Cada comunidad es escogida y llamada a manifestar una parcela de la gloria de Dios, pero siempre en comunión con las otras. Las comunidades son verdaderamente comunidades cuando están abiertas a las otras, cuando son vulnerables y sencillas, cuando sus miembros crecen en el amor, la compasión y la humildad. Sin embargo, dejan de serlo cuando sus miembros se vuelven a cerrar en ellos mismos, convencidos de que están en posesión de la única verdad y la sabiduría. La actitud fundamental de una comunidad en la que se vive una verdadera pertenencia es la apertura, la acogida y la escucha de Dios, del universo, de otras personas y de otras comunidades.
Si la comunidad es pertenencia y apertura, también es amor hacia cada persona. En otras palabras, podríamos decir que la comunidad está definida por tres elementos: amar a cada uno, estar unidos juntos y vivir la misión. En comunidad amamos a cada persona y no a la comunidad en sentido abstracto, es decir, como un todo, una institución o un modo de vida ideal. Lo único que cuenta son las personas; amarlas tal y como son, de tal manera que crezcan según el plan de Dios y sean fuentes de vida. Y esto no de forma pasajera, sino permanentemente.
La vida en común no es una idea abstracta o un idealismo. Sin duda alguna, san Benito habría apreciado el aforismo de Dietrich Bonhoeffer: “Aquel que ama la comunidad la destruye; el que ama a los hermanos es el que verdaderamente la construye”. La comunidad nunca puede tener el primado sobre las personas; está orientada hacia las personas y su crecimiento. Su belleza y unidad provienen del reflejo de cada una de las personas, de la luz y del amor que hay en ellas y de la manera en la que se aman.
Para que una comunidad se forje realmente es necesario que sus miembros puedan juntarse como personas, como hermanos, y no sólo para trabajar. La vida comunitaria implica un compromiso personal que se realiza en los encuentros entre personas. Pero hay veces en que estos se esquivan; se tiene miedo porque comprometen. Se huye hacia lo pragmático, la organización, la ley, el trabajo o el activismo. Se huye del encuentro real con el otro, pero para amarse es necesario encontrarse. La creación de una comunidad es algo distinto del encuentro de personas individuales. Es crear un cuerpo y un sentido de pertenencia, un lugar de comunión, y esto supone re-unirse.
Hay diferentes tipos de reuniones en una comunidad, pero todas tienen el mismo fin: la comunión, la construcción de un cuerpo, la creación de un sentido de pertenencia. Poco importa si hay pocas o muchas cosas que tratar, todo debe estar en función del mismo fin: reunirse en el amor. Existen reuniones cuyo fin es informar; es importante que la gente sepa lo que pasa en la comunidad y en aquellas otras con las que se tienen vínculos especiales, lo que pasa también en los ámbitos que interesan de modo particular a la comunidad. No solo ponerlas por escrito, sino conversarlas, para que inspiren y alimenten nuestros corazones y espíritus y crear la unidad.
Existen reuniones para tratar los asuntos de la comunidad (para profundizar juntos en la visión y tomar decisiones, después de un discernimiento). Existen reuniones en las que se comparte, hablando de lo que se hace y de lo que se vive. Existen reuniones en las que se disfruta el descanso, el estar juntos, y otras son celebraciones o reuniones en las que rezamos juntos, se intercede por la comunidad, se grita a Dios por sus sufrimientos y necesidades, se suplica o se da gracias, o se adora en silencio. Y hay reuniones en las que se anuncia y comparte una visión, un deseo, una esperanza.
Ideas tomadas de "La comunidad", de Jean Vanier