Se da el nombre de la "noche oscura" a una experiencia espiritual profunda y prolongada, caracterizada por la sensación de aridez, oscuridad y vacío, y vivida e interpretada como ausencia y abandono de Dios. Forma parte del itinerario místico. Se sabe de su manifestación gracias a las confesiones autobiográficas y a los estudios doctrinales. La Sagrada Escritura y la historia de la espiritualidad nos ofrecen numerosísimos ejemplos. Encontramos sólidos fundamentos doctrinales en algunos autores de la tradición antigua: la nube en san Gregorio de Nisa, la tiniebla en Dionisio el Areopagita.
San Juan de la Cruz trata el tema en todos sus escritos, y de manera sistemática en el poema y el libro titulados NOCHE OSCURA. Analiza y organiza de manera original los diversos planos: simbólico, místico, teológico, pedagógico. La noche oscura implica oscuridad, inactividad, peligros, purificación e iluminación.
Oscuridad, aridez, vacío. Más que elementos particulares de una potencia determinada, son sentimientos profundos y generales que afectan a la persona en el plano sensible, personal y teologal. Así describe San Juan de la Cruz la obra de Dios en la experiencia del sujeto (Noche II. 3,3). Pero en este caso, el sujeto afectado no sxe limita a sentir aridez, oscuridad, tormento, miseria, pecado o impotencia: piensa e interpreta que Dios está airado, que lo castiga y abandona con razón. Se siente sin ningún apoyo, y en una situación así, tan compleja y confusa, hay que discernir si se trata de noche, tibieza o depresión.
Tres signos juntos ofrecen cierta garantía de caracter teologal o místico de la experiencia:
1. No se encuentra gusto y consuelo ni en las cosas de Dios ni en las criaturas.
1. No se encuentra gusto y consuelo ni en las cosas de Dios ni en las criaturas.
2. No se puede meditar ni discurrir con gusto, como antes se hacía, gustosamente y con provecho.
3. Está vivo el recuerdo de Dios y se siente la acuciante y penosa necesidad de servirlo, pensando que no se hace nada.
Este último signo de carácter positivo es decisivo para distinguir la noche oscura de la tibieza o de la simple melancolía.
Lo que al sujeto le parece abandono, y acaso castigo, es en realidad un gesto manifiesto del amor y el poder divino (Noche II. 5,1). Dios lo ilumina y purifica de forma pasiva por medio de la "contemplación infusa", luz divina que ilumina y deslumbra, irritando por su inmensa claridad y por la indisposición del alma; le hace vivir y actuar con nuevos criterios y motivos que no entiende. Califica como "pasiva" tanto la intervención de Dios como la actitud del sujeto. Es fundamental la referencia teologal: cercanía en la sombra, ausencia desoladora de Dios, que con su santidad e infinitud impone modos violentos y dolorosos a la relación con el hombre.
Hablamos de noche "pasiva" en virtud de la gracia especial que está en el origen del sufrimiento y de la iniciativa divina en esta transformación, pero el término resulta equívoco, ya que puede sugerir descuido, inacción, apatía de parte del sujeto. En este caso, sin embargo, implica participación libre y dócil de parte del hombre sometido a esta prueba. La noche pasiva requiere mayor fortaleza y audacia que la noche activa, ya que en ella se mantiene la fidelidad a un proyecto desconocido y por motivos ocultos. Sufrir con paciencia y fidelidad es la consigna para vivir esta situación (Noche II. 21,5).
(Tomado de "Diccionario de mística", publicado por San Pablo)
La voz: Noche oscura, escrita por Federico Ruiz Salvador, ocd).