Este es un capítulo esencial, del LIBRO DE LA VIDA de Santa Teresa, que hace de bisagra entre lo que precede (Tratado de los grados de oración), y la parte siguiente del libro (La nueva vida en Cristo). Dos razones importantes mueven a Teresa a detenerse aquí: el no haber hablado mucho de Cristo, de su vida humana, de su presencia e importancia en el proceso de oración, en los capítulos precedentes, y a las propias dificultades de Teresa en su oración mística con respecto al lugar de la humanidad de Cristo en este camino.
Por eso, el capítulo está escrito en dialogo con el
lector, y esto de nuevo por dos razones: porque el problema de la
Humanidad de Jesús se plantea expresamente a quienes andan ya adelantados en la
oración, como es el caso de los lectores de Teresa, y porque ese problema lo
plantean, en su entorno, los libros y teólogos, al alcance de esos mismos
lectores.
Posiblemente es la primera vez que Teresa se enfrenta
a un problema teológico, cristológico, de especial trascendencia en la práctica
espiritual. Prueba de lo importante que es para ella es que lo vuelve a tratar
años después en Moradas (sextas, capítulo 7). Tres líneas se entrecruzan en
este capítulo: el diálogo con el lector, el propio recuerdo de Teresa y las
razones en que Teresa funda su tesis cristológica.
ESQUEMA
DEL CAPÍTULO:
#s 1-4: Falsa doctrina cristológica de ciertos libros,
y error de la misma Teresa.
#5: Tesis contraria. Importancia insuperable de la
Humanidad de Jesús.
#s 6-8: Primera serie de razones para probarlo:
humildad…
#s 9-12: Segunda serie de razones: no somos ángeles…
#s 13-18: Insistencia, en diálogo con el lector.
LO
PRIMERO: El error del
puro espiritualismo.
En el título o epígrafe del capítulo se anuncian dos
temas: que los contemplativos no deben “levantar
el espíritu a cosas altas”, y que la Humanidad de Cristo “es el medio para la más subida contemplación”.
En realidad, es un mismo problema, algo complejo: es un error “levantar el espíritu apartándolo de todo lo
corpóreo” porque la Humanidad de Cristo (corpórea) es indispensable para el
progreso espiritual, incluso el progreso místico. No es un problema que Teresa
se invente, sino que ella polemiza con un error muy difundido en los libros y
maestros espirituales de su tiempo (tal vez, incluso en el nuestro).
El error en cuestión tenía visos de espiritualismo.
Consistía, según ella, en asegurar que, al llegar el orante, o el simple
cristiano, a una cierta altura de vida espiritual, tiene que optar por
espiritualizarse del todo para entrar en la órbita de lo divino: dejar de lado
la atención a lo corpóreo; dejar, por tanto, también de lado, la Humanidad de
Jesús como motivo de oración; ir levantando el espíritu por encima de todo lo
criado; cuadrar la mente (“considerándose en cuadrada manera”) y engolfándose
en el océano inmenso de la divinidad.
Ya fuera que ella lo presentará bien o no, lo que le
interesa en el momento presente es el tema central: la Humanidad de Cristo, su
coyuntura histórica-evangélica, su Pasión, su Cuerpo… ¿Entran o no en la
oración del místico? El “voy de vuelo”
del orante místico, ¿tiene que dejar aparcado al Jesús del evangelio, de la
Eucaristía, al Resucitado glorioso? Algunos libros acudían a un texto bíblico
para apoyarse: “Les conviene que yo me
vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu…”.
En esa doctrina
espiritualista de cuadrar la mente, Teresa distingue dos cosas: lo de “ir
levantando el espíritu” para provocar suavemente el ingreso en lo sobrenatural
místico, cosa en que ella jamás incurrió, porque “veía era atrevimiento”. Y
luego, lo de orillas, juntamente con lo corpóreo, a la Humanidad de Cristo,
error en que ella misma incurrió por breve tiempo después de iniciar la oración
de quietud, o en las primeras fases de su oración mística.
“¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi
pensamiento ni una hora que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De
dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?” (4).
Contra esa
doctrina y contra su propio error, erige Teresa su tesis: “Apartarse del todo de Cristo y que entre en
cuenta este divino Cuerpo con nuestras miserias, ni con todo lo criado, no lo
puedo sufrir” (1). Como si se sintiese acosada por esa depreciación
de lo cristológico, ella se propone resaltar el primado de la Humanidad de
Jesús a lo largo de todo su camino espiritual, y busca razones, como los
teólogos; pero le brota todavía, instintivamente, un motivo más fuerte y
estrictamente personal. Más que razones, en Teresa prima lo experimentado por
ella.
