miércoles, 7 de noviembre de 2018

EN LAS SÉPTIMAS MORADAS TERESIANAS (1)


Presentación general: La santidad como estado terminal, plenitud de la vida nueva. Llegamos al centro del castillo, centro del alma, centro de uno mismo.  Plena unión del espíritu humano con el Espíritu Divino: Matrimonio místico. Dos gracias de ingreso en esa fase final: una cristológica y otra Trinitaria.  Aquí se comunican al alma todas tres personas divinas. Nunca más se fueron de con ella”. Notas psicológicas y éticas que caracterizan a ese hombre en plenitud: olvido de lo creado, gran gozo interior, deseo de servir, paz profunda, cesan los arrebatos místicos.  Plena configuración con Cristo. Pleno rendimiento en la acción y el servicio: “que nazcan siempre obras, obras”.

Teresa hablará aquí de la santidad cristiana, ese es el tema de estas moradas: la santidad de la vida, posible ya acá en la tierra, como culminación natural de la vida de gracia, de todo un camino de crecimiento, maduración y santificación. Y lo hace, no desde esquemas teológicos, sino desde lo vivido y experimentado por ella; respuesta cuádruple, en cuatro capítulos consecutivos:
1.     Ante todo, la santidad es un hecho trinitario que acontece en el alma del cristiano y le transforma la vida (Respuesta del capítulo 1).
2.     La santidad del cristiano deriva de la santidad de Cristo y realiza la plenitud de relación del hombre con Él (Respuesta del capítulo 2).
3.     La santidad en su dimensión antropológica, es un hecho de plenitud humana: adultez y madurez del “hombre nuevo” en el desarrollo de su vida nueva (Respuesta del capítulo 3).
4.     La santidad es algo que desborda los estrechos límites del sujeto: es gracia para los otros, para la comunidad humana, para asumir la condición de “siervo de Yahvé” que caracterizó la existencia de Jesús. Es decir, que la santidad cristiana tiene un sentido eclesial, y por ello implica un carisma de servicio a los hermanos (Respuesta del capítulo 4).

CAPÍTULO PRIMERO: En el umbral de la morada más profunda (Trata de mercedes grandes que hace Dios a las almas que han llegado a entrar en estas moradas). Comenzar leyendo el párrafo #1 de este capítulo, que es como el pórtico de esta morada última: parecería que todo ya está dicho, pero queda mucho por decir, porque la grandeza de Dios no tiene término, y tampoco sus obras. Todo el deseo de Teresa es que se conozcan las misericordias de Dios con las almas, y anima a sus hermanas a celebrar este “matrimonio espiritual” que tantos bienes trae consigo.

En el #3, dice Teresa que Dios mete al alma en su morada, la séptima, luego de lo que esta ha padecido por su deseo, habiéndola ya tomado por Esposa; “porque, así como la tiene en el cielo, debe tener en el alma una estancia adonde solo su majestad mora, y digamos: otro cielo. Porque nos importa mucho, hermanas que no entendamos es el alma alguna cosa oscura… (Hay un Sol de Justicia en ella dándole el ser)… sino un mundo interior adonde caben tantas y tan lindas moradas como habéis visto”.

En el #6 narra una profunda experiencia trinitaria: “se le muestra la Santísima Trinidad, todas Tres Personas…una nube de grandísima claridad… entiende con grandísima claridad ser todas tres personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios”. Pero se atreve a decir más: “De manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria.  Aquí se le comunican todas Tres Personas y le hablan, y le dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría Él y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos (Jn 14,23)”. Y Teresa dice que le espanta ver que esa presencia trinitaria se ha quedado en ella, que sigue en su interior, en lo más hondo, aunque no sabe explicar cómo, porque no tiene letras… “pero siente en sí esta divina compañía”. En otro lugar (Relaciones 45) describe esta realidad diciendo que se experimenta a sí misma “como una esponja que embebe el agua en sí”; esta imagen de la esponja sumergida en el agua de lo divino tiene carta de ciudadanía en la tradición espiritual cristiana.

