Ayer leímos el pasaje del evangelio de Marcos que narra el encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo: Jesús se detiene para él, y lo llama, y el ciego suelta el manto y se levanta de un salto para ir a Jesús. Es el salto de la fe, el verdadero milagro que da paso a la curación. Antes de eso: ceguera, marginación, mandato a callar; después, expresión de un anhelo (¡Qué pueda ver!); y tras eso la luz, la vuelta al camino, a la vida, al seguimiento.
El relato es como un tapiz hermoso que convoca a la contemplación, al “mira que te mira” de Teresa; que nos anima en nuestra propia búsqueda espiritual, expresando nuestras necesidades y anhelos más profundos, y nos despierta de nuestra ceguera ante el grito de los que no pueden vivir en plenitud, los que la sociedad o la religión o nuestros prejuicios, apartan y obligan a vivir en los márgenes, mendigando sustento, aceptación, reconocimiento.
No seamos de los que se quedan al borde del camino sin protestar o luchar; tampoco de los que mandan a callar a los que turban la tranquilidad y el acomodamiento de muchos; la llamada viene desde muchos lados, resuena siempre a tiempo y a destiempo, no seamos sordos. Jesús no pasa de largo, se detiene siempre ante nuestros anhelos, pero quiere que nos impliquemos en la búsqueda de la luz, que no tengamos miedo de abandonar el manto y dar el salto que expresa nuestra decisión y nuestra confianza; que no temamos subir con él a Jerusalén, y alcanzar su visión de la gloria.
Ayudaría decir cada mañana a Jesús lo que dijo Bartimeo:
¡Maestro, que pueda ver!
Fray Manuel de Jesús, ocd