lunes, 3 de junio de 2013

UNA CARTA DESDE EL CARMELO UNIDO....



Mensaje de los dos Consejos Generales OCarm-OCD a toda la Familia Carmelitana

Communicationes
AYLESFORD (31-05-2013).- En el año de la Fe, los dos Consejos Generales, OCarm y OCD, hemos peregrinado a Aylesford (Inglaterra), un lugar muy significativo para toda la Familia del Carmelo. Desde aquí, os escribimos esta carta-mensaje en la fiesta de San Simón Stock, desde este antiguo convento carmelita, fundado en el 1242 por algunos peregrinos-ermitaños del Monte Carmelo.

Su regreso de la Tierra Santa a Europa, su paso de la vida eremítica a la vida mendicante, su experiencia de Dios y sobre todo su humilde y fraterna confianza en la Virgen en un tiempo de crisis cultural han sido para nosotros manantial de inspiración para repensar nuestra misión en los tiempos actuales. Este ha sido el asunto al que hemos dedicado gran parte de nuestro trabajo, conducidos por el P. Benito de Marchi, misionero comboniano.

En Aylesford hemos sido huéspedes de la comunidad local de los hermanos OCarm, a los cuales estamos sinceramente agradecidos por su calurosa y atenta acogida. Ha sido un tiempo de oración, de fraternidad y de reflexión, durante el cual hemos vivido también dos significativas experiencias ecuménicas. En primer lugar, celebramos las primeras vísperas del domingo con los hermanos anglicanos en la antigua catedral de Rochester (cuya fundación se remonta al año 604) y después hemos tenido un encuentro en Cambridge con el arzobispo-emérito de Canterbury, Dr. Rowan Williams, teólogo de renombre y excelente conocedor de la espiritualidad de los santos del Carmelo. Estos dos encuentros de oración y de reflexión teológica nos han ayudado a entender que la misión en el día de hoy debe desarrollarse en estrecha colaboración con las demás confesiones cristianas, en una actitud de apertura ecuménica.
De este nuestro peregrinar a las fuentes del Carmelo en Europa ha surgido la humilde convicción de que este tiempo, caracterizado por la globalización, el movimiento en todas las direcciones, la irrupción del «otro», la afirmación del «individuo» y el olvido de Dios, nos pide un nuevo corazón misionero.

Exige un corazón siempre más evangélico y menos seguro de sí. Lo que queremos compartir con los demás no son las visiones del mundo y las actitudes del hombre viejo, sino la humanidad que nos ha sido dada por Dios Padre a través de su Hijo muerto y resucitado e irradiada continuamente por el Espíritu Santo. Rowan Williams, en su apreciada intervención en el último Sínodo de los Obispos, cuando se refirió a santa Edith Stein, llamó a esta humanidad nueva «la humanidad contemplativa». Retomando esta feliz expresión, de sabor típicamente carmelitano, nosotros la hemos entendido en nuestras reflexiones, como una humanidad que se olvida de sí, silenciosa, libre de la búsqueda afanosa de satisfacciones personales y del pretexto de hacer felices a los otros imponiendo nuestras ideas y proyectos. Tal humanidad, dirigida hacia el Padre, es capaz de ver a todos los hombres, especialmente a los pobres, a los marginados y a los sufrientes, con ojos llenos de compasión. Es una humanidad acogedora, dispuesta a iniciar una incesante peregrinación para encontrar, junto a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, el camino que nos introduzca en las entrañas de la vida trinitaria.

Imaginar esta nueva humanidad es imposible para nosotros sin «liberar el carisma para un tiempo nuevo» (P. Benito de Marchi), es decir, liberar todo el potencial contemplativo y misionero de toda la superficialidad, soberbia y egoísmo, que nos impiden ver el amor trinitario y nos cierran en un círculo autorreferencial. Desde un punto de vista positivo, liberar el carisma quiere decir experimentar de manera viva las relaciones trinitarias en la vida fraterna y comunitaria; quiere decir reencontrar la alegría evangélica y gustar el sabor de la unidad y de la sencillez que existen entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para dar testimonio en cualquier lugar, en todo momento, y en toda situación a la que se nos envíe.

En todo ello nos acompaña María, Madre de Dios y Madre nuestra. Para nosotros, carmelitas, Ella es el modelo humano más sublime de la escucha de la Palabra y de la contemplación del Dios vivo. Ella, contemplativa por excelencia, se acerca a cada uno de nosotros y se hace peregrina del Dios vivo. Nos abraza con su amor materno y fraterno y enciende en nuestros corazones la llama de la Caridad. Pobre y humilde, con el sencillo signo del escapulario protege esta llama en nuestros frágiles cuerpos humanos y la transforma en una gran pasión evangelizadora y misionera. Su discreta, pero elocuente presencia en nuestra vida hace que todos aquellos que vestimos el escapulario seamos llamados a su mismo amor hacia el prójimo. En este sentido y con toda justicia la Virgen del Carmen ha sido llamada «Misionera del pueblo» (Óscar Romero)

Queridos hermanos y hermanas, partimos de Aylesford con una renovada conciencia del don de nuestra vocación y de la misión que ese don conlleva. El Señor Resucitado nos invita a no tener miedo de las dificultades, a no desanimarnos ante las inevitables pruebas y posibles fracasos. Existe en todos nosotros, pequeños y pobres, una fuerza más grande, que ha vencido al mundo. Es la fuerza del amor con la cual el Padre nos ama, es la fuerza de su Palabra y de su Espíritu que nos empuja a ir hacia el mundo, a abrirnos a todos aquellos que el Señor quiera poner en nuestro camino.

Muchos hombres y mujeres nos esperan, esperan que la familia del Carmelo les manifieste la ternura de nuestro Dios. Que el Señor nos ayude a no frustrar su esperanza.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...