sábado, 13 de junio de 2020

TERESA Y EL INFIERNO


El tema del infierno aparece con frecuencia en las obras de Santa Teresa (84 veces); acabamos de leer su visión en el capítulo 32 de VIDA (1-3). Es anterior a su visión del CIELO, relatada más adelante (Vida 38). Son dos gracias más o menos paralelas, que forman parte de una serie de dones místicos que la Santa fue recibiendo, como acabamos de leer nosotros en nuestro grupo de lectura. Ambas visiones giran en torno a una vivencia íntima personal de la Santa y a un hecho exterior clave en su misión, la fundación de San José de Ávila

La visión del infierno precede a este  hecho y lo determina; es el detonante de su preocupación por las almas que se pierden y el deseo de hacer algo por Dios. La visión del cielo sigue al hecho fundador, coincidiendo con los años de bonanza y sosiego espiritual que vive Teresa en su primer palomarcito, y es como la coronación de su proyecto fundacional, y el anuncio de la gloria que Dios reserva a los que se acogen a él.

De ahí, la visión del infierno de Teresa hay que leerla en clave salvífica, es decir, dentro de la economía de la gracia y la salvación que implicó además su conversión. Es el triunfo de Cristo en la vida de Teresa, pero es un recordatorio de que esa gracia se puede frustrar, a causa del pecado.

Así entiende Teresa el infierno: la consecuencia del pecado, que aparta de Dios y conduce a la perdición eterna, la posibilidad de que la voluntad salvífica de Dios, que no se impone, caiga en saco roto. En esas dos dimensiones se mueve su reflexión: "Grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan" (V 32,6) y su deseo de hacer algo para remediarlo: "Pensaba qué podría hacer por Dios" (V 32,9). 


Destaca el énfasis de Teresa en "las muchas almas que se pierden", en varios de sus escritos; juicios que hoy pueden parecer exagerados, a la luz de la universalidad de la salvación de la que habla Pablo (1 Timoteo 2,4). El Concilio Vaticano II, en GS 22, dice que todos los hombres de buena voluntad han sido asociados al misterio pascual de Cristo.  Teresa comparte la visión de su época, que parece infravalorar el triunfo de la acción misericordiosa de Dios, pues presenta como dos caminos paralelos: salvación para unos y perdición para otros (Vida 15, 12: "Tornen a pensar que todo se acaba y que hay cielo e infierno"). Pero el fin es uno solo: la salvación; según nuestra fe la historia no tiene dos fines, sino uno, que es la salvación (Juan 3,17). 

En el tiempo de Teresa dominaba la idea de un Dios justiciero y la llamada apocalíptica de las realidades últimas, de ahí la vivísima descripción que hace la Santa de las penas del infierno, inspirada con toda seguridad en las imágenes y predicaciones que se usaban entonces para amedrentar al pecador. Pero la tradición y teología de la Iglesia habla sobre todo de la pena de no estar con Dios, de ser excluido de su compañía, que es lo contrario de lo que experimenta y vive Teresa: una profunda comunión con Dios. 

Finalmente, lo más llamativo de la experiencia "infernal" de Teresa  es la reacción saludable que desencadena, y ella la vive como una de las grandes mercedes que Dios le hizo (Vida 32,4). Sus consecuencias no se quedan ella, sino que se extiende al ámbito de su servicio apostólico, desencadenando su actividad fundadora. 


"Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que su majestad me había hecho a religión, guardando mi regla con la mayor perfección que pudiese" (Vida 32, 9). 

(Resumen hecho de la entrada INFIERNO, en el Diccionario de Santa Teresa.

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...