miércoles, 15 de abril de 2020

TERESA DE JESÚS: GRANDES ÍMPETUS DE AMOR

Luego de una pausa, volvamos a reencontrarnos con Teresa, y su LIBRO DE LA VIDA; estamos en el capítulo 29. Ella ha tenido reiteradas visiones de Cristo a lo largo de dos años y medio, y comienza explicando por qué se ha extendido en el tema: quiere probar que sus visiones no son suyas, no tienen que ver con su deseo ni su voluntad (#1). Luego, en el #2 dice: "Habrá más de tres que tan contínuo me la quitó de este modo, con otra cosa más subida...", y reafirma que "aquí no hay querer y no querer. Quiere el Señor que no haya sino humildad y confusión y tomar lo que nos dieren y alabar a quien lo da". Y en el #4: "Quiere el Señor que veamos muy claro no es ésta obra nuestra, sino de su Majestad".

 El capítulo enlaza con el anterior, sigue hablando de sus visiones, defendiendo que no es imaginación suya, sino don, regalo de Dios, pero también enlaza cuando habla de quienes siguen oponiéndose  a sus experiencias (#s 4-7). Es un cuadro de luces y sombras, fuertemente contrastantes. Teresa agraciada, iluminada, pero llena de sombras por fuera; los buenos consejeros se han ido, le quedan los peores, los agoreros. Le recomiendan conjuros, como a una poseída, que se santigüe ante la imagen interior de Cristo como si fuera un espíritu del mal al que hay que ahuyentar con la cruz, le prohíben  oración en soledad. Teresa obedece en todo lo que puede, sufre horrores con todo eso, porque supone rechazar al ser más querido, incluso con vulgaridades, pero esa onda misteriosa que la inunda no puede pararla nadie. Cuanto más oposición, más crecen los regalos y mercedes que Teresa recibe. 

Veamos algunos textos: el #4 es una descripción de sus visiones; habla de que "casi siempre se le representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas, algunas veces en la cruz y en el Huerto, y con la corona de espinas pocas; y llevando la cruz también algunas veces para, como digo, necesidades mías y de otras personas, más siempre la carne glorificada".

"Yo me veía crecer en amarle muy mucho; me iba a quejar a Él de todos estos trabajos; siempre salía consolada de la oración y con nuevas fuerzas". 

Sobre los consejeros: "A ellos no los osaba contradecir, porque veía era todo peor, que les parecía poca humildad. Con mi confesor trataba; él siempre me consolaba mucho, cuando me veía fatigada".

En el # 6 y 7 habla de la reacción de Jesús a todo su sufrimiento con los confesores: que obedeciera pues Él haría ver la verdad; que prohibirle oración ya era tiranía.  Cuenta una experiencia mística al rezar el Rosario, y cómo en la medida en que  experimentaba todo esto crecían las mercedes. "En queriéndome divertir, nunca salía de oración; aun durmiendo me parecía estar en ella". 


Entonces Teresa cambia de pronto de tema y en el #8 empieza a contar la nueva experiencia o gracia que está recibiendo y que había mencionado a comienzos del capítulo. De lo exterior a lo más hondo: la crecida del amor y el ímpetu de los deseos. 
"Veíame morir con deseo de ver a Dios, que no sabía quién me le ponía... veíame morir con deseo de ver a Dios y no sabía adónde había de buscar en esta vida si no era con la muerte".
La experiencia es tan fuerte, que ya no habla en términos idílicos, sino traumáticos: se veía morir

De estos ímpetus de amor volverá a hablar años después, en Relaciones 5, 13, y en Moradas Sextas. Aquí  los describe en los #s 10, 11 y 12, que invito a leer detenidamente; Teresa, al hablar de cosas místicas, utiliza imágenes: leña y fuego, llaga que duele, saeta en las entrañas, llaga que causa dolor y pena...el alma no sabe que quiere, pero al mismo tiempo es una pena sabrosa, no hay deleite tan grande en la vida. "Siempre querría el alma estar muriendo de este mal".

¿De dónde proviene este mal irremediable que Teresa describe con tantas imágenes y que le hace desear morir? De la "herida de amor", que describe Teresa en la última parte de este capítulo, los #s 13 y 14, sobre el primero. Es lo que suele conocerse como "la gracia del dardo" o la transverberación

"Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... Le veía en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego, Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo en algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento". 

Teresa recibe esta gracias más de una vez, habla de ella en sus poemas y escritos posteriores, Relaciones y en Moradas Sextas (2 y 11). Destaca entre los muchos regalos espirituales que ella recibió, una de sus muchas heridas de amor de parte de Cristo.

Como siempre, cierra el capítulo con una de esas frases suyas tan expresivas de lo que fue su vida espiritual: " Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan mal responde a tan grandes beneficios". 

Fray Manuel de Jesús 
(De la mano del P. Tomás Álvarez)

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...