Hablemos de la purgación que tiene lugar en la mente, corazón y espíritu en la Noche Oscura. Dios está purificándote para poder obrar y actuar a través de ti; no a tu manera, sino según sus misteriosos designios. Si te muestras dispuesto a aceptar la pérdida de tu ego y todo el dolor que ello entraña, te encontrarás resonando como un eco con estas estraordinarias palabras de Jesús: En verdad, en verdad les digo, el que cree en mí, hará él también las obras que yo hago; y las hará mayores aún, porque yo voy al Padre (Jn14,12). Harás grandes cosas, sí, muy grandes, y no en virtud de tu pequeño y miserable yo, sino de Jesús mismo quien, después de ir al Padre, regresó en el Espíritu Santo. Estará en tí y obrará por tu medio, no a través de tu mezquino ego, sino del gran Yo universal: No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20).
La Noche Oscura es, pues la vía real hacia Dios. No es la senda esotérica de unos cuantos místicos privilegiados, sino el camino de todo ser humano que se acerca a un Dios de inaccesible luz y oscuridad. Quien desea ir a Dios ha de purificarse del pecado (he aquí de nuevo la historia del Génesis y nuestro estado de naturaleza caída), aunque el modo de purificación difiere según las personas. Difiere en intensidad, ya que algunos son llamados a grandes cimas y otros a alturas más modestas; difiere también en duración, por igual motivo: unas estrellas brillan más que otras.
En todos los casos, sin embargo la iluminación final es la vision beatífica que consiste en contemplar a Dios cara a cara. Entonces la luz que antes sumía a la pobre alma en las tinieblas y la hacía gritar de dolor la colmará de extática dicha. En esta vida, ver a Dios cara a cara a través de la fe acarrea terribles sufrimientos; en la eternidad, un gozo indescriptible.
William Johnston
Enamorarse de Dios
HERDER
HERDER