De esta experiencia, deriva una manera de vida, que Teresa apunta aquí con rasgos sueltos: estado de asombro y estupor como el que mira la realidad con ojos nuevos; crece la capacidad de admiración ante las personas, acontecimientos, percibiendo lo divino debajo de lo cotidiano; siente siempre esa Divina Compañía en el interior de su alma; mayor dinamismo en el hacer y servir; vinculación de lo presente con lo escatológico (8): “tiene gran confianza que no la dejará Dios”. 

CAPÍTULO SEGUNDO: Nuestro vivir es Cristo (Dice la diferencia que hay de unión espiritual a matrimonio espiritual). Aquí se va a tratar del  divino y espiritual matrimonio”, aunque precisa que esta merced no se cumple a perfección mientras vivimos, pues si nos apartamos de Dios este gran bien se pierde. En el #1 habla de transformación en Cristo, recordando su propia experiencia, que ha narrado antes en la Relación 25. Aquí dice: “Se le representó el Señor, acabando de comulgar, con la forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir” (Leer aquí también el texto de Relaciones 25).

Teresa aquí nos adentra aun más en lo hondo del castillo del alma, es decir, de nuestra vida de gracia, y nos muestra la santidad, no tanto a nivel ético, cuanto teologal: misterio de Dios en el hombre. Si antes trató el aspecto trinitario (Inhabitación), ahora pone el foco en el aspecto cristológico de esta fase cimera de la vida, en la que finalmente se pone de manifiesto que “nuestra vida es Cristo”. Que en última instancia la vida cristiana no consiste en una mera relación o imitación o seguimiento de Jesús, sino en una compenetración de las dos vidas, la de Él y la nuestra, y esto por una unión misteriosa de ambas vidas y ambas personas (Gálatas 2,20). (Ver aquí texto de Tomás, página 278).

En el #3 describe esta experiencia, citamos algunas imágenes: Pasa esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios, y a mi parecer, no necesita puerta para entrar…se aparece en este centro del alma sin visión imaginaria, sino intelectual, aunque más delicada que las dichas, como se apareció a los apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo: paz a ustedes. Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante y el grandísimo deleite que siente el alma que no sé a qué compararlo, sino a que quiere manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo… Queda el alma hecha una cosa con Dios… de tal manera ha querido juntarse con la criatura que ya no se quiere apartar de ella.

En el #4 explica la diferencia entre unión y desposorio con el matrimonio espiritual: aquellos son momentos que luego pasan, y este último es permanente: “Siempre queda el alma con su Dios en el centro”, y pone ejemplos. Es aquí, dice (#5) donde la mariposilla muere, y con grandísimo gozo, porque su vida ya es Cristo. Cristo es como un espejo en el que contemplamos nuestra imagen esculpida (#8); este texto debe leerse en paralelo con Vida 40,5, que es el texto cristológico cumbre de ese libro.

Los efectos de esta experiencia sobre la persona (#s 9/11): No hay movimientos en el alma, potencias e imaginación, que la perjudiquen o quiten su paz; parece está el alma en seguridad, pero ella no se tiene por segura y anda con mucho más temor que antes, guardándose mucho de ofender a Dios, pero no deja de haber tiempos de guerra, trabajo y fatigas, más no quitan la paz ni mueven de lugar. Tiene grandes deseos de servirle, y el hacer penitencia le causa deleite. Es como el árbol que está su raíz en las corrientes de aguas, y está más fresco y da más fruto.

Leer el #11 íntegro (comparación final). La vida, aun en esta postrera morada, sigue siendo riesgo, pero este estado hace que amemos la cruz, cuya presencia resulta ineludible. Teresa ha recorrido un largo camino para terminar con un Cristo interior, instalado en el centro orbital de su espíritu y de su vida, y lo reafirma, diciendo: “Piensen lo que quieran: todo es verdad lo que he dicho” (#11).

