“Vi a Dios tan de cerca que perdí la fe”.
(Egidio de Asís, ca. 1174)
“Cuando el entendimiento va entendiendo,
no se va llegando a Dios, sino antes apartando”.
(San Juan de la Cruz , Llama 3, 48)
“Ningún místico ha
podido asegurar al mundo más allá de toda duda que ha visto la Realidad última cara a
cara, no importa cuán persuasivo sea el símbolo o la imagen literaria bajo la
cual haya logrado objetivar su experiencia. Pero los informes que nos han ido
ofreciendo los contemplativos extáticos a través de los siglos y de las
culturas más diversas han sido dados, como recuerda Evelyn Underhill, con una
extraña nota de certeza y de buena fe, y de alguna manera nos convencen que han
alcanzado unos niveles de conciencia excepcionales, en los cuales han experimentado
la transformación jubilosa en lo que los filósofos llaman el Absoluto y los
espirituales Dios.
Aun a pesar de que la
experiencia es insondable para la razón humana y trascendente para las
capacidades expresivas del lenguaje, los místicos nos aseguran gozosamente una
y otra vez que han participado de manera directa del Amor abismal que articula
el sentido trascendente del universo: el objeto último del anhelo del hombre,
lo único que puede satisfacer su instinto por el Todo, su pasión por la Verdad. La certeza de la unidad
armonizante que subyace a la multiplicidad de lo creado no es, sin embargo,
susceptible de verificación científica o racional. Para colmo, el místico
que logra establecer esta relación
consciente con el Absoluto se encuentra ante otro escollo comunicativo
insalvable: sabe que la trascendencia lo sobrepasa y a la vez lo incluye, que
el contemplador se convierte en lo Contemplado y participa, sorprendentemente,
de su Esencia infinita.
Oh quanto e corto il dire, gemía Dante en el cantoXXXIII de
su “Paraíso”, aceptando que le era imposible decir algo de aquel Amor que movía
el sol y las demás estrellas. Y opta por terminar apresuradamente su Commedia,
para quedar a solas con la experiencia abismal. El súbito silencio en el que se
ensimisma el poeta florentino es elocuente: la soledad del místico es, como
decía, conmovida, María Zambrano, “una soledad sin compañía posible, una
soledad sin poros, una soledad incomunicable, que hace que la vida sepa a
ceniza”.
Muchos extáticos
auténticos han acometido, sin embargo,
la empresa imposible de intentar darnos alguna noticia del trance inenarrable
que les ha sobrevenido. Sometidos ab initio a la angustia de saber que no les
será posible jamás dar cuenta de lo que de veras les ha acontecido, porque es
de suyo ininteligible y por lo tanto incomunicable, entreveran su literatura de
referencias enigmáticas como el Todo y la Nada , la inmensidad y el vacío, la oscuridad
total o la luz increada; o acuden a imágenes paradójicas como el rayo de
tiniebla, el mediodía oscuro o la música callada. Lo único que estos
espirituales extáticos logran compartir con el lector es su propio sentido de
aturdimiento y su asombro irremediable.
Pocos místicos, sin
embargo, nos dejan tan nostálgicos como San Juan de la Cruz ”.
“Asedios a lo
indecible. San Juan de la Cruz
canta al éxtasis transformante”
Luce López-Baralt.
Editorial Trotta.
(Cortesía del
Reverendo Adolfo Ham)