"Los consagrados y las consagradas de este tiempo buscamos ser discípulos del amor, más que maestros.Sabemos muy bien que aprender a amar de verdad sólo es posible cuando dejamos atrás los modos conocidos y sabidos de la gramática del amor de nuestra cultura y nos adentramos en el territorio de lo que está por conocer. El discipulado es la condición de nuestro ser amante: siempre en proceso de aprendizaje, como los niños en la escuela, como los jóvenes en la vida o los adultos en su momento de madurez.
Somos muy conscientes de que solamente cuando nos arriesgamos a soportar el golpe de la sorpresa, que echa abajo lo que creíamos saber amar, es cuando comenzamos a saber lo que significa ser discípulos del verdadero amor. Queremos ir un paso por detrás de Aquel que, enamorando nuestro corazón, nos incita hacia lo nuevo, hacia las posibilidades ignoradas de nuestro ser. Seguidores de Aquel que, al incluirnos en su cariño, nos ha despertado energía nuevas, y nos ha sacado de las zonas en sombra de nuestra historia. El Amor que nos seduce el corazón y nos tienta a improvisar lo inédito de un mayor amor.
Nuestro aprendizaje del amor tiene una exigencia: debemos deja atrás nuestras prevenciones de enterados, para aprender de todos, de los que parecen o tener nada que enseñar y de los que se nos presentan como maestros consumados. De todos aprendemos, de todos los amores, los más nobles y los menos, los más heroicos y los más vulgares. Bien entendido que el camino del discipulado amoroso en el que nos iniciamos, es el camino de la frágil experiencia. Que sólo vamos a aprender a amar amando, desde el corazón mismo de la vida"
XavierQuinza.
"Pasión y radicalidad".
San Pablo, 2004.