(Continúa).

martes, 6 de noviembre de 2018

MORADAS: BIBLIA Y SEGUIMIENTO DE CRISTO


MORADAS debe ser leído como un itinerario de seguimiento evangélico. La obra se sustenta en dos pilares: experiencia de Teresa y la Biblia. Su vivencia mística corre paralela a su vocación apostólica. La experiencia mística de Teresa es puro evangelio; el relato teresiano es un compuesto armónico de Biblia y experiencia íntimamente trabado.  Su mística se identifica simplemente con la radicalidad cristiana, y no coincide con la así llamada mística universal, de claro sabor neoplatónico, y que sigue infiltrando hoy muchas formas de religiosidad, incluso en la misma espiritualidad de las iglesias cristianas. Se ha llegado a afirmar, incluso, que en el campo de espiritualidad hasta la llegada de Santa Teresa la mística no fue del todo cristiana.

 Las Moradas teresianas son la narración de un viaje a la profundidad del ser humano, donde mora el Resucitado. Las Moradas se presentan como modos de relación; ello significa una forma o estilo de seguimiento. Así, el alma del justo se  está convirtiendo en el paraíso del Génesis, y el ser humano está configurado a imagen de Dios.
 El libro de Moradas narra una forma de acceso a la madurez cristiana, e implica un doble aspecto: ontológico y moral o psicológico espiritual.  Para entrar dentro, en lo hondo del yo, se impone el seguimiento. Sin el seguimiento de Jesús, sin la experiencia de su vida y el amor al prójimo, no hay hondura posible. Y si pareciera que la hubiera, sería una profundidad soñada, experiencia de vacío. Esto es para Teresa una experiencia peligrosa, porque le parece al alma que está llena de Dios y no es así. Es que para Teresa (igual que para Rahner), todo acto religioso debe tener “estructura encarnatoria”; es decir, que debe hallarse presente la Humanidad de Cristo. Y Humanidad de Cristo y seguimiento son dos realidades que se reclaman mutuamente. Moradas representa un progresivo estado de conciencia crístico; la maduración progresiva de la persona, guiada por la Biblia para llegar a ser imagen de Cristo. La mística teresiana se empapa de Biblia y más en concreto de cristología



SOBRE MORADAS (Secundino Castro) en artículo de la revista ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS (julio/septiembre 2015).

lunes, 5 de noviembre de 2018

MIRAR A JESÚS

"No os pido ahora que penséis en Él ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras. Haos sufrido mil cosas feas y abominaciones contra El y no ha bastado para que os deje de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos de estas cosas exteriores, le miréis algunas veces a El? Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le miremos. Como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya."

SANTA TERESA DE JESÚS
"Camino de Perfección", 
capítulo 26, párrafo 3º.

sábado, 3 de noviembre de 2018

EN LAS SEXTAS MORADAS TERESIANAS: Rumbo al final del camino, siempre con Cristo.


CAPÍTULOS CUARTO Y QUINTO: Teresa habla del éxtasis, de dos clases de éxtasis. En Vida 24,5, primera experiencia de éxtasis o arrobamiento, con efecto sobre su afectividad. Ella describe dos tipos: uno se produce desde lo hondo del alma (3) por atracción hacia un centro interior que está más allá de ella misma, y el otro (Vuelo del Espíritu) es la salida de sí mismo, atraído por Dios, que es capaz de elevar el espíritu humano, como una paja. No vamos a adentrarnos en profundidad en este tema, que llevaría más tiempo del que disponemos; es el capítulo más sobrenatural de las experiencias teresianas, y exige una lectura atenta y respetuosa. El éxtasis es para hacer posible la unión, hito cimero del proceso espiritual: saca a la persona de sí misma, superando nuestro angosto espacio  vital y funcional, sirve como un crisol de fuego, y siempre pasajero, preparando al sujeto humano para la plenitud de las séptimas moradas (Como el purgatorio necesario para entrar en el cielo).  Importante: Teresa inserta estas experiencias como parte de un proceso espiritual progresivo y complejo; al margen de esto no sería comprensible ni evaluable (es una joya falsificable, y se ha de evitar incurrir en una frívola curiosidad).

CAPÍTULO SEXTO: Habla de la vida del místico cuando ha regresado del éxtasis, de sus pulsiones y tensiones internas, de su nuevo modo de encarar la vida, los acontecimientos. Queda, dice Teresa, un grandísimo deseo de gozar de Dios, provocándole un tormento sabroso,  y ansías grandísimas de morirse.  Se debate en la alternativa de fugarse al desierto o dar voces en las plazas, es decir, atraída a la altura contemplativa de estar a solas con Dios, o lanzarse, como profeta, en el barrullo de la vida para hablar de la grandeza de Dios (3). Cierra, contando otra de esas mercedes que el Señor le ha dado, y que escribe como “unos júbilos extraños”: gozo interior, la locura y embriaguez del amor.

CAPÍTULO SIETE: El misterio del mal humano ante la mirada del místico, y la Humanidad de Cristo en la vida del cristiano. Este es uno de los pasajes más decisivos del libro; dice ella: “de mucho provecho”.  Teresa, como vemos, empareja dos temas: pecados del hombre y humanidad de Cristo, presentados  uno detrás del otro, como un diálogo abierto de Teresa con sus hermanas. ¿Por qué, a estas alturas del camino, volver al tema del pecado? Puro realismo teresiano: por muy alto y raudo que sea su vuelo, Teresa nunca pierde de vista la tierra que pisa y en la que nosotros nos batimos. El dolor de los pecados crece cuánto más cerca se está de Dios, pero al mismo tiempo esto le sirve, no para culpabilizaciones inútiles, sino para entender la grandeza y bondad de Dios. También muchos místicos han vivido esta experiencia como un modo de solidarizarse con los pecados de sus hermanos, de su tiempo, de la humanidad.

Luego viene el tema de la Humanidad de Cristo, al nivel del capítulo 22 de Vida. Para Teresa, la Humanidad de Jesús constituye el centro insuperable de la vida cristiana. Su cristocentrismo implica que la fe y la existencia cristiana no están fundadas en abstracciones ni en filosofías, sino en la existencia singularísima de una persona histórica que se llama Cristo Jesús.  Él es el centro orbital de nuestra vida (que es “vida en Cristo”). Sin Él la vida del cristiano se descentra, se desorbita, y eso es lo que quiere inculcar Teresa. Cada grado oracional (meditación, recogimiento, unión) acontece en relación con el misterio de Cristo y su humanidad. Aquí hace al final una mención a la Virgen, que también llegó a la plenitud por su especial relación con la humanidad santa de su hijo Jesús.

CAPÍTULO OCTAVO: De lo anterior se desprende, pues, que CRISTO es el hecho decisivo para Teresa, no solo doctrinal, sino también experiencialmente.  Habla también en este capítulo de la visión intelectual y espiritual. Este capítulo y el anterior forman una especie de díptico cristológico categórico; Lo primero, se asienta la tesis a nivel doctrinal: Cristo, Dios y hombre, es mediador de todas las gracias, tanto en escala ascendente como descendente. Y segundo, la prueba de esto: lo que Teresa llama “visión intelectual” de su Humanidad, en la que ahora mismo no vamos a detenernos, ustedes pueden leerlo. Eso sí, no pasemos de largo ante esta frase de Teresa en el # 10 y final de este capítulo: “No piense que, por tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una como ve que es menester”.

CAPÍTULO NOVENO: Cristofanías en las sextas moradas, o visiones de Cristo en el desarrollo de la vida mística. “Trata este capítulo de cómo se comunica el Señor al alma por visión imaginaria y avisa mucho se guarden de desear ir por este camino”. Teresa habla, en el capítulo anterior, de la experiencia exquisitamente espiritual de la presencia de Cristo Jesús en su vida y en la de todo cristiano, más allá de lo sensible, como misterio de fe. Ahora, en este, pasa de la llamada “visión intelectual” a las “visiones imaginarias”, una nueva y prolongada cristofanía dentro de las experiencias del místico, que advierte Teresa que no debemos pedir estas visiones, por humildad (ya que no las merecemos) y porque puede ser peligroso (nuestra imaginación puede hacer ver lo que queremos, o el demonio, siempre presto, engañarnos por ahí). Dicen en el #16: “Créanme que es lo más seguro no querer sino lo que Dios quiere, que nos conoce más que nosotros mismos y nos ama. Pongámonos en sus manos para que sea hecha su voluntad en nosotras y  no podremos errar”.


