“El
universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística
en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El
ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de
Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como
enseñaba san Buenaventura: «La
contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto
de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas
exteriores».
San Juan de la Cruz enseñaba que
todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo «está en Dios eminentemente en infinita
manera, o, por mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen es Dios».
No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque
el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres,
y así «siente ser todas las cosas Dios».
Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y
percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor: «Las
montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas,
floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios
son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la
variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y
deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos
valles es mi Amado para mí».
FRANCISCO, Laudato si, #s 233/234.