Presentación general: Período extático y tensión escatológica, porque el místico vive intensamente las realidades terrestres, pero en vigilante espera del encuentro definitivo con Cristo. Hay un predominio marcado de la vida teologal (fe, esperanza y caridad). El orante siente unos grandes impulsos de amor. Nuevo modo de sentir los pecados pasados, y Cristo presente de una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre compañía del alma. Heridas de amor. Desposorio místico. El alma queda sellada, en prenda especial de pertenencia a Dios en Cristo Jesús.
Tipos bíblicos: El cristiano de estas sextas moradas evoca una serie de tipos bíblicos, empezando por Jacob y la escala, cuyos últimos peldaños tocan el cielo. También está Moisés y la zarza ardiente, como teofanía de la divinidad. Pablo arrebatado al tercer cielo, y la Samaritana invitada a beber el agua viva. El Hijo Pródigo que entra al banquete de fiesta, y la Magdalena defendida por Jesús, y la Esposa de los Cantares… e incluso una fugaz alusión a la figura trágica de Saúl, que habiendo sido ungido rey, se perdió.
Estas MORADAS SEXTAS rompen la simetría seguida por su autora en este libro: son las más extensas, 11 capítulos (de los 27 que consta el Castillo), más de un tercio del total de la obra. Vuelve Teresa, como en los dos capítulos anteriores, a sentirse incapaz de decir, a invocar el Espíritu, pero ahora con mucha mayor razón, porque intenta hablar de cosas inefables. Aquí Teresa unifica la tercera y cuarta agua de su tratadillo de oración en VIDA, pero ahora se toma mucho tiempo en su explicación, y van en sintonía también con pasajes autobiográficos de VIDA (Capítulos 16/21 y 23/40) y de RELACIONES 35 y siguientes… Aunque aquí en Moradas aparece de modo más perfecto, mejor codificado, gracias a la madurez espiritual de la autora.
Estas Sextas Moradas abarcan un período riquísimo de la vida de Teresa, alrededor de los 15 años, en los que ella vivió acontecimientos fundamentales: pugnas con los teólogos de Ávila, la promesa de Cristo de ser su libro vivo, la Transverberación, los incontenibles ímpetus y deseos, visiones y arrobamientos, la redacción de VIDA, y de Camino (en sus dos versiones), la fundación de su primer convento reformado, el encuentro con fray Juan de la Cruz…
Podemos resumirlas de esta manera:
1. Ante todo, ingreso en la noche, entrada y travesía de una larga escalada de grandes trabajos y pruebas purificadoras (Capítulo 1).
2. Tensión de vida teologal: amplio abanico de gracias y fenómenos místicos de todo tipo (Capítulo 2 y siguientes).
3. Función salvadora de la Humanidad de Cristo, frente al peso de los propios pecados pasados (Capítulo 7).
4. Preludio de las Moradas Séptimas: verdad y deseos. Dios es la suma verdad, que coloca al alma en régimen de verdad (Capítulo 10), y de unos deseos tan grandes e impetuosos que ponen en peligro la vida (Capítulo 11).
CAPÍTULO PRIMERO: La noche del espíritu, la realidad purificadora de la noche mística (oscuridad, pruebas, cruz…). Este es el primer dato o factor que caracteriza las Moradas Sextas. Al entrar en ellas se produce la HERIDA definitiva del alma (“Donde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que la pueda estorbar de esta soledad”). Evocaciones de esta imagen: la Esposa de los Cantares, la “regalada llama” de Juan de la Cruz, o la gracia del dardo que atraviesa al corazón de Teresa en Vida. Herida de fuego, saeta que llega a las entrañas, y que luego deja una llaga o herida de la ausencia de Dios (Ver: Vida 29,10; en el 13 narra la Transverberación). Como vemos, la experiencia purificadora tiene varios matices, pero aquí en este capítulo la santa presenta solo uno de ellos, el doloroso, y dejará los otros para los capítulos siguientes. La incandescencia del amor y de los deseos, como un fuego, van a producir un primer efecto arrasador y purificador. Es la gran prueba, inseparable de la experiencia mística profunda, la que Juan de la Cruz describirá como “noche del espíritu”.
Teresa la escribe así: una prueba dolorosa y total, a que es sometido el místico de forma exhaustiva, desde fuera y desde dentro de sí mismo, en su dinamismo psicológico, obscurecimiento e impotencia interior, en sus relaciones con los demás, total incomprensión y aislamiento, y en su relación con Dios, radical sentimiento e ausencia y desamparo. Comienza por lo exterior (3), recordando cómo fue reprendida por los confesores, se le privó de la comunión, se le tuvo por endemoniada… total privación de los apoyos externos. Pero esto no es más que el umbral de la noche: pueden venir luego las enfermedades gravísimas (6), no solo del cuerpo, y con un componente psicológico (6 y 7): apretaduras del alma… y al final, lo más intenso de la noche, la prueba de la fe: desolación y sequedad en la relación con Dios, fuerte sentimiento de ausencia, recuerdo sofocante de los pecados pasados (8), sequedad en pleno mar de amor (8), oscuridad de la mente y confusión de la fe (9/11).
Y TODO ESTO, ¿PARA QUÉ?: Recordemos las imágenes bíblicas del AT para hacer referencia a Dios y el modo cómo lo experimentamos: fuego, terremoto, torbellino, huracán… Experiencias terribles de los profetas. Y no es que Dios sea de ese modo, sino que así lo experimenta nuestra frágil condición. Por eso, para recibir las joyas del alma se hace indispensable un lavado profundo del espíritu, desarraigándolo de tanta escoria como normalmente lo aqueja. Tal vez es una descripción muy moral, pero en definitiva, el para qué de la noche tiene que ver con preparar al orante, aquilatar sus ojos para entrar en la luz de un nuevo amanecer. Lo dice Teresa al final de estas Moradas Sextas: “Válgame, Señor, cómo aprietas a tus amadores. Más todo es poco para lo que les das después. Bien es que lo mucho cueste mucho” (M6: 11,6).
En el CAPÍTULO SEGUNDO llegamos a la región de los deseos. Para llegar a la última morada hay que hacer la travesía de una zona poblada de grandes deseos, deseos que se apoderan de todas las energías del caminante. Deseos de llegar, de ver a Dios. Estos deseos es el mismo Señor el que los despierta o los enciende en el alma. Desde aquí se nos ofrece una síntesis de la jornada que prepara al místico para el desenlace de su drama interior. En estas Sextas Moradas se entra por el crisol de las purificaciones y de la noche (capítulo 1); luego, todo el marco de desarrollo de las mismas se extiende desde los deseos e ímpetus que Dios desata en el castillo (capítulo 2), hasta el paroxismo de los deseos en que culminará toda esta jornada: deseos que hieren, pero no matan, y que son indispensables para entrar en la morada definitiva del castillo (Capítulo 11). Invito a leer con detenimiento los números del 1 al 7 de este capítulo: Teresa habla de la mariposa liberada del capullo de seda, que emprende ahora su más alto vuelo, el de los deseos ardientes; pero no es ella quien los enciende, sino el Esposo/Dios. Son deseos muy profundos, en la raíz, que hacen que el alma se sienta “llamada y herida”; una herida o pena que al mismo tiempo es sabrosa. Evoquemos aquí la historia narrada por Teresa en Vida (29,13), que conocemos litúrgicamente como ‘Transverberación” (También en Relaciones 5,17). Como esta experiencia es inefable (indecible) la Santa recurre a símbolos: saeta, relámpagos, fuego, herida… También Juan de la Cruz describe esta realidad en su poema Llama de amor viva.
CAPÍTULO TERCERO: El místico ante la presencia de Dios, y como hacer un adecuado discernimiento. Aquí habla Teresa de las hablas o locuciones místicas, ante los que nosotros, hombres y mujeres de un tiempo más escéptico y racional, podemos mostrar cierto recelo. Pero Teresa aquí habla con una claridad meridiana, y nos adentra en una zona de experiencia religiosa profunda, sin dejar de advertir sabiamente que hay personas enfermas que se imaginan todas estas cosas. El Dios de Teresa es un Dios que habla, que se comunica, que no es un Dios para sí solo, y ella relata en sus libros algunas de esas “comunicaciones” que ha recibido. Ejemplos: En Vida 19,9, la primera que recibió;Vida 25,18, “No tengas miedo, que Yo soy…”;Vida 32,11: envío fundacional; Relaciones 25, palabra de alianza (Serás mi esposa desde hoy), etc…Teresa da tres signos o señales de que estas hablas son verdaderas (no del demonio o la imaginación): El poderío y señorío que traen consigo, que es hablando y obrando; la segunda razón, una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y pacífico; la tercera es que estas palabras quedan grabadas en la memoria por mucho tiempo.
En resumen:
1. Teresa da por descontado que en espíritu humano pueden resonar palabras de tres tipos: palabras de Dios, palabras de la propia imaginación en desvarío, y palabras del demonio. Es importante por ello discernir entre el trigo y la cizaña.
2. La palabra de origen divino de por sí no es hermética ni enigmática ni difícil de identificar. Lleva su sello, es inconfundible, viene en majestad, soberanía y poderío. Es obradora y transformadora, y se graba a cincel en el espíritu humano, y produce un efecto de acatamiento y humildad y conciencia de la propia pequeñez creatural ante la cercanía y magnitud de lo divino.
3. Resalta la subordinación eclesial del carismático: si creo que esa palabra escuchada conlleva una obra o acto público, debo confrontarla con terceras personas, un confesor o guía letrado, siervo de Dios, y hacer caso de lo que este diga.
(Continúa...)