marzo de 2019

LA NOCHE DE JUAN DE LA CRUZ


"Puedo escribir los versos más tristes esta noche"
(Pablo Neruda)


1.      Pero, ¿y qué es la Noche?
“Esta noche oscura es una influencia de Dios en el alma…, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor” (2N 5,1).

2.      ‘En una noche oscura’
Hablando espiritualmente, una cosa es estar a oscuras y otra estar en tinieblas. Porque estar en tinieblas es estar ciego, como habemos dicho, en pecado; pero el estar a oscuras puédelo estar sin pecado. Y esto de dos maneras, conviene saber: acerca de lo natural, no teniendo luz de algunas cosas naturales; y acerca de lo sobrenatural, no teniendo luz de las cosas sobrenaturales (cf. L 3,71).

¡Oh mísera suerte de vida, donde con tanto peligro se vive y con tanta dificultad la verdad se conoce, pues lo más claro y verdadero nos es más oscuro y dudoso; y por eso, huimos de ello siendo lo que más nos conviene, y lo que más luce y llena nuestro ojo lo abrazamos y vamos tras de ello, siendo lo que peor nos está y lo que a cada paso nos hace dar de ojos! ¡En cuánto peligro y temor vive el hombre, pues la misma lumbre de sus ojos natural, con que se ha de guiar, es la primera que le encandila y engaña para ir a Dios, y, que si ha de acertar a ver por dónde va, tenga necesidad de llevar cerrados los ojos y de ir a oscuras! (2N 16, 12).

Creo se va ya dando a entender algo cómo la fe es oscura noche para el alma y cómo también el alma ha de ser oscura o estar a oscuras de su luz [la del entendimiento] para que de la fe se deje guiar a este alto término de unión” (2S 4,1). 


Y esta segunda [noche] de la fe pertenece a la parte superior del hombre, que es la racional, y, por el consiguiente, más interior y más oscura, porque priva de la luz racional” (2S 2,2). 



Cuando el alma va más a oscuras…, va más segura […] Por ir a oscuras, no solo va perdida, sino aun muy ganada” (2N 16,3). 



3. ‘A oscuras y segura’ 

Para el alma, esta excesiva luz que se le da de fe…, por su grande exceso, oprime y vence la del entendimiento” (2S 3,1). 


En la noche del sentido todavía queda alguna luz, porque queda el entendimiento y razón, que no se ciega; pero esta noche espiritual, que es la fe, todo lo priva…, va más segura porque va más en fe” (2S 1,3). 

Dejándome a oscuras en pura fe, la cual es noche oscura […] 
salí de mí misma, esto es,  de mi bajo modo de entender y de mi flaca suerte de amar  y de mi pobre y escasa manera de gustar de Dios” (2N 4,1) 

Te va Dios librando de ti mismo, quitándote de las manos la hacienda […], tomando Dios la mano tuya, te guía a oscuras como a ciego, a donde y por donde tú no sabes, ni jamás con tus ojos y pies atinaras a caminar” (2N 16,7). 


4. ‘En la noche dichosa’ 

La noche no es otra cosa, que una “[amorosa] influencia de Dios en el alma” (2N 5,1; 2N 12,4): “las tinieblas y los demás males que el alma siente cuando esta divina luz embiste, que no son tinieblas ni males de la luz, sino de la misma alma, y la luz le alumbra para que las vea” (2N 13,10). 



CONCLUSIÓN: la noche y la luz del corazón… 

“Así como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas ni experimentadas va por nuevos caminos no sabidos ni experimentados…, por caminos nuevos nunca sabidos, y dejados los que sabía; […] de la misma manera, cuando el alma va aprovechando más, va a oscuras y no sabiendo. Por tanto, siendo, como habemos dicho, Dios el maestro y guía de este ciego del alma” (2N 16,8). 

Hallé sin duda largas las noches de mis penas; 

mas no me prometiste tan solo noches buenas, 

y en cambio tuve algunas santamente serenas… 

(Amado Nervo) 



*** 

LAS TRES PRIMERAS ESTROFAS DEL POEMA NOCHE OSCURA: 

En una noche oscura 

con ansias en amores inflamada 

¡Oh dichosa ventura! salí sin ser notada 

estando ya mi casa sosegada; 

a escuras, y segura 

por la secreta escala disfrazada 

¡oh dichosa ventura! a escuras y en celada 

estando ya mi casa sosegada. 

En la noche dichosa 

en secreto que nadie me veía ni yo miraba cosa, 

sin otra luz y guía 

sino la que en el corazón ardía.

