He publicado en este blog los resúmenes de los tres libros más importantes de Santa Teresa, de modo que puedan servir como guía para la lectura personal de esos textos. Esta semana, al tener que acudir a ellos para compartirlos con un grupo de novicios, caí en la cuenta de que me había saltado dos capítulos de las Quintas Moradas. Aquí está lo que faltaba de el resumen de MORADAS.
CAPÍTULO 3, “Ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio”. El amor fraterno, dimensión apostólica de esta “unión con Dios por amor”.
Retoma Teresa la alegoría del gusano de seda, ya convertido en mariposa, llamándole “palomica”; ahora a esa mariposa recién salida del capullo le toca ir volando de flor en flor y echar simiente para que nazcan otras (1). Ahora le toca ser fecunda y benéfica. Aquí el cristiano, morador del castillo, comienza a “ser para los otros”. Ya no le basta recibir e incorporar a su haber los dones de Dios: los tiene que irradiar.
Teresa comparte su propia experiencia, en su caso agridulce, para hablar de una etapa de crecimiento que introduce en la madurez del creyente adulto, resaltando la importancia del vínculo con los otros (“amor al prójimo”). A la vez, nos alerta para que no dejemos de estar alertas, porque la vida sigue siendo combate y riesgo. La vigilancia es una dimensión ineludible de la vida cristiana.
Tipos bíblicos: Judas y Saúl.
Esta “unión” que experimenta el místico, Teresa en este caso, puede parecer inaccesible al cristiano común y corriente, o al creyente no dotado de gracias místicas especiales. Pero no es así, y Teresa quiere decir a ellos también que cualquier cristiano fiel a su vocación está llamado a vivir esta simbiosis entre lo humano y lo divino, la unión del ser humano con Dios. Lo explica en unas sencillas afirmaciones:
1. El cristiano llega a “la unión” cuando desde lo hondo de su voluntad “se conforma con la voluntad de Dios”, es decir, entra en empatía real con Su voluntad salvífica. Cuando pueda decir, no sólo con los labios sino con la vida y los hechos, “hágase tu voluntad”.
2. Esta conformidad con la voluntad de Dios es un acto de amor. Amor a Dios y a los hermanos, sensible y operativo. Esto no supone la impasibilidad; al cristiano le siguen doliendo los acontecimientos adversos de la vida, los golpes y fracasos; pero, a través de ellos, puede lograr la aceptación y sumisión del corazón, para acoger la incomprensible voluntad de Dios. Corazón macerado, pero entregado, anclado en la confianza y el amor, y regido por ellos.
3. El amor a Dios es la raíz, la fuente, pero el amor a los hermanos hace de parámetro (8): “la más cierta señal que hay si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor al prójimo”. Para Teresa, en Dios está fuente del amor humano (“Todos los demás amores dependen de este amor", Vida 40,4).
4. Y luego, hace un balance entre el modo de unión que augura a todo lector de MORADAS, con la otra unión otorgada a los místicos. Todo el valor de esta segunda depende de la primera. Y es muy sorprendente y reconfortante escucharlo de labios de una mística como Teresa: “Esta es la unión que toda mi vida he deseado; esta la que pido siempre a nuestro Señor, y la que está más clara y segura”. Es decir, amar a Dios en el amor a los hermanos, para hacer así su voluntad.
El gran espejismo que, a estas alturas, puede ocurrirle al lector o al orante, es pensar que tiene verdadero amor a Dios, sin mojarse las manos a fondo en el amor a los hermanos. Ocurre a veces con el llamado “hombre espiritual” o al entregado especialmente en la oración (#10).
Y en el #11, escribe una de las páginas más hermosas de su libro, para refrendar lo dicho: que el amor no es sentimiento ni emoción; que no hay amor sin obras. El amor verdadero es oblativo, sacrificado, realista, en comunión profunda con el Amigo y el Amado.
CAPÍTULO 4: EL SÍMBLO NUPCIAL Y LA VIDA MÍSTICA.
