De
vueltas con un tema muy querido, la santidad, porque he leído un artículo de Jon
Sobrino, acerca de lo que llama el “la santidad primordial”;
se refiere básicamente a la decisión primaria, personal y grupal, de vivir y
dar vida, tal y como aparece en situaciones límites causadas por atrocidades
históricas y en catástrofes naturales. Es una santidad natural, que aparece sobre
todo entre gente sencilla, entre gente pobre, en la gente de a pie; a menudo es
un modo natural de vida. Esas masas
desfavorecidas, son para Sobrino los anawin de la Biblia, que viven para una
pesada carga y son oprimidos marginados y despreciados. Viven abajo o en los márgenes
de la sociedad, y a menudo también de la Iglesia. Pero en sus vidas hay
excelencia, por dos razones fundamentales: porque los pobres son amados por
Dios, sin condiciones, y porque los pobres tienen un potencial evangelizador y
muchos de ellos realizan en sus vidas los valores evangélicos. Ahora que el
papa Francisco invita una y otra vez a la Iglesia a volver su rostro a los
pobres, y hacerse pobre ella misma, prestar atención a este tema viene como
anillo al dedo.
Puede ayudar a entender mejor el concepto que Sobrino
propone si comparamos esta santidad primordial con la santidad convencional:
esta última concebida casi siempre en la línea de “perfección”, mientras que la
primera va más en línea de responder y corresponder a un Dios de la vida, un Dios
de pobres y víctimas, que sorprende y desafía, un Dios de crucificados que
piden resurrección. Así lo explica este
teólogo:
“En comparación con la santidad convencional,
de la santidad primordial no se pregunta todavía lo que en ella hay de libertad
o de necesidad, de virtud o de obligación, de gracia o de mérito. No tiene por
qué ser la santidad que va acompañada de virtudes heroicas, sino que se expresa
en una vida cotidianamente heroica. No sabemos si los pobres y las víctimas son
santos intercesores para mover a Dios, lo cual no es posible ni necesario, pero
tienen fuerza para mover el corazón. No hacen milagros, entendidos como
violación de las leyes de la naturaleza (para la canonización se requieren dos
para confesores y uno para mártires), con lo que los canonizados remiten a un
Dios-poder infinitamente por encima de lo humano. Pero sí hacen milagros que
violan las leyes de la historia: el milagro de sobrevivir en un mundo hostil.
Con ello remiten a un Dios con espíritu capaz de mantener el anhelo de vivir, y
también a un Dios sin poder, a merced de la voluntad de los hombres, como dirán
los teólogos. La santidad primordial tiene una lógica distinta a la de la
santidad convencional. Y distintas son sus consecuencias. Pobres y víctimas no
exigen imitación, a lo que pueden invitar los santos según la doctrina oficial.
Y los santos primordiales rara vez logran que alguien les imite. Más bien la
imitación es rehuida por casi todos. Pero donde hay bondad de corazón, sí
generan un sentimiento de veneración, y de querer vivir en comunión con ellos”.
De no tomar en cuenta esta santidad
primordial, las canonizaciones oficiales tienen peligros que se debieran
evitar:
1.
Las canonizaciones pueden aumentar la
distancia entre los santos y el común de los mortales, incluidos los santos
primordiales. Se cae en elitismo y se desprecia a los pobres y sencillos, con
sus carencias y defectos, considerándolos gente de segunda categoría. Los
santos canonizados, pueden convertirse en objeto de admiración y culto, pero
pueden dejar de ser hermanas o hermanos nuestros, distanciándose de Jesús,
quien no se avergüenza de llamarnos hermanos, como dice la Carta a los hebreos.
2.
Las canonizaciones pueden llevar a
desestimar al común de los mortales, cuando no a despreciarlos. En épocas
pasadas se despreció a seres humanos de clase baja, a negros e indígenas, de
modo que no podían recibir ministerios eclesiásticos. Los modos cambian, pero puede pervivir un
desprecio larvado hacia los laicos, especialmente hacia la mujer. Y eso lo
puede favorecer el entusiasmo elitista ante santos inalcanzables.
3.
Los santos canonizados pueden
interceder y hacer que Dios nos haga favores, pero no está en ello el meollo de
la santidad. Dios no necesita que nadie le mueva a amar a los seres humanos, y
menos los pobres. En ello le va su ser Dios. Lo que si necesita para hacerse
presente en la historia son sacramentos, seres humanos que le hagan visible y
palpable en su acercamiento salvador. Sacramentos suyos pueden serlo todos los
seres humanos. Jesús es el sacramento mayor.
4.
Y eso pueden serlo tanto santos
canonizados como santos primordiales. En la Edad Media se llamaba a los pobres
“vicarios de Cristo”.
5.
El mayor peligro del elitismo no
consiste en excederse, encumbrando a los santos a alturas infinitas, sino en no
llegar, no abajarse para ver a los santos primordiales.
6.
La santidad primordial puede
humanizar los procesos de canonización y sanarlos de limitaciones.
Lo
anterior está tomado de la revista CONCILIUM antes citada, paginas 365-377., y
creo puede contribuir a una mejor y más amplia comprensión de la santidad
cristiana.