(Tomado de: DE LA RUECA A LA PLUMA, apuntes de una conferencia de Juan Antonio Marcos, ocd, en la Universidad de Comillas).


sábado, 2 de marzo de 2019

TOMÁS ÁLVAREZ EN LA MEMORIA

Compartimos aquí, algo tarde ya, parte de las palabras de Fray Miguel Márquez en la despedida del P. Tomás Álvarez, que son el homenaje de este blog a un entrañable amigo de Santa Teresa y a quien conocimos también, recibiendo como tantos, su magisterio espiritual

Nos empeñamos en pensar que las grandes historias de amor pertenecen a épocas pasadas, que los mejores relatos se escribieron antaño. Creemos que la épica tiene que ver con aventuras de antiguos caballeros andantes, princesas y castillos encantados. Tan difícil nos resulta tener fe y reconocer a los héroes, a los santos en la puerta de al lado, como dice el Papa Francisco. Pero ellos están, siempre han estado, los que nunca aparecieron en los periódicos y no hicieron ruido entregando la vida y los que, ocupando el primer plano, fueron humildes sin pretender nada, sin esconderse y dando valor y voz al protagonismo de otros. Desaparecieron en cada palabra y en cada letra para hacer brillar el verdadero Mensaje y Mensajero, esta fue la vida del P. Tomás Álvarez. 

Se nos están yendo los viejos guerreros, poco a poco retornan al descanso merecido de los justos, labradores sacrificados que han arrancado a la dura tierra de las desolaciones el fruto precioso y la maravilla, no solo la perla y el diamante del alma de Teresa, sino de su propia alma. Pero no os engañéis, no os equivoquéis. No estamos aquí para alimentar la pena, la decadencia inminente, para llorar y lamentar la pérdida insustituible. No hemos venido a encumbrar sus hazañas y disculpar nuestras miserias. ¡Donosa manera de honrar y homenajear la luz y la gracia que nos dejaron! Nos devuelven la Fe y la Mirada en la dirección de la Vida que nace. Teresa de Jesús y Tomás (de Teresa) no son la luz, pero sí reflejo límpido de aquella luz que nos habla de historia de amistad, de encuentro con el Capitán del amor, en estos tiempos recios, con Cristo, Amigo y Compañero, y nos animan a reinventar la audacia de dejarle estrenar en nosotros una nueva historia de amor, no menos apasionante que la suya. ¡Cuánta dignidad!, ¡cuánta elegancia!, ¡cuánta nobleza!, ahora podemos decírtelo sin que te incomode tu timidez y tu pudor a los homenajes. ¡Qué altura y qué manera de pisar tierra! ¡Qué tesoro de ciencia y sabiduría y qué poco alarde! ¡Cuánta entrega en cuerpo y alma, en tiempo y sacrificio a cada documento, cada papel, a cada persona, en la oración, a las preocupaciones de los otros y en lo ordinario y qué vacíos tus bolsillos de ti mismo! 

En la infinidad de mensajes que han llegado estos dos días alguien ha dicho: “En estos momentos no hay mucho que decir. La muerte es una realidad que nos desafía al silencio”. En ese silencio sobrecogidos guardamos silencio respetuosos, porque sucede la Vida. Inevitable nos resulta pensar, imposible no querer imaginar, emocionados, cómo habrá sido el encuentro entre aquella mujer de la que se enamoró, (recuerdo que comenzó una vez una conferencia diciendo simpático: ‘Tengo que confesarles que me he enamorado de una mujer… Teresa de Jesús’), y que le habrá salido al encuentro tan agradecida con sonajas y panderos rodeada de sus hijas e hijos, regalándole un abrazo de madre, hermana, amiga, compañera y confidente. Y ¿cómo habrá sido y será aquella fiesta, querido Padre Tomás, que solo pensarlo anima a aventurar la vida, a arriesgarlo (arriscar, diría Teresa) todo por el Señor de todos los señores, por aquellos lindos ojos de Jesús, los únicos que traen belleza y descanso al castillo del alma. Solo oí tantas veces de un carmelita decir esta expresión: “Era un caballero”. 

Desde que entré en la Orden sentía yo el orgullo y el privilegio de pertenecer a la misma familia teresiana que el padre Tomás. Y como era un caballero honraba como a príncipe o princesa a quien mendigaba de él alguna atención. Se hacía llano y sencillo como vasallo, sin reclamar nada, o como caballero sin sueldo, que ayuda a su Señor a llevar la cruz, la que llevaba en su nombre de fraile con honor. Grande entre los amigos de Teresa. Si algún poder tuviéramos te daríamos con Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián, a la par que ellos y no en inferior peldaño, el título de los mejores amigos de Teresa que ha conocido la historia. Humilde Tomás, decía no hace mucho a un hermano: “Ahora parece que voy entendiendo algo a la Santa”. Enséñanos ahora, Tomás, la ciencia de Teresa, la ciencia del amor a Jesús, a la Iglesia, a los hermanos, enséñanos ahora lo que más nos conviene, lo importante, y desengáñanos, porque no deseamos otra cosa que se cumpla lo que Él desea, y querer con decisión, lo que Él quiere.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...