Luego, también es importante tener presente que estamos en presencia de un poema de amor: ese es el tema que lo inspira, combinando (como el libro bíblico) el amor humano y el amor divino, tanto en sentido ascendente como descendente. Son dos líneas de lectura paralelas, pero inseparables para su plena comprensión. San Juan de la Cruz es un teólogo cristiano que ha sabido expresar, ante la Iglesia y ante todos, su propia visión del Evangelio en clave de amor; así lo ha reconocido la comunidad cristiana al nombrarle doctor de la Iglesia.
Esta vez he querido seguir las ideas que sobre el texto desarrolla el teólogo Xabier Pikaza, más cercanas al lenguaje cotidiano, y espero nos ayuden a entender mejor y aprovechar la lectura que vamos haciendo. El poema está dividido en cuatro bloques:
1. El primero (CB 1-12) nos sitúa en un plano de búsqueda que luego el mismo autor explica diciendo que se trata de la vía purgativa. El amor se entiende aquí como pregunta decidida y dolorosa: quien pretenda amar de verdad ha de hallarse dispuesto a dejarlo todo para seguir la voz del que le ha llamado y a buscar los ojos del que le ha mirado.
2. El segundo bloque (CB 13-21) describe el primer encuentro de los dos enamorados. A diferencia de la primera redacción del poema (CA), aquí aparecen unos signos y momentos que retardan el encuentro; se han visto los amantes y parece que todo está resuelto sobre un mundo ya transfigurado (13-15), pero es entonces cuando surgen las dificultades: las raposas y los cierzos, las ninfas y los miedos (16-21). El primer encuentro está lleno de sobresaltos; San Juan de la Cruz le llamará después vía iluminativa: sólo superando las dificultades de la unión se alumbra el amor y puede volverse transparente.
3. El tercer bloque (CB 22-33) nos habla ya del pleno encuentro; superadas las estrofas del miedo (los temores, desajustes y rupturas del diálogo primero de los enamorados), los amantes pueden encontrarse en paz perfecta sobre el huerto y lecho de la vida (22-24). El amor se vuelve así bodega de vino que transforma la existencia; es ejercicio de gozo permanente, en gratitud ilusionada. Esto es lo que San Juan de la Cruz ha presentado, usando la terminología de su tiempo, como vía unitiva.
4. El cuarto bloque (CB 34-40) despliega ante los ojos de los dos amantes un camino de culminación escatológica. Se cierra y abre así la historia humana, que el poeta simboliza con motivos de superación del gran diluvio (34). Los amantes han salido de la muerte y pueden recrear ahora su universo en clave de camino emocionado y siempre abierto, que les lleva a un futuro sin fin, hacia un fin sin frontera, en el amor de lo divino.
Hablemos un poco más del primer bloque, que ya leímos, en la mirada del autor que seguimos ahora:
La primera parte del Cántico, o primer bloque, trata de la búsqueda a nivel de iniciación. El amor comienza como una especie de "herida" que me duele, me sacude, me despierta. Antes no sabía, vivía como dormido, en las cosas cotidianas, en la inconsciencia, ocupando un lugar en el conjunto de la gran naturaleza. Mas que vivir, me vivían: familia, sociedad, trabajo y mundo me llenaban con sus gozos y dolores inmediatos. Y de pronto, alguien me ha herido, y en esa misma herida me descubro, me despierto, me hago consciente. Me descubro independiente (yo mismo, en la más honda y radical soledad) al mismo tiempo que dependiente, de aquel o aquella que ha encendido con su amor o con sus ojos una luz nueva para mi existencia.
Este es el momento del principiante: son aquellos que se deben purificar en el amor, que SJC ha llamado, ya dijimos antes, y siguiendo una tradición antigua, vía purgativa. Este es precisamente el purgatorio en el sentido radical de la palabra: una vez que nos adentramos en el camino del amor, este nos descoloca, rompe nuestras seguridades anteriores, nos desnuda, nos vacía, nos retuerce y enloquece. Todo lo que fue seguro se hace inseguro. Lo que era hogar se vuelve exilio; la riqueza es podredumbre. El que inicia el camino del amor se vuelve enfermo, con una enfermedad que no conoce más descanso y curación que el mismo encuentro de amor con el amado o amada.
Así pues, podemos decir que el principio del amor es enfermedad purificadora, una especie de crisis que nos recrea (nos vuelve a crear); solo a través de esta enfermedad, de este pasar por un fuego purificador, el ser humano puede encontrarse a sí mismo de forma renovada. Nace (renace) verdaderamente a la existencia. Sólo quien asume el dolor de este purgatorio y se mantiene fiel a su camino llega al cielo del amor completo.
En esta situación de búsqueda, principio o purgatorio nos sitúan las primeras doce estrofas del Cántico...
CB 1-3: Encuadre y situación. La enamorada llama a su amado (1), pide ayuda a los pastores (2), sale a buscarle por los campos (3).
CB 4-5: Diálogo con la naturaleza: La herida del amor permite mirar con ojos nuevos el mundo, en gesto de pregunta y de respuesta que resulta insuficiente para calmar sus ansiedades.
CB 6-9: Las quejas de amor. La herida se convierte en principio de conocimiento; la enamorada elabora un lenguaje nuevo, y al pedirle a su amado que se entregue (6), encuentra palabras para decirse (8) y decirle (9) de sus penas (7), reconociendo las razones de su enfermedad y sobresalto.
CB 10-12: Es la llamada. El mismo amor ofrece a la enamorada una palabra de reclamo. Por eso sale y grita, pide y manda, con la autoridad que le concede su nueva situación de persona trastocada. La enfermedad que padece, sin embargo, es el principio de una salud (salvación) más alta, como indica la súplica final de su camino de búsqueda (12).
LAS SEÑALES DEL NUEVO NACIMIENTO: