sábado, 5 de septiembre de 2020

MIRADAS AL "CÁNTICO"... (2)

Sigo leyendo CÁNTICO, ahora a partir del #10 de la primera canción: Llamados a la intimidad con Dios, a buscarle en nuestro interior; a escondernos con Él, que está escondido, a crecer en amor. Somos llamados a vivir en intimidad y comunión con Dios ya en esta vida, como adelanto de la futura, y Dios nos irá comunicando sus secretos; debemos buscarle en fe y en amor, porque en esta vida nunca le conoceremos plenamente, aun cuando vivamos buscando su voluntad (Ex 33, 22). Dice Juan que estos son como dos mozos de ciego que nos guían, para ir por dónde no sabemos, hasta lo escondido de Dios. La fe son los pies con que el alma va a Dios, y el amor es la guía que la encamina. Porque le buscamos escondido, dic e: “nunca te quieras satisfacer en lo que entendieres de Dios, sino en lo que no entendieres de él; y nunca pares en amar y deleitarte en eso que entendieres o sintieres de Dios, sino ama y deléitate en lo que no puedes entender y sentir de él; que eso es, como habemos dicho, buscarle en fe” (#12). Dios nunca deja de ser misterio, y cuanto más cerca estemos de él, más nos parecerá tiniebla; por eso lo mejor es tenerle siempre por “escondido” (o por descubrir).

En el # 13 comenta la frase: “Amado, y me dejaste con gemido”. El trato con Dios es trato de amor: “Cuando Dios es amado, con grande facilidad acude a las peticiones de su amante”, y “De Dios no se alcanza nada si no es por amor”. Dice entonces que algunos llaman a Dios Amado, y no lo es de verdad, porque no tienen en él su corazón, y por ello su suplica tiene menos valor para Dios, y no la alcanzan. Esto no lo entiende bien, porque parecería que el amor que Dios nos tiene depende de nuestro amor a él, que no es incondicional. La ausencia del Amado causa una herida en el amante, y de ahí el gemido, porque con nada se contenta quien anhela a Dios, porque, “la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez de todas ellas y pobreza de espíritu”. Ese gemido no cesa ni siquiera en aquel que vive acá cerca de él, aunque es un gemido pacífico y no penoso, en esperanza de lo que falta… porque “donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida clamando siempre en el sentimiento de la ausencia”.

 Porque, de alguna manera, alguna comunicación ha recibido el alma de parte de su Amado, pero como es algo temporal, como un toque, ella queda luego sola y seca, y por eso dice: Como el ciervo huiste… Por la presteza de mostrarse y esconderse, por las visitas que hace (para regalarlas y animarlas), y luego las ausencias y desvíos (para probarlas y humillarlas y enseñarlas), el alma queda herida (habiéndome herido), “Que es como si dijera: no sólo me bastaba la pena y el dolor que ordinariamente padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tu flecha y aumentando la pasión y apetito de tu vista, huyes con ligereza de ciervo y no te dejas comprehender algún tanto” (#16).

 El santo describe a continuación una experiencia que conocemos bien en Teresa, y que suele llamarse “transverberación”. La visita del Amado con “unos escondidos toques de amor, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor”.; el santo les llama “heridas de amor”. Los apetitos y afectos de la persona en esas experiencias se conmueven y mudan en divinos, y “el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino amor” (#18). El alma se queja, no de la herida, que es salud para ella, sino que no la hiriese más hasta matarla de amor, y fundirse con el Amado.

 Son heridas espirituales de amor, que avivan el deseo de ver a Dios, el salir de sí para entrar en él: “Salí tras ti clamando y eras ido”. En el #20 leemos: “En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que la hirió; y, por eso, esta herida alma salió en la fuerza del fuego que causó la herida tras de su Amado que la había herido, clamando a él para que la sanase”. Este salir se entiende de dos maneras: saliendo de todas las cosas (aborrecimiento y desprecio de ellas), y saliendo de sí misma (por olvido de sí).  

 Queda entonces la última frase: “Y eras ido”. Porque habiendo renunciado a todo por el Amado, desasida de lo uno y lo otro, ahora pena porque el Amado no se le ha entregado, provocándole una enorme pena y tormento.

  

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...