CAPÍTULO DÉCIMO: La verdad los hará libres. Empieza la preparación para la morada siguiente y última, la de los grandes secretos, y para ello debe el orante pasar por dos zonas, una de luz y otra de fuego. Primero por la luz de la Verdad, y de ella trata este capítulo 10. Luego por la tensión de los deseos incontenibles, y de ellos tratará el CAPÍTULO ONCE. Así pues, VERDAD Y DESEOS son las dos alas con que emprender el vuelo a la región misteriosa de la última morada del castillo, donde pasan las cosas de más secreto entre Dios y el alma.

Leer en el Capítulo 10, el #3, y luego frases del 4 y el 6 (“Este gran Dios no nos ha dejado de amar a nosotras, aunque le hemos mucho ofendido”; “Andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos”; y en el #7 repite una vez más que “la humildad es andar en verdad”). Antes había citado el episodio de Jesús y Pilato, para dolerse diciendo: Cuán poco entendemos acá de esta Suma Verdad.

Luego, empieza así el 11: “Aunque haya muchos años  que reciba estos favores siempre gime y anda llorosa, porque de cada uno de ellos le queda mayor dolor. Es la causa de cómo a conociendo más y más las grandezas de su Dios y se ve estar tan ausente y apartada de gozarle, crece mucho más el deseo, porque también crece el amor mientras más se le descubre lo que merece ser amado este gran Dios y Señor. Y viene en estos años creciendo poco a poco este deseo, de manera que la llega a tan gran pena como ahora diré”. Estos grandes deseos hacen que Dios se experimente más como ausencia, despertando incontenibles anhelos… “Vivo sin vivir en mí”, los poemas de Teresa y de Juan describiendo esta experiencia, común a ambos. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

EN LAS SEXTAS MORADAS TERESIANAS (1)...Pruebas y deseos.


Presentación general: Período extático y tensión escatológica, porque el místico vive intensamente las realidades terrestres, pero en vigilante espera del encuentro definitivo con Cristo. Hay un predominio marcado de la vida teologal (fe, esperanza y caridad). El orante siente unos grandes impulsos de amor. Nuevo modo de sentir los pecados pasados, y Cristo presente de una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre compañía del alma. Heridas de amor. Desposorio místico. El alma queda sellada, en prenda especial de pertenencia a Dios en Cristo Jesús. 

Tipos bíblicos: El cristiano de estas sextas moradas evoca una serie de tipos bíblicos, empezando por Jacob y la escala, cuyos últimos peldaños tocan el cielo. También está Moisés y la zarza ardiente, como teofanía de la divinidad. Pablo arrebatado al tercer cielo, y la Samaritana invitada a beber el agua viva. El Hijo Pródigo que entra al banquete de fiesta, y la Magdalena defendida por Jesús, y la Esposa de los Cantares… e incluso una fugaz alusión a la figura trágica de Saúl, que habiendo sido ungido rey, se perdió. 


Estas MORADAS SEXTAS rompen la simetría seguida por su autora en este libro: son las más extensas, 11 capítulos (de los 27 que consta el Castillo), más de un tercio del total de la obra. Vuelve Teresa, como en los dos capítulos anteriores, a sentirse incapaz de decir, a invocar el Espíritu, pero ahora con mucha mayor razón, porque intenta hablar de cosas inefables. Aquí Teresa unifica la tercera y cuarta agua de su tratadillo de oración en VIDA, pero ahora se toma mucho tiempo en su explicación, y van en sintonía también con pasajes autobiográficos de VIDA (Capítulos 16/21 y 23/40) y de RELACIONES 35 y siguientes… Aunque aquí en Moradas aparece de modo más perfecto, mejor codificado, gracias a la madurez espiritual de la autora. 


