Un 28 de marzo de 1515, miércoles, amanecía con la luz del día la niña Teresa en el caserón de “La Moneda” en la ciudad de Ávila. En el hogar paterno de don Alonso y doña Beatriz encontró una hermana, María, y un hermano, Juan, del primer matrimonio; y otros dos hermanos del segundo, Hernando y Rodrigo. Buena ocasión para analizar un aspecto de la personalidad de santa Teresa: la emergencia de un yo poderoso que aparece en los primeros años de su infancia consciente y que ella analizará más profundamente como psicoanalista en la Vida y en las Moradas.
Es un análisis creo que poco valorado por los biógrafos al narrar las travesuras o pasatiempos de la niña Teresa con su hermano Rodrigo: el deseo del cielo “para siempre” y de “ver a Dios”, la “huida a tierra de moros”, los juegos a ser monja y ermitaña, etc. Todo esto es muy conocido en cualquier biografía, pero creo que es menos conocido que en esa narración la autora evidencia un Yo poderoso desde la primera infancia e irá in crescendo en los años de juventud y madurez, y explica la extraordinaria creatividad de Teresa como escritora y fundadora. Los que creemos en los “dones” sobrenaturales que recibió de Dios, sabemos que la “gracia” no destruye la “naturaleza”, sino que la eleva y engrandece.
Una prueba de la existencia o emergencia de su YO poderoso la encuentro en el uso abundante de los verbos en la primera persona en todo el relato de infancia, como cuando escribe: “tenía uno [hermano] de mi edad”, “como veía los martirios”, “parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios”, “deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese”, “leía haber en el cielo”, “de que vi que era imposible”, “juntábame con este mi hermano”, “paréceme que nos daba el Señor ánimo”, “me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad”, “me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa”, “hacía limosna, procuraba soledad, gustaba mucho cuando jugaba hacer monasterios, y yo me parece deseaba serlo” (monja). Todo esto dicho en muy pocas líneas, pero muy elocuentes.
Es verdad que algunas veces usa también el plural, pero sospecho que —aun es ese caso— ella llevaba la voz cantante, siendo el alma de todas las iniciativas y travesuras: “juntábamonos entrambos”, “concertábamos irnos”, “viéramos”, “nos parecía”, “espantábanos mucho”, “acaecíanos”, “gustábanos”, “ordenábamos ser ermitaños”, “procurábamos como podíamos”, “no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo” (Ver Vida, 1, 5-6). Es seguro que en toda su producción literaria podrán aumentarse estos ejemplos, pero retengamos como modelo esta luminosa página.
Después de la infancia, podemos rastrear en su comportamiento ante la vida situaciones vitales en las que muestra la misma energía de un poderoso YO que dirige sus acciones personales y las que induce en sus colaboradores y lectores. Como ejemplo, recuerdo dos momentos decisivos en su vida. El primero es cuando, encerrada contra su voluntad en Santa María de Gracia en plena adolescencia enamorada, se adaptó pronto al medio y conquistó la voluntad de las monjas y las jóvenes compañeras. Nos gustaría saber más detalles de aquella encerrona involuntaria y la estrategia vital desarrollada en aquel ambiente impuesto y hostil.
Con mayor evidencia impuso el poderío de su YO contra la voluntad de su querido y respetado padre huyendo de casa a los veinte años para seguir una vocación religiosa sin suficiente madurez ni clarificación de los motivos. En ambos casos, el querer de la voluntad fue tan imperioso que no lo pudo soportar su cuerpo y, en ambos casos, se manifestó en un proceso patológico grave, especialmente en el segundo episodio.
En su biografía y en sus escritos abundan las vivencias y las proclamas de una combatiente que llama a entregar la vida por Cristo sin preocuparse de las debilidades y enfermedades reales o imaginadas del cuerpo que tienen el mismo significado: el poderío de su YO. He aquí las arengas de la capitana del Carmelo aplicables a todos los “buenos cristianos”. Corresponden a los ideales primeros de su Reforma soñando y viviendo la utopía de pobreza absoluta impuesta en el convento de San José en Ávila.
“Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada” (CV, 11, 4). “Porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades descubre” (ib., 11, 2). “Algunas monjas no parece que venimos al monasterio a procurar no morirnos. Cada una lo procura como puede” (ib., 10, 5). “Determinaos, hermanas, a morir por Cristo, no a regalaros por Cristo” (ib., 10, 5). “Quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida” (ib., 12, 2).
Ese mismo poderío del YO lo descubro en su quehacer como escritora en la que admiro la libertad con que expone su pensamiento sobre temas tan conflictivos en su tiempo como la defensa de la oración vocal y mental, aun la mística, ejercitada por las mujeres y juzgada como “peligrosa” por algunos teólogos; o cuando critica a los mismos inquisidores que se exceden en el control a las mujeres devotas, espirituales o escritoras; o cuando pide para ellas mayor actividad apostólica en la Iglesia o poder leer la Sagrada Escritura.
Esa misma valentía descubro en su misión como fundadora de la Reforma del Carmelo. La siento como investida de un destino profético a reformar su propia orden contra viento y marea, acción juzgada por “locura” por sus mismos amigos, entre otros el noble obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, pero convencido de que si la madre Teresa comenzaba una obra, acabaría bien, aun pagando sus aventuras con jirones de una salud corporal muy precaria. En fin, todo el quehacer de la madre Teresa es un prodigio continuado, a veces incomprensible por la pura racionalidad, explicable mejor por una superdotación de un orden superior.
Termino recordando la voz de la grafología, sin atribuirla un valor absoluto y definitivo como ciencia no exacta; pero que, en este caso, confirma en parte lo que he expuesto por análisis de los textos teresianos con ayuda de la historia. La grafología ha descubierto en Teresa “un enorme sentido estimativo que podía ser bien entendido como amor propio, o tal vez entenderlo como orgullo o altanería […]. Un EGO consistente, un YO conformado por un tronco robusto y una férrea confianza y seguridad en sí misma”, pero con “una contrapuesta humildad personal”
Queda abierto el debate a los sabios mejor informados. De momento, admiro cada vez más a esta mujer que en un siglo de mentalidad social y eclesial antifeminista, emerge entre las mujeres y los varones defendiendo unas ideas clarividentes para su tiempo y el nuestro.
Daniel de Pablo Maroto
(Tomado: De la rueca a la pluma).