La vida consagrada implica entre otras muchas cosas
saber llevar la cruz que supone aceptar
la voluntad de otros. La vida de cada ser humano es un misterio único, y es una
verdadera tarea para toda la vida conseguir la armonía con los otros, llámese
familia, comunidad religiosa o sociedad. La promesa de obedecer a Dios y a
nuestros superiores implica un profundo gesto de confianza. Implica fe y
abandono, y ejercer la libertad de una manera diferente a como la entiende la
mayoría. Cuando recibimos un nuevo destino, cuando creemos se ignoran nuestras
capacidades y esfuerzos, cuando parece que no crecemos y se hipoteca nuestro
futuro, es esencial volver los ojos al artífice de nuestra vocación, de nuestra
esperanza, y reconocer que todo está en sus manos. No quiere decir que asumamos
pasivamente nuestro destino, es una aceptación activa y humilde, que trabaja lo
interior creando raíces. Ahí se levantan los miradores más altos, desde ahí
volvemos a atisbar el futuro.
(Manuel Valls, ocd. 2008)
"...Ha de entender que todos los que están en el convento no
son más que oficiales que tiene Dios allí puestos para que
solamente le labren y pulan en mortificación, y que unos le han de
labrar con la palabra, diciéndole lo que no quisiera oír; otros con la
obra, haciendo contra él lo que no quisiera sufrir; otros con la
condición, siéndole molestos y pesados en sí y en su manera de
proceder; otros con los pensamientos, sintiendo en ellos o
pensando en ellos que no le estiman ni aman.
Y todas estas mortificaciones y molestias debe sufrir con paciencia
interior, callando por amor de Dios, entendiendo que no vino a la
Religión para otra cosa sino para que lo labrasen así y fuese digno
del cielo. Que, si para esto no fuera, no había para qué venir a la
Religión, sino estarse en el mundo buscando su consuelo, honra y
crédito y sus anchuras".
San Juan de la Cruz
"Avisos a un religioso"
"...Ha de entender que todos los que están en el convento no
son más que oficiales que tiene Dios allí puestos para que
solamente le labren y pulan en mortificación, y que unos le han de
labrar con la palabra, diciéndole lo que no quisiera oír; otros con la
obra, haciendo contra él lo que no quisiera sufrir; otros con la
condición, siéndole molestos y pesados en sí y en su manera de
proceder; otros con los pensamientos, sintiendo en ellos o
pensando en ellos que no le estiman ni aman.
Y todas estas mortificaciones y molestias debe sufrir con paciencia
interior, callando por amor de Dios, entendiendo que no vino a la
Religión para otra cosa sino para que lo labrasen así y fuese digno
del cielo. Que, si para esto no fuera, no había para qué venir a la
Religión, sino estarse en el mundo buscando su consuelo, honra y
crédito y sus anchuras".
San Juan de la Cruz
"Avisos a un religioso"