La canción #19 es enigmática en buena medida, con cierta ambigüedad en su comprensión, querida tal vez por el propio autor para marcar la tensión de este momento., aunque luego el comentario hace una lectura espiritualizante y unívoca de la misma. San Juan de la Cruz comienza diciendo:
“Está tan hecha enemiga el alma, en este estado, de la parte inferior y de sus operaciones, que no querría que la comunicase Dios nada de lo espiritual, cuando lo comunica a la parte superior; porque o ha de ser muy poco o no lo ha de poder sufrir por la flaqueza de su condición, sin que desfallezca el natural, y, por consiguiente, padezca y se aflija el espíritu; y así, solo, pueda gozar en paz” (1).
Aquí el santo, deudor de una filosofía y teología concretas, opone alma y cuerpo, o lo espiritual y lo corporal, como enemigos irreconciliables, pero lo cierto es que esa división es meramente conceptual. El ser humano es un todo, y cuando recibe algo, lo recibe ese todo, y no una parte. Dice el comentario que el alma quiere recibir esas mercedes grandes de Dios, pero no las puede recibir “en vaso tan estrecho”, por lo que anhela sean hechas fuera del cuerpo, o sin él. Es lo que expresa el siguiente verso:
“Escóndete, Carillo/y mira con tu haz a las montañas/y no quieras decillo/mas mira las compañas/de la que va por ínsulas extrañas”.
En el #2 habla de cuatro cosas que pide el alma esposa al Esposo: que se le comunique en lo más profundo y escondido, y que embista e informe sus potencias con su Divinidad, pero sin que sepa o participe la parte exterior y sensitiva, enamorándose de las gracias y virtudes que Él le ha dado, levantándola a muy altas y subidas noticias de la Divinidad por experiencias y excesos de amor extraordinarios.
El haz (la cara, el rostro, la faz) de Dios es la Divinidad y las montañas son las potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad). No quiere un conocimiento parcial, como tuvo Moisés al ver la espalda de Dios (es decir, ver a Dios por sus efectos y obras), sino cara a cara, conocimiento esencial de la Divinidad, lo que es ajeno a todo sentido y accidentes (4).
“Porque la sustancia del espíritu no se puede comunicar al sentido, y todo lo que se comunica al sentido, mayormente en esta vida, no puede ser puro espíritu, por no ser él capaz de ello” (5).
La siguiente estrofa: “Mas mira las compañas”, son la multitud de virtudes y dones y perfecciones y otras riquezas espirituales que Dios ha puesto ya en ella, como arras y prendas y joyas de desposada. Aquí aparece una máxima sanjuanista de mucho alcance: “El mirar de Dios es amar y hacer mercedes”.
El alma o la esposa le pide al Esposo: “Conviértete, Amado, a lo interior de mi alma, enamorándote del acompañamiento de riquezas que has puesto en ella, para que enamorado de ella en ellas, te escondas en ella y te detengas; pues que es verdad que, aunque son tuyas y por habérselas tú dado, también son” (suyas)… “de la que va por ínsulas extrañas” (6).
Porque, así como ella va por vías extrañas y ajenas de todos los sentidos y de todo conocimiento natural, así quiere también que el Amado se le comunique a ella en toda su riqueza (7).
Hasta aquí hemos seguido el comentario del Santo y sus explicaciones del verso; pero veamos lo que nos sugiere el autor del texto complementario que seguimos, Xabier Pikaza: se trata de un momento particular en el camino del amor que hemos estado siguiendo, momento de crisis y nueva creación de amor (lo mismo que sucedió en la canción 13). Habla del posible fantasma de los celos, reflejado en esas ninfas que quieren jugar con sus amores, de raposas que buscan robar las uvas buenas de la viña, culminando en la maldita frigidez del cierzo.
Ante el peligro la amada le grita al amado que se esconda (“Escóndete, Carillo”); dos sentidos, puede tener este grito: escóndete para que no te vean, o escóndete para habitar conmigo. La amante pide a su amado que se adentre en ella, que contemple y goce (y transfigure) la belleza de su huerto. No soy yo quien debo entrar en Dios; es Dios quien debe adentrarse en mi hermosura (una interioridad invertida).
La amante pide que Dios (el amado) se esconda y recoja con ella y la mire en amor fuerte para transformarla. En la lógica del amor, la vida de aquellos que no amamos nos preocupa poco, pero si amamos, entonces la vida del otro empieza a dolernos y preocuparnos, y nos angustia si demora, o le acechan mil peligros. Se invita al silencio (no quieras decillo), en uno de los versos y de compañas, que también podrían evocar los propios miedos de la amante, que se adentra en camino solitario, caminos inexplorados (ínsulas extrañas) y siente temor ante sus muchos fantasmas (va llena de compañas); por lo que grita al amado para que la libre.
Terapeuta de amor es el amante; solo su palabra y su presencia pueden librarnos de molestas e insidiosas compañas interiores que perturban nuestro sueño. El amor está siempre cerca de los fantasmas que destruyen y apagan la luz de la conciencia recta. Evoca aquí Pikaza la imagen de la mujer samaritana que encuentra a Jesús, el Amado, junto al pozo, y le dice “Dame de beber”.
(Este resumen es una lectura personal del texto sanjuanista y del comentario al Cántico de Xabier Pikaza)