En sentido
negativo, recuerda que, cuando se dejó seducir por los libros de intentó
prescindir de la Humanidad de Cristo, andaba como “en el aire”, sin ánimo ni
apoyo, estancada en su vida espiritual, sin progreso en el amor. Dice: “me
parece iba sin camino”.
En sentido positivo, su testimonio insistente de la
luz que aportó Cristo a su vida: “Con tan
buen amigo al lado”. De las páginas más hermosas de Teresa las que refieren
a Cristo y su humanidad, en este capítulo 22 de VIDA (6-9). “Para contentar a Dios y que nos haga grandes
mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad Sacratísima, en quien dijo su
majestad se deleita… Lo he visto por experiencia… Por esta puerta hemos de
entrar… No quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación…
Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes… Tan buen amigo al
lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del
mundo… Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí”.
Así lo recomienda a García de Toledo (7), y así lo reafirma en MORADAS 6.7,15),
que gracias que no le vengan por la Humanidad de Jesús, ella no las quiere: “No quiero ningún bien, sino adquirido por
quien nos vinieron todos los bienes”.
Veamos las dos razones cristológicas que presenta
Teresa, sobre las cuales funda su razón:
1. Implica una sutil y dañosa falta de humildad no ir por
el camino de la Humanidad de Cristo. Todo intento de escalar la esfera de lo
divino, descartando, por menos espiritual, la mediación de Cristo, será
soberbia solapada, vano esfuerzo prometeico. Referencias bíblicas a San Juan y
a San Pablo, así como a otros santos (7, segundo párrafo).
2. No hacerlo es ignorar la propia condición humana: que
somos hombres y no ángeles…Nuestra propia condición humana nos hace
insustituible la mediación de Cristo hombre (“Porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es
compañía…”). Utiliza varias comparaciones en los #s 12 y 13: el águila y el
sapo, la voz y el canto, el huerto y el riego.
PERO, ¿A qué se refiere Teresa cuando habla de la
“Humanidad de Jesús?
Pareciera una expresión abstracta, pero para Teresa no
lo es; refiere a Jesús mismo y todo su misterio: su aventura evangélica,
palabras, sentimientos y acciones; su Pasión, su Cuerpo glorioso y resucitado.
También su presencia eucarística (“compañero
nuestro en el Santísimo sacramento, que no parece fue de su mano apartarse un
momento de nosotros”). También refiere a su misteriosa presencia al lado
del orante o del creyente, como amigo, compañero y buen capitán. En fin, Cristo
para Teresa es el Amor de Dios, fuente de ese Amor: “Quiero concluir con esto: que siempre
que se piense en Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes,
y cuán grande nos lo mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que
amor saca amor... Procuremos ir
mirando esto siempre y despertándonos para amar”.
Por aquí viene, a mi parecer, el profundo HUMANISMO de Teresa,
porque su mirada Jesús humano humaniza su propia comprensión de la llamada y el
modo de hacerla concreta. Cuando dice: “Es
gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano”, nos invita a
seguirle humanamente, y no tratando de huir de nuestra humanidad. “Nosotros no somos ángeles, sino tenemos
cuerpo; queremos hacer ángeles estando en la tierra, y tan en la tierra como
estaba yo, es desatino” (10). Así es que, “todo este cimiento de la oración va fundado en humildad, y mientras más
se abaja un alma en la oración, más la sube Dios”.
Termina Teresa este capítulo volviendo a la oración de
la que ha estado hablando, y para la que pide humildad y libertad por parte del orante (“Con libertad se ha de andar este camino, puestos en las manos de Dios”).
Y dice:
1. Procurar la verdadera pobreza de espíritu, que es “no buscar consuelo ni gusto en la oración,
sino consolación en los trabajos por amor de Él, que siempre vivió en ellos, y
estar en ellos y en las sequedades quieta” (11).
2. “Si su Majestad
nos quiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana; si no,
servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar… Dios tiene cuidado,
más que nosotros, y sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí
quien tiene dada ya toda su voluntad a Dios?” (12).
3. “En todo es
menester experiencia y discreción” (18).
(Resumen preparado a partir de la lectura del capítulo y los comentarios de Tomás Álvarez, ocd)