"María no es Dios. No es una diosa. No es ese sustitutivo «necesario» para salvaguardar la excesiva masculinización de lo divino. María es un personaje histórico. Es nuestra hermana. Pertenece a nuestra historia. Es verdad que los datos historiográficamente fiables que de ella tenemos son muy pocos. En no pocas ocasiones, lo único que podemos decir es que «confiamos razonablemente que detrás de no pocas consideraciones teológicas de la revelación hay acontecimientos históricos a los que no nos ha sido dado tener acceso y verificación». Pero, si la mariología no dispusiese de un fundamento histórico, podría convertirse en mariolatría, o en teología mítica. Ese ha sido el peligro que siempre ha amenazado y que en no pocas ocasiones habrá que seguir conminando. Los caminos para conseguirlo son varios y un poco complejos.
Una visión excesivamente patriarcal de Dios dentro del cristianismo repercute negativamente en la mariología. A Dios se le reservará la imagen paterno-masculina de lo divino; en María habrá que volcar compensatoriamente la imagen materno-femenina de lo divino, con la consiguiente equiparación a Dios. Hablar de María como «rostro materno de Dios», o el «rostro femenino de Dios», puede llevar a convertirla prácticamente en una diosa. De hecho, el culto a María en la época post-constantiniana y en el ámbito mediterráneo llegaba en no pocos lugares a configurarse como el culto a la Gran Madre, a las deidades femeninas.
La única forma de conminar esta propensión idolátrica es desarrollar una visión del mundo no androcéntrica, una teología que utilice todas las metáforas, alegorías, símbolos humanos para hablar de lo divino, sin discriminaciones patriarcales. El día en que los creyentes clamemos a Dios «Padre, Madre» con naturalidad, ese día quizá nos preguntemos: «¿Y qué queda para María?». Habremos iniciado el camino de una auténtica mariología. Pero se necesita mucha audacia, creatividad, para lograr una imagen inclusiva de lo divino.
María es, en otras ocasiones, excesivamente identificada con la Trinidad. Es paradigmático el desarrollo mariológico del medioevo. Se trata de un fenómeno complejo, aunque voy a reducirlo a una brevísima descripción. La escolástica, en su sistematización del pensamiento griego, partía del supuesto de que lo femenino/materno era esencialmente pasivo. Dios, en cambio, es Acto puro, esencialmente activo. La imagen medieval de Dios como acto puro era, por consiguiente, poderosamente androcéntrica. El poder del Padre Dios se reflejaba en María. En este sentido, a ella eran dirigidos salmos e himnos a la divinidad adaptados a ella. En María contemplaba el pueblo la misericordia, mientras en Dios Padre contemplaba la justicia. Se veía en María la omnipotencia suplicante. Incluso se hablaba de ella como más misericordiosa que su Hijo. Era proclamada reina de la misericordia.
En María emergía un nuevo principio de redención, de satisfacción, que no era plenamente identificable con el principio cristológico. Ya no en el medioevo, sino en nuestro tiempo, algunos han visto en Jesús la manifestación masculina de Dios Padre, mientras en María han visto su revelación femenina. Otros han interpretado que la mariología ha servido de equilibrio en una teología ausente de pneumatología. María se habría convertido en el sustitutivo del Espíritu Santo. De hecho, a María se le han atribuido no pocas funciones del Espíritu. La propuesta de Leonardo Boff de contemplar a María como hipostáticamente unida al Espíritu Santo (El rostro materno de Dios) revela los pasos zozobrantes de la teología actual para comprender adecuadamente la verdad sobre María. El avance de la cristología y la pneumatología han servido para resituar la mariología en su auténtico ámbito teológico.
Mucho queda todavía por investigar. La Mujer, puesta en el centro de la historia, se ha convertido en correctivo a las imágenes de lo divino. Ella ha guardado todo aquello que nuestra limitación, nuestra prepotencia, había arrancado a lo divino. La devoción mariana y la teología mariológica son por ello ámbitos en los cuales podemos comprender el misterio santo de Dios con lenguaje y símbolos femeninos.
María nos proyecta fuera de ella misma, a la trascendencia de Dios, al misterio insondable. La auténtica mariología es aquella que tiene como finalidad «ad maiorem Dei gloriam».
José C.R. García Paredes
Mariología