Estas Sextas Moradas abarcan un período riquísimo de la vida de Teresa, alrededor de los 15 años, en los que ella vivió acontecimientos fundamentales: pugnas con los teólogos de Ávila, la promesa de Cristo de ser su libro vivo, la Transverberación, los incontenibles ímpetus y deseos, visiones y arrobamientos, la redacción de VIDA, y de Camino (en sus dos versiones), la fundación de su primer convento reformado, el encuentro con fray Juan de la Cruz… 

Podemos resumirlas de esta manera: 

1. Ante todo, ingreso en la noche, entrada y travesía de una larga escalada de grandes trabajos y pruebas purificadoras (Capítulo 1). 

2. Tensión de vida teologal: amplio abanico de gracias y fenómenos místicos de todo tipo (Capítulo 2 y siguientes). 

3. Función salvadora de la Humanidad de Cristo, frente al peso de los propios pecados pasados (Capítulo 7). 

4. Preludio de las Moradas Séptimas: verdad y deseos. Dios es la suma verdad, que coloca al alma en régimen de verdad (Capítulo 10), y de unos deseos tan grandes e impetuosos que ponen en peligro la vida (Capítulo 11). 



CAPÍTULO PRIMERO: La noche del espíritu, la realidad purificadora de la noche mística (oscuridad, pruebas, cruz…). Este es el primer dato o factor que caracteriza las Moradas Sextas. Al entrar en ellas se produce la HERIDA definitiva del alma (“Donde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que la pueda estorbar de esta soledad”). Evocaciones de esta imagen: la Esposa de los Cantares, la “regalada llama” de Juan de la Cruz, o la gracia del dardo que atraviesa al corazón de Teresa en Vida. Herida de fuego, saeta que llega a las entrañas, y que luego deja una llaga o herida de la ausencia de Dios (Ver: Vida 29,10; en el 13 narra la Transverberación). Como vemos, la experiencia purificadora tiene varios matices, pero aquí en este capítulo la santa presenta solo uno de ellos, el doloroso, y dejará los otros para los capítulos siguientes. La incandescencia del amor y de los deseos, como un fuego, van a producir un primer efecto arrasador y purificador. Es la gran prueba, inseparable de la experiencia mística profunda, la que Juan de la Cruz describirá como “noche del espíritu”. 

Teresa la escribe así: una prueba dolorosa y total, a que es sometido el místico de forma exhaustiva, desde fuera y desde dentro de sí mismo, en su dinamismo psicológico, obscurecimiento e impotencia interior, en sus relaciones con los demás, total incomprensión y aislamiento, y en su relación con Dios, radical sentimiento e ausencia y desamparo. Comienza por lo exterior (3), recordando cómo fue reprendida por los confesores, se le privó de la comunión, se le tuvo por endemoniada… total privación de los apoyos externos. Pero esto no es más que el umbral de la noche: pueden venir luego las enfermedades gravísimas (6), no solo del cuerpo, y con un componente psicológico (6 y 7): apretaduras del alma… y al final, lo más intenso de la noche, la prueba de la fe: desolación y sequedad en la relación con Dios, fuerte sentimiento de ausencia, recuerdo sofocante de los pecados pasados (8), sequedad en pleno mar de amor (8), oscuridad de la mente y confusión de la fe (9/11). 

Y TODO ESTO, ¿PARA QUÉ?: Recordemos las imágenes bíblicas del AT para hacer referencia a Dios y el modo cómo lo experimentamos: fuego, terremoto, torbellino, huracán… Experiencias terribles de los profetas. Y no es que Dios sea de ese modo, sino que así lo experimenta nuestra frágil condición. Por eso, para recibir las joyas del alma se hace indispensable un lavado profundo del espíritu, desarraigándolo de tanta escoria como normalmente lo aqueja. Tal vez es una descripción muy moral, pero en definitiva, el para qué de la noche tiene que ver con preparar al orante, aquilatar sus ojos para entrar en la luz de un nuevo amanecer. Lo dice Teresa al final de estas Moradas Sextas: “Válgame, Señor, cómo aprietas a tus amadores. Más todo es poco para lo que les das después. Bien es que lo mucho cueste mucho” (M6: 11,6). 



