Nuestras Constituciones, hablando de los orígenes del Carmelo, ponen de relieve que "la primera fórmula de vida carmelitana" se encuentra expresada en la Regla de San Alberto de Jerusalén, y que el primero de sus contenidos espirituales y normativos es: Vivir en obsequio de Jesucristo, sirviéndole fielmente con corazón puro y recta conciencia, poniendo sólo en él la esperanza de la salvación.
Cristo es el centro de la vida y de la experiencia cristiana (Col 1,15-20; Ef 2, 20). En Cristo, Dios no ha revelado todo. Nunca podemos decir que lo conocemos perfectamente. Cuando creemos saber algo de Jesús y de sus exigencias, la vida nos sorprende con alguna novedad.
San Juan de la Cruz nos invita a partir siempre de Cristo: Lo primero, traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él.
En la oración del alma enamorada escribe: "Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes. Los justos son míos y míos los pecadores. Los ángeles son míos. Y la Madre de Dios, y todas las cosas son mías. Y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí".
Santa Teresa nos invita a ver en Cristo el libro vivo: Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes... Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. La fe cristiana no consiste en aceptar verdades sino en abrirse a Cristo, creer en Él y descubrir en él la última verdad desde la que podemos iluminar nuestra existencia y el sentido de la historia. Tampoco consiste principalmente en observar leyes o prescripciones morales, sino en tener a Cristo como modelo de vida.
En una palabra, Cristo es el principio y el fin de la vida cristiana. Es el centro de la misma y de toda la historia.
Santa Teresa nos invita a ver en Cristo el libro vivo: Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes... Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. La fe cristiana no consiste en aceptar verdades sino en abrirse a Cristo, creer en Él y descubrir en él la última verdad desde la que podemos iluminar nuestra existencia y el sentido de la historia. Tampoco consiste principalmente en observar leyes o prescripciones morales, sino en tener a Cristo como modelo de vida.
En una palabra, Cristo es el principio y el fin de la vida cristiana. Es el centro de la misma y de toda la historia.
Camilo Maccise
"En el invierno eclesial"