Casi como impulsado por el Espíritu, porque no es algo que provenga de mí impulso natural, me he propuesto dedicar este mes de febrero a San Juan de la Cruz. No es que no ame al santo, pero he sentido siempre que entre él y yo, en lo que a doctrina se refiere, hay un muro que no consigo superar. No es que no lo haya leído, lo hice íntegramente hace ya más de 20 años, y luego he seguido leyendo de manera parcial su obra, sus poemas, sus cartas. Pero nunca con la pasión o motivación con que he leído a santa Teresa; no es la primera vez que lo reconozco.
Pero, al mismo tiempo, algo siempre me atrae al santo, aunque mi dialogo con él no sea nunca pacífico, y cada cierto tiempo saco del librero sus obras completas, manoseadas y llenas de apuntes y subrayados, para tratar de encontrar lo que de valioso e intemporal esconde Juan de la Cruz en sus escritos. También busco en sus comentadores alguno que me permita entender mejor al santo, a no quedarme en lo que escribió, sino en lo que puede decirle al hoy que vivo, que vivimos. "Quienes leen libros pero no ven la sabiduría de los sabios son esclavos de la letra" (Huanchu Daoren).
La clave de toda la obra sanjuanista es la unión con Dios: el mayor don al que el ser humano puede aspirar, y la gracia suprema que nos consiguió Cristo. Los escritos de san Juan de la Cruz tienen una finalidad eminentemente práctica, y se dirigen, en principio, a un público restringido. Su doctrino alcanza siempre lo universal, y se refiere a la esencia del vivir cristiano. Busca clarificar las vicisitudes de la vida espiritual. Los protagonistas son Dios y el ser humano (seguimiento), en diálogo con la Biblia, la teología, la experiencia y la poesía.
Seguiré compartiendo ideas sobre el santo en la medida en que vaya leyendo y releyendo lo que tengo a mano y me provoque, lo que me permita crecer y aprovechar mi amistad con él.
Fray Manuel de Jesús, ocd