Teresa recomienda en las Primeras Moradas una
virtud previa a todas las demás que iremos alcanzando luego: la austeridad de vida. La virtud
de la pobreza forma parte constitutiva de nuestro itinerario espiritual, y es
condición previa para entrar en el camino espiritual la renuncia voluntaria a tener
como meta suprema de la vida el ganar dinero. Quien encuentra en el dinero el
objetivo medular de su vida, ya encontró su Dios, no necesita otro. Esa
religión de tantos adeptos no puede ser la nuestra.
Teresa distingue dos tipos de pobreza: la
material y la espiritual. La primera supone un estilo de vida parecido al de
Cristo; la segunda supone moderar el pensamiento y las ambiciones de cualquier
tipo. Además tengamos bien presente que esta virtud no tiene sólo un carácter
personal, sino también social; vivimos en un mundo en el que hay muchos pobres,
y esta austeridad supone también el compartir, el ayudar, pues quien da la
espalda al pobre, se la da a Cristo.
En fin, que cada cual haga lo que crea
convenientemente con el dinero, pero que nadie se llame a engaño. Hay muchos
dioses menores disfrazados de dinero, honras, famas, poder y prestigio que debe
revisar cada uno de los caminantes espirituales. Nosotros seguimos a un Dios
que mira por el bien de todos, en especial por los pobres, que nos invita a
imitarlo en el pesebre y en la cruz.
¿De qué modo yo puedo contribuir para que haya
un mundo más justo?
¿Cuál va a ser mi
actitud al comienzo del itinerario espiritual respecto al dinero y las honras
humanas?