CAPÍTULO TERCERO:
El paisaje humano de las séptimas moradas (Trata
de los grandes efectos que causa esta oración). El primer número de este
capítulo dice así: “Ahora, pues,
decimos que esta mariposica ya murió, con grandísima alegría de haber hallado
reposo y que vive en ella Cristo. Veamos qué vida hace o qué diferencia hay de
cuando ella vivía; porque en los efectos veremos si es verdadero lo que queda
dicho”. Recordemos que esa “mariposica” era el hombre nuevo,
liberado de la reclusión y ataduras del capullo. Esa “alma” nueva ha volado,
grácil y libre, desde las quintas a las sextas moradas, y ahora en las séptimas
sufre un cambio radical: muere, con grandísima alegría, y vive, pero es otro quien vive
en ella.
Sintonicemos los pasos previos del tríptico
con que Teresa analiza la situación final del cristiano en plenitud: hecho
trinitario en la Inhabitación (1), plena inserción en el misterio cristológico
(2), y ahora, aterriza en el hecho humano, es decir, cómo es por dentro y cómo actúa el cristiano así agraciado por la
Trinidad y por Cristo. Es bueno recordar lo que dijimos al principio de
este itinerario de Moradas: mientras Teresa escribe estas páginas, está
viviendo ella y su familia religioso momentos turbulentos; ninguno de ellos se
filtra en el libro, como si la santa lo mirara todo desde esa, su “morada
interior”. Tampoco Teresa menciona en Moradas el término “perfección”, propio
de su tiempo y contexto; para ella la santidad es el resultado de su relación
con Dios, efecto, y la plena comunión del hombre con Dios.
Dos momentos en el
texto: la
nueva manera de ser, vivir y actuar del cristiano (#s1/8) y el particular cuidado que Dios tiene de
comunicarse con él (#s9/15). Lo primero, aspecto psicológico y ético: lo
segundo, el aspecto teologal.
EFECTOS:
1. Olvido
de sí (2): no se acuerda que para ella ha de
haber cielo, ni vida, ni honra, porque toda está empleada en alabar a Dios, y cree
que él se encargará de lo demás como le prometió.
2. Un
deseo de padecer grande (4), pero no como
antes, sino con libertad (Si Dios quiere, bien, y si no, no lo busca).
3. Gran
gozo interior (5) cuando son
perseguidas, con mucha paz y sin ninguna enemistad con los que le hace mal;
antes les cobra un amor particular.
4. Ya
no quiere morirse (6), sino vivir para
servirle y padecer trabajos por Él y que sea alabado.Toda su gloria está en
ayudar si pudiera en algo al Crucificado.
5. Ofrece
a Dios el querer vivir (7), como una ofrenda,
la más costosa para ella, aunque temor ninguno tiene de la muerte.
6. Los
deseos de estas almas no son ya de regalos ni de gustos, porque tienen consigo
al Señor (8). Un desasimiento grande de todo y deseos de aprovechar siempre a otros,
aunque esté sola. No sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura con nuestro Señor,
que nunca querría estar sino alabándole.
ACCIÓN
DE DIOS: Particular cuidado que Dios tiene de
comunicarse con nosotros y rogarnos que nos quedemos con Él, con toques de su
amor, suaves y penetrativos. Nunca dejen de responder a estos llamados, aunque
estén ocupados exteriormente y conversando con otros (actos interiores de
amor). En esta morada ya casi nunca hay sequedad ni alborotos interiores, sino
que está el alma en quietud casi siempre. Dios hace todos estos regalos, sin
ninguna ayuda del alma, salvo que esta se disponga y entregue toda a Dios. “En este templo de Dios, en esta morada suya, sólo Él y el alma
se gozan con grandísimo silencio”
(11). Las potencias no se pierden, pero están como espantadas, no obran; los
arrobamientos se le quitan, salvo alguna vez y nunca en público ni con grandes
efectos de devoción; será porque halló reposo el alma en esta morada, por la
buena compañía, o porque su Señor la ha fortalecido y ensanchado y habilitado.
