jueves, 4 de febrero de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO (4): LAS RAPOSAS Y LOS VIENTOS

 

Con esta canción, la #16, entramos en un ámbito distinto: los amantes no parecen aun maduros para culminar la cena en gesto de pleno matrimonio; contra el deleite y transparencia de la unión van emergiendo ahora problemas, enemigos ocultos que amenazan, sombras que quieren empeñarlo o destruirlo todo. Pasamos pues, de la noche apresurada, al día que levanta sus luces, descubriendo en el jardín del mutuo amor raposas que parecen impedirlo. No son animales grandes, pero perturban el idilio de los enamorados. Pasamos del macrocosmos (montes, valles, islas, ríos...) al microcosmos de una vida limitada pero amenazante. Es en lo pequeño donde anida el peligro, donde puede deshacerse el entusiasmo de las grandes emociones. Los amantes no atienden el peligro de las raposas en el jardín del amor.

"Cazadnos las raposas/que ya está florecida nuestra viña/en tanto que de rosas/hacemos una piña/y no parezca nadie en la montiña".

 En este contexto encontramos ahora una viña, un huerto, un muro, que nos hablan y remiten al cuidado del amor, que es planta frágil. Aquí ahora son los dos amantes, no uno solo, los que piden ayuda a terceros: "Cazadnos las raposas". Los amantes están juntos y cultivan la viña del amor; frente a ellos se alzan las raposas, que antes parecían no existir; entonces están los amigos de los novios, que son los guardianes del amor.  La viña está florecida, cargada de promesas, anuncio del vino que vendrá; pero también la viña está amenazada, porque el mismo amor compartido es campo de prueba y tentaciones que vienen de dentro (debilidad de los propios amantes) y de fuera (las raposas). El amor necesita un contexto exterior favorable y una profunda vivencia interior que debe cultivarse en gratuidad. Los amigos cazan en gesto de vigilancia activa, cuidando y protegiendo el amor de sus enemigos; los novios tejen y juntan flores, hacen el trabajo fino del amor, aparentemente inútil. 

Comienza así una nueva geografía de amor que se desvela como viña y pronto adquirirá rasgos de huerto (CB17) o casa protegida (CB18), para convertirse luego en honda bodega de los vinos del encuentro (CB22 o 26). La montiña es el lugar de los enamorados, lejos de todos, donde se comunican en honda intimidad. Las raposas quedan fuera, los amigos cuidan y vigilan, creando el espacio solitario del amor, para que los amantes, tejedores, trencen las flores.

Pero las amenazas no terminan, porque el amor de primavera puede estar en peligro, si vientos inoportunos lo marchitan antes de que exprese toda su belleza. 

"Detente, cierzo muerto/ven, austro, que recuerdas los amores/aspira por mi huerto/y corran sus olores/y pacerá mi amado entre las flores".


En el comentario, el santo habla de la sequedad de espíritu, que impide al alma disfrutar de la suavidad interior, y así habla del cierzo, que es un viento frío que seca y marchita las flores y plantas, y ese mismo efecto causa la sequedad espiritual en el alma. Pero habla también del austro, que es otro viento, pero apacible, que trae la luvia y hace germinar las yerbas y plantas y abrir las flores y derramar su olor. Es decir, que el austro es y hace el efecto contrario del cierzo, y es imagen del Espíritu Santo, que inflama el alma y aviva el amor. 

El huerto es la misma alma, donde están plantadas y nacen y crecen las flores de virtudes y perfecciones, y el Espíritu es el aposentador del alma, porque prepara el huerto para el amado.

En el texto que seguimos para enriquecer nuestra comprensión del comentario del santo, se nos recuerda que estamos en manos de vientos encontrados e imprevistos. La pascua del primer encuentro puede convertirse en muerte o marchitarse si no sigue el tiempo bueno, si no llegan los calores y las lluvias. Así, la plegaria del amante es suplica natural, liturgia de pentecostés y anhelo de conversión o transformación personal. A menudo esos vientos gélidos forman parte de mi propia vida, son mis fuerzas interiores, que me acercan o alejan del amor. Por eso en la súplica, el amante pide que se aleje el cierzo de muerte y venga el austro de vida que le haga germinar (también está en nosotros el austro benéfico). 

Todas estas imágenes son polivalentes, y podemos interpretarlas desde nuestra propia experiencia personal, o comunitaria. El huerto de Cristo es el alma preparada por el soplo del Espíritu Santo; huerto del amado es el alma enamorada, y ella quiere y pide al viento bueno que la adorne de flores y colores para darlos a su amado. Se convierte así en hortelana de sí misma, transformación impresionante externa e interna, cultivando la belleza. El amado la quiere a ella, no a sus cosas, por eso se embellece cuanto puede.

En fin, que ya Cristo se goza, come y canta, en el huerto de su amada; ambos se gustan, se admiran y se atraen, anticipando así el don del cielo, que se presenta como olor (de santidad), color (visión beatífica) y comida (banquete del reino). Pero no olvidemos que la amada aun está en camino, y necesita auxilios, porque teme los cierzos, y necesita el viento bueno...

(Resumen del comentario de San Juan de la Cruz y de Xabier Pikaza)

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...