“ Consideramos ahora la persona misma de los
evangelizadores. Se ha repetido frecuentemente en nuestros días que este siglo
siente sed de autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma
que éstos sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad, y que además son
decididamente partidarios de la verdad y
la transparencia.
A estos “signos de los tiempos” debería corresponder en
nosotros una actitud vigilante. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre
con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís
lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha
convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la
predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos
hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.
Al comienzo de esta reflexión nos hemos preguntado: ¿Qué es
de la Iglesia diez años después del Concilio? ¿Está anclada en el corazón del
mundo y es suficientemente libre para interpelar al mundo? ¿Da testimonio de la
propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto? ¿Ha
ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad
misionera, caritativa, liberadora? ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar
el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más
eficaz el testimonio común con el fin de que el mundo crea? Todos nosotros
somos responsables de las respuestas que pueden darse a estas interrogantes."
PABLO VI. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 76.
(1975)