Una vez que termina lo que llamamos purgatorio del amor (las primeras 12 canciones), entramos en el segundo bloque: el amante se ha purificado en su camino de salida, de búsqueda afanosa y voluntad de entrega. A partir de aquí comienza la vía iluminativa, el camino de aquellos que van aprovechando en amor y alcanzan un nivel de encuentro casi pleno o “desposorio”. Amante y amado estarán por fin uno frente al otro, pero esto no significa que estén superados todos los obstáculos, pues el mismo encuentro suscita otros problemas, abriendo un tiempo de ajuste en el que los enamorados deben conocerse.
Veamos un esquema general de estas canciones:
1. Vuelo enamorado (CB 13): Decidida a dar el salto, el alma enamorada “vuela” hacia el amado, para encontrarle, de manera sorprendente, donde no había buscado (en el otero).
2. Deslumbramiento y relumbramiento cósmico (CB 14-15): Transfiguración de todos los elementos anteriores del camino; recreación de la naturaleza, interpretada como espacio para el encuentro amoroso.
3. Dificultades (CB 16-18): Sólo en el amor podemos combatir contra los riesgos de una vida que parece amenazarnos. El alma enamorada, al comenzar su nueva andadura, ha de luchar contra raposas, cierzos y ninfas, en gesto que resulta diferente en cada caso.
4. Petición de ayuda (CB 19): Alguien, de manera o del amante, sorprendente, pide al amado (carillo) que se esconda y mire “a las compañas de la que va por ínsulas extrañas”. Puede ser el grito de la misma mujer enamorada, o del amante, pero ciertamente el amor se encuentra amenazado.
5. Conjuro (CB 20-21): Sobre la amenaza anterior se eleva el “conjuro”, una palabra que ofrece de nuevo la paz a los enamorados. Puede ser la voz del mismo amado, aunque el texto no lo dice.
El encuentro de amor se presenta, pues, en sus primeras estaciones de desarrollo como tiempo de pruebas y temores, reproduciendo la aventura difícil del amor humano, en gesto de búsqueda y temores, entrega apasionada y dolorosos presagios.
En la canción 12, la enamorada piensa ver los ojos del amado en el espejo de las aguas, y decide, o se siente, volar hacia su encuentro, pero alguien le dice que “se vuelva”, porque el ciervo vulnerado (signo de su amor) no está en la fuente, sino que asoma en la altura del otero. La amante vuela de amor hacia el amado en rapto de gozo sobrehumano; es el lugar de la ruptura, donde la vida se quiebra, y el amor da el salto de gracia. Al decir al amado que se aparte, parece estar en trance, es locura de amor, que carece de sentido.
Para SJC, es Dios quien manda los rayos de su gracia y, de tal modo trastorna la mente de la amada, que ella misma le pide que se aparte, que no la siga mirando de ese modo, mientras vive en esta vida (en su flaco cuerpo). (CB 13, 3-4). Pero en realidad, en ese pedir que se aparte, está pidiendo la amada un abrazo más fuerte, un “sígueme mirando”, aunque le duela. (CB 13,5).
Las imágenes del poema conforman una paradoja: ella busca al amado en el espejo o transparencia de las aguas; quiere sumergirse o anegarse en el seno del agua del amado, y perderse (una imagen muy querida por los místicos). Pero la voz, del amigo o del amado, le dirige en otra dirección: “Vuélvete”, y la dirige al otero, a la altura. Parece que todo ha sido alucinación de la locura del amor, porque el amado viene de otra parte.
Esta alucinación es necesaria, por dos razones: no sabe amar de verdad quien no logra que los ojos del amado se reflejen y aparezcan sobre el bello espejo de la fuente originaria de la vida. Allí donde la vida se hace espejo, emergen siempre los ojos del amado. Y luego, sólo al salir de sí, en trance de amor, escucha la voz que anuncia la llegada del amado. ES DECIR: no encuentro al amado en mi vuelo, pero solo cuando salgo y vuelo, él viene a mi encuentro; no estaba donde yo le busco, pero viene porque le busco, y goza en el modo y hermosura de mi propio esfuerzo. Al amado le gusta mi vuelo, y por eso asoma ya por el otero; le atrae el aire de mi vuelo, interpretado quizá en forma de hermosura, ligereza y armonía de mis alas.
El amor es milagro, responde a la entrega con gratuidad; ahí se rompen las visiones y leyes anteriores de la vida. La amante se equivoca, pero su equivocación resulta necesaria: es vuelo y entrega de amor que le abre a lo que no hubiera alcanzado nunca de otra forma. El amado no está donde le buscamos, pero viene cuando le buscamos: sabe entender nuestro fracaso, pues desea nuestro amor, y sólo allí donde le amamos puede revelarse en cuanto tal, como don gratuito. No nos ama ya por lo que hacemos (no le han conquistado nuestras voces o nuestros gestos), sino lo que somos.
Se entrecruzan así las imágenes de la paloma y del ciervo, signos de amor definitivo; dos imágenes bíblicas, claramente identificables. Del otero de Dios o de la altura de su propia plenitud baja el amado para hallar en la fuente a la paloma. Ahora se invierte el sentido del principio del poema: primero era el ciervo que huyó, quien hería a la pastora; ahora es la pastora, convertida ya en paloma por su vuelo, quien hiere al ciervo con amor enamorado. Ambos se llagan mutuamente, comenzando un camino de amor que conduce a una salud más alta.
(CB 13,9)
Allí donde el amor parece haberse vuelto herida sin remedio, empieza a revelarse abiertamente el remedio del amor. Lo que no consiguieron los ruegos y llamadas de la amante lo hace ahora el gesto de su entrega, su vuelo de paloma enamorada sobre el agua de la fuente. Su amor ha herido al ciervo, y así se juntan la fuerte y el otero, el agua y la montaña, la paloma y el ciervo.
(Resumen de un texto de Xabier Pikaza)