La visión del infierno precede a este hecho y lo determina; es el detonante de su preocupación por las almas que se pierden y el deseo de hacer algo por Dios. La visión del cielo sigue al hecho fundador, coincidiendo con los años de bonanza y sosiego espiritual que vive Teresa en su primer palomarcito, y es como la coronación de su proyecto fundacional, y el anuncio de la gloria que Dios reserva a los que se acogen a él.
De ahí, la visión del infierno de Teresa hay que leerla en clave salvífica, es decir, dentro de la economía de la gracia y la salvación que implicó además su conversión. Es el triunfo de Cristo en la vida de Teresa, pero es un recordatorio de que esa gracia se puede frustrar, a causa del pecado.
Así entiende Teresa el infierno: la consecuencia del pecado, que aparta de Dios y conduce a la perdición eterna, la posibilidad de que la voluntad salvífica de Dios, que no se impone, caiga en saco roto. En esas dos dimensiones se mueve su reflexión: "Grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan" (V 32,6) y su deseo de hacer algo para remediarlo: "Pensaba qué podría hacer por Dios" (V 32,9).
En el tiempo de Teresa dominaba la idea de un Dios justiciero y la llamada apocalíptica de las realidades últimas, de ahí la vivísima descripción que hace la Santa de las penas del infierno, inspirada con toda seguridad en las imágenes y predicaciones que se usaban entonces para amedrentar al pecador. Pero la tradición y teología de la Iglesia habla sobre todo de la pena de no estar con Dios, de ser excluido de su compañía, que es lo contrario de lo que experimenta y vive Teresa: una profunda comunión con Dios.
Finalmente, lo más llamativo de la experiencia "infernal" de Teresa es la reacción saludable que desencadena, y ella la vive como una de las grandes mercedes que Dios le hizo (Vida 32,4). Sus consecuencias no se quedan ella, sino que se extiende al ámbito de su servicio apostólico, desencadenando su actividad fundadora.
"Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que su majestad me había hecho a religión, guardando mi regla con la mayor perfección que pudiese" (Vida 32, 9).
(Resumen hecho de la entrada INFIERNO, en el Diccionario de Santa Teresa.