Preámbulo: El Castillo interior es un libro místico; a Teresa le interesan, sobre todo, las etapas finales de la vida espiritual, y testificar en ellas su experiencia de Dios. Esas etapas finales corresponden en el libro, a las moradas quintas, sextas y séptimas. Para entrar en esa región del amor y la experiencia de Dios, Teresa recurre a dos símbolos:
a. Al comienzo de las moradas quintas (c. 2), el símbolo del gusano de seda que se transforma en mariposa. Este es eminentemente cristológico, y le sirve para decir cómo en la vida cristiana hay un momento en que estalla y se plenifica la mística bautismal del renacimiento en Cristo.
b. Al concluir la exposición (c. 4), el símbolo de los símbolos, el del Cantar de los Cantares: el del amor nupcial. Este, en cambio, es cristológico, teologal y trinitario. En este símbolo, apenas esbozado en estas quintas moradas, pero desarrollado en las otras dos, va a preconizar el primado del amor, resaltando uno de los matices diferenciales de la mística cristiana, como hecho eminentemente personal (relacional): simbiosis profunda entre la persona divina y la persona humana.
Al comenzar el capítulo algo deja traslucir Teresa de la difícil situación por la que pasa ella, algunos de los suyos (Gracian y Juan de la Cruz) y la misma reforma, pero mínimamente. Ella escribe desde la borrasca, instalada en su oasis del “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…”. Precede un momentáneo saludo de despedida a la “mariposica” del presente símbolo, para enseguida abrirse paso al nuevo símbolo nupcial.
“Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente. ¡Bendita sea su misericordia que tanto se quiere humillar! Y aunque sea grosera comparación, yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo que el sacramento del matrimonio. Porque, aunque de diferente manera, porque en esto que tratamos jamás hay cosa que no sea espiritual (esto corpóreo va muy lejos, y los contentos espirituales que da el Señor, y los gustos, al que deben tener los que se desposan, van mil leguas lo uno de lo otro), porque todo es amor con amor, y sus operaciones son limpísimas y tan delicadísimas y suaves, que no hay cómo se decir, mas sabe el Señor darlas muy bien a sentir” (#3).
El símbolo en cuestión tiene evidentes resonancias bíblicas, y no hay que obviar la cercanía de San Juan de la Cruz, con el que ha compartido poemas gemelos sobre el tema, pero ella le da un toque de originalidad, buscando en la misma vida litúrgica de la Iglesia y el ritual profano referido al matrimonio, articulando el símbolo en tres tiempos: “vistas” (Moradas quintas), “desposorio (Moradas sextas)” y “matrimonio espiritual” (Moradas séptimas).
1. “Las vistas” (el noviazgo, diríamos hoy) corresponden a un proceso de fe y conocimiento.
2. “Desposorio”, es el paso del conocimiento al amor, y aparece por primera vez en el libro la palabra “enamorada” (4).
Teresa habla de amor esponsal, y usa materiales de calibre humano para referirse a la experiencia mística, con carga sensual y erótica, pero esto forma parte de la tradición mística cristiana, fundada en el texto bíblico ya mencionado antes (Cantares). Dios es amor, y es normal que asuma el parámetro y la parábola del amor humano para revelar comprensiblemente su amor divino.
Nos toma de sorpresa luego que la parte final del capítulo (5-10) vuelva sobre el tema de la vigilancia, partiendo de su propia experiencia y de experiencias ajenas. “Yo os digo que he conocido personas muy encumbradas, y llegar a este estado, y con la gran sutileza y ardid del demonio tornarlas a ganar (el demonio) para sí…” (6). Solemos asociar la vida y los estados místicos con la madurez y vigor espirituales, como si al místico cristiano lo acompañara un misterioso salvavidas o un seguro de gracia para el resto del camino. Pero no; dice Teresa que el riesgo está en todo el camino, y exige vigilancia permanente. Centinela de mística enamorada (que ayuda a distinguir la verdadera de la falsa mística, lo mismo que las virtudes y el amor de unas por otras).