Hay una anécdota según la cual, yendo
la Madre Teresa a hacer las escrituras de uno de sus monasterios, preguntó al
escribano, después de hechas, cuánto eran sus honorarios. A lo que éste le
contestó con desparpajo:
“Solamente un beso”.
Y la santa se lo dio natural y
sonriente, al tiempo que exclamaba:
“Nunca una escritura me salió tan
barata”.
El pueblo ha visto en Santa Teresa de
Jesús la santa del buen humor, de la gracia y del donaire. Estaba dotada
verdaderamente de gracias naturales como la jovialidad, espontaneidad,
cordialidad, afabilidad y sencillez. María de la Encarnación nos dice que “era
muy discreta, y alegre con gran santidad, y enemiga de santidades tristes y
encapotadas, sino que fuesen los espíritus alegres en el Señor, y por esta
causa reñía a sus monjas si andaban tristes, y les decía que mientras les
durase la alegría les duraría el espíritu”.
Al pintor Fray Juan de la Miseria,
que la retrató, le dijo: “Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste,
podías haberme sacado menos fea y legañosa”.
Santa Teresa fue una mujer madura,
capaz de maravillarse y asombrarse de las cosas de cada día. Ella, que nos dejó
esta frase célebre: “También entre los pucheros anda Dios”, gozó con todo lo
creado. De su fe en este Dios cercano, vivo en cada cosa y acontecimiento, le
brotó esa alegría natural y contagiosa. A brazo partido luchó para que sus
monasterios gozaran de este ambiente de libertad, donde se respirase a un Dios
alegre, capaz de llenar de felicidad cualquier corazón humano.
Para ella, la alegría era fuerza,
alimento del espíritu, tan esencial para la vida como lo es el aire, el agua y
el pan.
EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO