Sigo
leyendo CÁNTICO, ahora a partir del #10 de la primera canción: Llamados a la
intimidad con Dios, a buscarle en nuestro interior; a escondernos con Él, que
está escondido, a crecer en amor. Somos llamados a vivir en intimidad y
comunión con Dios ya en esta vida, como adelanto de la futura, y Dios nos irá
comunicando sus secretos; debemos buscarle en fe y en amor,
porque en esta vida nunca le conoceremos plenamente, aun cuando vivamos
buscando su voluntad (Ex 33, 22). Dice Juan que estos son como dos mozos de
ciego que nos guían, para ir por dónde no sabemos, hasta lo escondido de Dios.
La fe son los pies con que el alma va a Dios, y el amor es la guía que la encamina.
Porque le buscamos escondido, dic e: “nunca
te quieras satisfacer en lo que entendieres de Dios, sino en lo que no
entendieres de él; y nunca pares en amar y deleitarte en eso que entendieres o
sintieres de Dios, sino ama y deléitate en lo que no puedes entender y sentir
de él; que eso es, como habemos dicho, buscarle en fe” (#12). Dios nunca
deja de ser misterio, y cuanto más cerca estemos de él, más nos parecerá
tiniebla; por eso lo mejor es tenerle siempre por “escondido” (o por
descubrir).
En
el # 13 comenta la frase: “Amado, y me
dejaste con gemido”. El trato con Dios es trato de amor: “Cuando Dios es amado, con grande facilidad
acude a las peticiones de su amante”, y “De Dios no se alcanza nada si no es por amor”. Dice entonces que
algunos llaman a Dios Amado, y no lo es de verdad, porque
no tienen en él su corazón, y por ello su suplica tiene menos valor para Dios,
y no la alcanzan. Esto no lo entiende bien, porque parecería que el amor que
Dios nos tiene depende de nuestro amor a él, que no es incondicional. La
ausencia del Amado causa una herida en el amante, y de ahí el gemido,
porque con nada se contenta quien anhela a Dios, porque, “la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas,
sino en la desnudez de todas ellas y pobreza de espíritu”. Ese gemido no
cesa ni siquiera en aquel que vive acá cerca de él, aunque es un
gemido pacífico y no penoso, en esperanza de lo que falta… porque “donde hiere el
amor, allí está el gemido de la herida clamando siempre en el sentimiento de la
ausencia”.
Porque, de alguna manera, alguna comunicación
ha recibido el alma de parte de su Amado, pero como es algo temporal, como un
toque, ella queda luego sola y seca, y por eso dice: Como el ciervo huiste… Por la presteza de mostrarse y esconderse,
por las visitas que hace (para regalarlas
y animarlas), y luego las ausencias y desvíos (para probarlas y humillarlas y enseñarlas), el alma queda herida
(habiéndome herido), “Que es como si dijera: no sólo me bastaba la pena y
el dolor que ordinariamente padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de
amor con tu flecha y aumentando la pasión y apetito de tu vista, huyes con
ligereza de ciervo y no te dejas comprehender algún tanto” (#16).
El santo describe a continuación una
experiencia que conocemos bien en Teresa, y que suele llamarse “transverberación”. La visita del Amado
con “unos escondidos toques de amor, a
manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda
cauterizada con fuego de amor”.; el santo les llama “heridas de amor”. Los apetitos y afectos de la persona en esas
experiencias se conmueven y mudan en divinos, y “el alma por amor se resuelve en nada, nada
sabiendo sino amor” (#18). El alma se queja, no de la herida, que es
salud para ella, sino que no la hiriese más hasta matarla de amor, y fundirse
con el Amado.
Son heridas espirituales de amor, que avivan
el deseo de ver a Dios, el salir de sí para entrar en él: “Salí tras ti clamando y eras ido”. En el #20 leemos: “En las heridas de amor no puede haber
medicina sino de parte del que la hirió; y, por eso, esta herida alma salió en
la fuerza del fuego que causó la herida tras de su Amado que la había herido,
clamando a él para que la sanase”. Este
salir se entiende de dos maneras: saliendo
de todas las cosas (aborrecimiento y desprecio de ellas), y saliendo de sí misma (por olvido de sí).
Queda entonces la última frase: “Y eras ido”. Porque habiendo renunciado
a todo por el Amado, desasida de lo uno y lo otro, ahora pena porque el Amado
no se le ha entregado, provocándole una enorme pena y tormento.