En el CAPÍTULO SEGUNDO llegamos a la región de los deseos. Para llegar a la última morada hay que hacer la travesía de una zona poblada de grandes deseos, deseos que se apoderan de todas las energías del caminante. Deseos de llegar, de ver a Dios. Estos deseos es el mismo Señor el que los despierta o los enciende en el alma. Desde aquí se nos ofrece una síntesis de la jornada que prepara al místico para el desenlace de su drama interior. En estas Sextas Moradas se entra por el crisol de las purificaciones y de la noche (capítulo 1); luego, todo el marco de desarrollo de las mismas se extiende desde los deseos e ímpetus que Dios desata en el castillo (capítulo 2), hasta el paroxismo de los deseos en que culminará toda esta jornada: deseos que hieren, pero no matan, y que son indispensables para entrar en la morada definitiva del castillo (Capítulo 11). Invito a leer con detenimiento los números del 1 al 7 de este capítulo: Teresa habla de la mariposa liberada del capullo de seda, que emprende ahora su más alto vuelo, el de los deseos ardientes; pero no es ella quien los enciende, sino el Esposo/Dios. Son deseos muy profundos, en la raíz, que hacen que el alma se sienta “llamada y herida”; una herida o pena que al mismo tiempo es sabrosa. Evoquemos aquí la historia narrada por Teresa en Vida (29,13), que conocemos litúrgicamente como ‘Transverberación” (También en Relaciones 5,17). Como esta experiencia es inefable (indecible) la Santa recurre a símbolos: saeta, relámpagos, fuego, herida… También Juan de la Cruz describe esta realidad en su poema Llama de amor viva. 

CAPÍTULO TERCERO: El místico ante la presencia de Dios, y como hacer un adecuado discernimiento. Aquí habla Teresa de las hablas o locuciones místicas, ante los que nosotros, hombres y mujeres de un tiempo más escéptico y racional, podemos mostrar cierto recelo. Pero Teresa aquí habla con una claridad meridiana, y nos adentra en una zona de experiencia religiosa profunda, sin dejar de advertir sabiamente que hay personas enfermas que se imaginan todas estas cosas. El Dios de Teresa es un Dios que habla, que se comunica, que no es un Dios para sí solo, y ella relata en sus libros algunas de esas “comunicaciones” que ha recibido. Ejemplos: En Vida 19,9, la primera que recibió;Vida 25,18, “No tengas miedo, que Yo soy…”;Vida 32,11: envío fundacional; Relaciones 25, palabra de alianza (Serás mi esposa desde hoy), etc…Teresa da tres signos o señales de que estas hablas son verdaderas (no del demonio o la imaginación): El poderío y señorío que traen consigo, que es hablando y obrando; la segunda razón, una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y pacífico; la tercera es que estas palabras quedan grabadas en la memoria por mucho tiempo. 

En resumen

1. Teresa da por descontado que en espíritu humano pueden resonar palabras de tres tipos: palabras de Dios, palabras de la propia imaginación en desvarío, y palabras del demonio. Es importante por ello discernir entre el trigo y la cizaña. 

2. La palabra de origen divino de por sí no es hermética ni enigmática ni difícil de identificar. Lleva su sello, es inconfundible, viene en majestad, soberanía y poderío. Es obradora y transformadora, y se graba a cincel en el espíritu humano, y produce un efecto de acatamiento y humildad y conciencia de la propia pequeñez creatural ante la cercanía y magnitud de lo divino. 

3. Resalta la subordinación eclesial del carismático: si creo que esa palabra escuchada conlleva una obra o acto público, debo confrontarla con terceras personas, un confesor o guía letrado, siervo de Dios, y hacer caso de lo que este diga.

 (Continúa...)


FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...