Seguimos leyendo el CÁNTICO de San Juan de la
Cruz; lectura pausada, personal, no para descubrir profundidades literarias o
teológicas, sino para escuchar al Espíritu, que nos habla en el testimonio,
existencial o escrito, de quienes nos han precedido en la fe. Leemos el poema,
cada canción de modo particular, e incluso escuchamos algunas versiones
musicalizadas; y todo ello nos ayuda a interiorizar el mensaje, sirviéndonos de
los comentarios del santo.
Ya
hemos visto las tres primeras canciones: la primera, habla de búsqueda y de
pérdida; la segunda, de acudir a mediaciones (pastores) para preguntar por el
Amado; la tercera, es el momento ascético del poema, virtudes y renuncias. De estas dos últimas canciones seguimos comentamos
aquí:
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.
San Juan de la Cruz presenta la
segunda canción de este modo: “En esta
canción el alma se quiere aprovechar de terceros y medianeros para con su
Amado, pidiéndoles le den parte de su dolor y pena; porque propiedad es del
amante, ya que por la
presencia no pueda
comunicarse con el amado, de hacerlo con los mejores medios que puede; y así,
el alma, de sus deseos, afectos y gemidos se quiere aquí aprovechar como de
mensajeros que tan bien saben manifestar lo secreto del corazón a su Amado”.
A esos mediadores les llama “pastores”, refiriéndose a sus propios deseos,
afectos y gemidos, y también a los ángeles o mensajeros, que sirven de enlace
entre nosotros y Dios. En este comunicar, advierte, ha de estar presente el “verdadero amor”. No se trata de manera
formales que botan del mero cumplimiento, ni de un arrebato momentáneo: la
búsqueda del Amado es un largo camino, de toda la vida, de la vida real, para
que madure y sazone el amor.
Advierte que, aunque a veces no nos lo parece,
Dios acude siempre en el momento oportuno, y que la aparente demora no ha de
acobardarnos; señal de amor verdadero es que el alma adolece, pena y muere por su amado. Estas tres realidades, refieren
a las tres potencias del alma: entendimiento, voluntad y memoria. Luego las
refiere también a las tres virtudes teologales: fe, caridad y esperanza.
En fin, dice: “Es de notar que el alma en el dicho verso no hace más que representar
su necesidad y pena al Amado; porque el que discretamente ama no cura (cuida)
de pedir lo que le falta y desea, sino de representar su necesidad para que el
Amado haga lo que fuere servido… Y esto por tres cosas: la primera, porque
mejor sabe el Señor lo que nos conviene que nosotros; la segunda, porque más se
compadece el Amado viendo la necesidad del que le ama y su resignación; la tercera,
porque más seguridad lleva el alma acerca del amor propio y propiedad en
representar la falta, que en pedir a su parecer lo que le falta. Ni más ni
menos hace ahora el alma representando sus tres necesidades, y es como si dijera:
decid a mi Amado que, pues adolezco, y él solo es mi salud, que me dé mi salud;
y que, pues peno, y él solo es mi gozo, que me dé mi gozo; y que, pues muero, y
él solo es mi vida, que me dé mi vida”.
La tercera canción dice así:
Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pero
al alma no le bastan gemidos y oraciones, ni mediación de terceros, sino que
tiene que hacer las diligencias de su parte que le corresponden; “porque el alma que de veras a Dios ama, no
empereza hacer cuanto puede por hallar al Hijo de Dios, su Amado; y aun después
que lo ha hecho todo, no se satisface ni piensa que ha hecho nada”. Así
pues, aquí aparece el modo en que esa alma, transida de amor, ha de buscar al
Amado, y es de dos maneras: ejercitándose en virtudes y ejercicios espirituales
de la vida activa y contemplativa. Como antes dije, esta es la estrofa ascética
del poema, que no desentona para nada, porque nada hay más exigente y radical
que el amor.
Porque,
la persona ha de salir de sí, obrar lo que le corresponde, determinada a salir de sus gustos, consuelos y quereres
inútiles, con tal de tener consigo a Dios. Porque, “el que busca a Dios, queriéndose estar en su gusto y descanso, de noche
le busca, y así no le hallará”.
En
ese salir, buscando mis amores, ha de
ir por montes (virtudes) y riberas (mortificaciones), procurando tener un corazón desnudo y fuerte; por ello, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras.
Por flores
entiende los gustos, contentamientos y deleites de esta vida (temporales,
sensuales y espirituales), pues si se queda en ellos con apego pueden ocupar el
corazón, quitarle libertad, impedirle avanzar. Advierte el santo que: “no sólo
los bienes temporales y deleites corporales impiden y contradicen el camino de
Dios, mas también los consuelos y deleites espirituales, si se tienen con
propiedad o se buscan, impiden el camino de la cruz del Esposo Cristo”.
Pero
también habla de fieras, fuertes y fronteras, a los que no hay que temer; aquí
refiere a los famosos tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne. San
Juan de la Cruz ha escrito sobre ellos en sus CAUTELAS y AVISOS A UN RELIGIOSO,
pueden acudir a esos textos para entender a lo que se refiere, y leer en este
propio texto las explicaciones referidas a estos tres términos.
En resumen: que el alma para salir a buscar a
su Amado, necesita constancia y valor para no detenerse y bajarse a coger las
flores, y ánimo y valor para no temer las fieras, y fortaleza interior para
pasar los fuertes y fronteras; entiendo que ha de ir por los montes y riberas
de virtudes y purificaciones.
Para entender adecuadamente lo anterior, recordar:
1. Que se trata de un camino de amor lo que se nos propone; si no fuera el amor lo que nos impulsa, no entenderíamos ni sería posible asumir todas estas exigencias.
2. Que el santo asume el seguimiento con radicalidad: sí o no, blanco o negro; pero que entre ambos extremos hay un proceso, una gradualidad, una progresión.
3. Que Dios no actúa según nosotros, sino según Él, y por eso nos acompaña siempre, aun escondido, en esta búsqueda. No es un camino que hacemos solos.
4. Que no se trata de dar la espalda al mundo, a la realidad, sino de ser libres, frente a dependencias de toda índole que nos lastran; para subir alto, necesitamos un equipaje ligero.
En las propuestas de
nuestro santo, propias de un religioso de talante contemplativo, y en un contexto diferente al nuestro, puede faltar la dimensión social de la fe, y esa tenemos que
añadírsela nosotros.
Sigamos
leyendo…