El pasado día 15 de octubre tuve una jornada teresiana muy a mi manera, pero válida también para celebrar a la Santa y dar inicio a nivel personal al año de su Centenario. El día estuvo marcado por una comunión especial con Teresa, con la oración por todos los que comparten este amor especial por su magisterio espiritual, y comenzando además la lectura de las “Meditaciones sobre los Cantares” de la santa.
Para leer a Teresa hoy, es esencial que sepamos hallar sus intuiciones fundamentales para la vida espiritual, y las encarnemos luego en nuestra propia historia personal, en nuestro tiempo, en nuestras coordenadas eclesiales. Teresa es una mujer del siglo XVI, europea, con los límites que su tiempo y su Iglesia le imponen; esto no rebaja su magisterio espiritual, su genialidad, sino que nos evita calcar meramente lo exterior, lo circunstancial, para captar y aprovechar aquello que es sabiduría perenne en Teresa. Por esa razón leo a Teresa, sus libros, una y otra vez, sin cansarme, degustando cada frase, pasando todo por el fuego de la vida cotidiana; es una lectura amorosa que no deja de ser crítica.
Así recibo siempre a los Maestros, dialogo con ellos, les interpelo, mientras que sus intuiciones esenciales van calando en mi propia historia y adquiriendo en ella una nueva dimensión. No puedo asumir lo que descubro y recibo con pasividad, sino que doy vueltas y vueltas en torno a ello, busco en lo superficial y en lo profundo, hasta encontrar la verdad que esconde. Algunos dirán que no amo; creo que así amo mejor.
“Alegrarnos de considerar qué tan gran Dios y Señor tenemos, que una palabra suya tendrá en sí mil misterios”
(Teresa, Cantares 2).