martes, 2 de febrero de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO (3): EL AMADO, EL COSMOS, LA NOCHE, LA CENA

 

Las estrofas 14 y 15 del poema Cántico, las comenta juntas San Juan de la Cruz; no encontraremos en la literatura castellana unos versos más comentados o citados que estos, hermosos y trascendentes, cargados de misterio. La paloma, que ha roto el viejo vuelo, ya no mira a las aguas engañosas, sino al ciervo, y en su herida de amor busca y encuentra, deslumbrada, todo el cosmos. Es un motivo universal de la cultura religiosa humana: unir amor y cosmos, recreación y redescubrimiento de la Realidad, desde la mirada enamorada que descubre la presencia plena del amado en todas las cosas. 

"Mi amado, las montañas/los valles solitarios nemorosos/las ínsulas extrañas/los ríos sonorosos/el silbo de los aires amorosos".

 La mujer enamorada, en vuelo de amor, mira y sabe decir lo que ha mirado, redescubriendo el lenguaje: dice y crea, recrea a Dios en todas las cosas; ella ve el amor y canta, ya sin verbos de pregunta o duda, sin conjunciones, adverbios o preposiciones. Sólo hay sustantivos y adjetivos: la realidad hermosa del mundo que aparece desde arriba, llena de luz a los ojos del alma enamorada. Después que lo deja todo, vuelvo a encontrarlo enriquecido por los ojos y presencia del amado, que ya es suyo

"Y en este dichoso día, no solamente se le acaban al alma sus ansias vehementes y querellas de amor que antes tenía, mas, quedando adornada de los bienes que digo, comiénzale un estado de paz y deleite y de suavidad de amor, según se da a entender en las presentes canciones, en las cuales no hace otra cosa sino contar y cantar las grandezas de su Amado, las cuales conoce y goza en él por la dicha unión del desposorio. Y así, en las demás canciones siguientes ya no dice cosas de penas y ansias, como antes hacía, sino comunicación y ejercicio de dulce y pacífico amor con su Amado, porque ya en este estado todo aquello fenece" (CB 14-15,2).

Al llamarle amado, y no darle un nombre particular, el alma está ligando su persona al que ha encontrado; es vida fundante de su vida, meta de sus afanes y ansias, entregándole lo que tiene y lo que es. Le llama mío, porque le pertenece, y le hace suyo, dándole su vida, descubriendo y recibiendo de él todas las cosas. El amado (Dios) transforma de tal modo los ojos y experiencia del amante que éste encuentra y redescubre así el conjunto de las cosas.  Todo se hace Dios en ese plano, todo se hace amado; y no porque el amado se rebaje, sino al contrario, la experiencia de amor ensancha el corazón, dilata la mirada, y permite descubrir lo divino en cada criatura. 

Si en el libro bíblico, la amada describe al amado de cuerpo entero (Cantares 5, 5-16), aquí San Juan de la Cruz introduce el cosmos como cuerpo del amado, el cuerpo cósmico. No desprecia o sustituye lo corporal físico humano, sino que lo amplía y eleva. El amado está ahí, como presencia insustituible, llenando nuestros ojos, enriqueciéndonos.

En los números 6, 7, 8.... el comentario va describiendo las montañas, los valles, las ínsulas y los ríos, y repitiendo un estribillo: Eso es mi amado para mí. No ahonda mucho, ni trata de explicar el símbolo, que se despliega y revela él mismo; la naturaleza misma se presenta como lugar y espacio, expresión y hondura de la experiencia de amor compartida. Es el amado quien señala y dirige al amante, con su amor, al mundo, haciéndole  descubrir todas las cosas; todo lo que aquí se dice ya no pertenece sólo al amado: montañas, valles, ínsulas, aires, somos él y yo, tú, nosotros, vinculados en encuentro de amor.

San Juan de la Cruz no respeta acá la famosa división de los cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire), sino que habla de montañas y valles, de ínsulas y ríos: el mundo en su altura y en su hondura, la soledad y el fluir. Así llegamos al último verso de la primera estrofa: el silbo de los aires amorosos: "entonces se dice venir el aire amoroso: cuando sabrosamente hiere, satisfaciendo al apetito del que deseaba el tal refrigerio; porque entonces se regala y recrea el sentido del tacto, y con este regalo del tacto siente el oído gran regalo y deleite en el sonido y silbo del aire". 

El amor es un susurro, una palabra que llega sobre el viento; por eso he de estar preparado, como Elías: no son el terremoto, el incendio, o el huracán los que expresan el valor de mi existencia. Soy hombre verdadero si escucho, con reverencia y decisión enamorada, el silbo suave de los aires amorosos.


Veamos entonces la siguiente canción: " La noche sosegada/en par de los levantes de la aurora/la música callada/la soledad sonora/la cena que recrea y enamora". 

Esta estrofa forma unidad con la anterior, y sigue describiendo la presencia del amado en términos de cosmos. Continúa en la línea del último verso de la canción anterior: "el silbo de los aires amorosos"; desaparecen ya las señales exteriores y en la noche se hace visible aquello que pudiéramos llamar el espacio y tiempo del amado. Dos temas dominan: la noche y la cena; la noche, porque se apaga el mundo externo y amanecen nuevos signos de encuentro; la cena, como la vida nueva, compartida, en el descanso y esperanza de lo que ahora empieza.  Y entre esos dos motivos, la música celeste y la soledad compartida

 Estas imágenes evocan totalidad, noche-cena que no acaba, eternidad cumplida, ya que todo encuentro de amor tiene un aspecto de escatología realizada: desaparece el orden viejo, se paran los relojes, cesa el pensamiento. Sólo queda la música perfecta de una soledad acompañada. 

El primer verso habla de la noche sosegada, la del encuentro de los amantes; en ella alcanzan paz y calma , después de los trabajos y fatigas del día. Así podemos decir que cada uno es noche para el otro. San Juan de la Cruz conoce bien el signo de la noche, que es desnudez, nada, muerte en vida; pero aquí esa noche se ilumina, es una noche que pertenece a los amantes. Noche es el amado para mí, podría decir, porque destruye mi egoísmo, me desviste para revestirme de nuevo. Y sólo en medio de esa noche se percibe la música callada; la música que escuchan los amantes cuando penetran en la noche del amor.  El amor se convierte en conocimiento a un nivel distinto, se convierte en soledad sonora. "Sólo quien ama, sabe: quien no, no sabe nada". 

Es en esta paradoja, de un silencio que habla y de una soledad que acompaña, donde se entiende la última línea del poema: la cena que recrea y enamora. La misma noche se hace cena, en pura intimidad; en el silencio de la noche los dos amantes se acompañan. La cena es símbolo del amor cumplido: amar implica comer juntos, alimentarse uno del otro en un diálogo infinito; el mismo amor se hace comida, y esta cena RECREA y ENAMORA. 


(Resumen de un texto de XABIER PIKAZA)

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