En el #13 ofrece modelos bíblicos para este
estado (besos de Cantares, el agua de la
cierva, el tabernáculo de Dios, la palomica de Noé…y habla de la profunda paz que tiene el alma aquí. En el
#14 dice que el alma anda con mucho cuidado para no ofender a Dios, otra vez
consciente de que la cruz nunca falta, aunque ya no les inquiete, ni quite la
paz (#15).
CAPÍTULO CUARTO: La última
lección del castillo, ¿Para qué la santidad cristiana? (Acaba dando a entender que pretende nuestro Señor en hacer tan grandes
mercedes al alma, y como es necesario que anden juntas Marta y María).
Enlaza el principio de este con el fin del anterior, recordando nuestra
fragilidad, y como Dios permite que en este estado la experimentemos alguna
vez, aunque breve, “porque quiere
nuestro Señor que no pierda la memoria de su ser, para que siempre esté humilde”
(2). Y tampoco implica que no haya pecados; tal vez mortales no, con el auxilio
de Dios, pero veniales sí. Nunca estar tan seguros del todo: “La que se viera de vosotras con mayor seguridad en
sí, esa tema más” (3).
RECAPITULEMOS ENTONCES:
Estamos ya al final de estas Moradas, tratando de la santidad en el castillo
del alma. Teresa, sin grandes alardes teológicos, nos ha presentado lo
esencial: si el cristiano llega a ser santo, es
porque la Trinidad habita en él (Capítulo 1); es porque Cristo llega a ser vida
plena del alma (Capítulo 2); es porque el hombre nuevo desarrolla todas las
potencialidades de su condición bautismal (Capítulo3). Faltaba
entonces un cuarto factor: el cristiano es
santo en la Iglesia, para servir a sus hermanos, y esto solo es
posible configurándose con Cristo, que fue el siervo de los siervos, siervo de
Dios y de los hombres. Esto es lo que Teresa desarrolla en este último tramo
del libro, completando así su respuesta a la pregunta que está de fondo: ¿En qué consiste la santidad cristiana?
Cuatro capítulos y cuatro respuestas: La santidad cristiana es ante todo un hecho
trinitario acontecido en el hombre; es un hecho cristológico
de plena incorporación a Cristo; es un hecho
antropológico de plenitud y madurez
humana; y finalmente, es un hecho
eclesiológico, un carisma otorgado a
la persona para edificar el cuerpo de Jesús en la tierra, al servicio de los
hermanos.
Del título del capítulo, podemos extraer tres
ideas fundamentales:
1. Que
la vida no es un azar, una jornada a la ventura, sino que lleva inscrita un
propósito de Dios; no es que se nos imponga un destino, sino de que hay una
misteriosa presencia orientadora de lo divino en las mismas entrañas de lo
humano, que se sostiene y alimenta con grandes mercedes o regalos de parte de
Dios.
2. “Andan juntas Marta y María”, que son dos
símbolos alternativos de la vida humana; una es la acción, la otra la
contemplación. Llegar a la fusión de ambas será lograr la unificación de estos
dos planos de la persona.
3. “Es muy provechoso”. Es un capítulo
importante, no de teoría, sino e práctica, a nivel espiritual y existencial.
Dice
en el #4: ¿Cuál es el fin para el que el Señor nos hace tantas mercedes?
“No piense alguno que es solo para
regalar estas almas, que sería grande yerro”, sino para fortalecer nuestra
flaqueza, e imitara Cristo en el mucho padecer” (aquí padecer es sinónimo de amar). Ese es el efecto que hacen todas esas
visiones y mercedes, que disponen al alma para salir de sí y servir (Si está mucho con Dios, poco se acuerda de
sí). De nada sirve mucho tiempo en la oración, proponiendo y prometiendo,
si luego al salir lo hago todo al revés (#7).
EL
PUNTO CENTRAL DEL CAPÍTULO (#8): “Pongan los ojos en el
Crucificado y todo les hará poco…
¿Saben lo que es ser espirituales de verdad? Hacerse esclavos de Dios”… “Miren como pueden ser la menor de todas y
esclava suya, mirando cómo pueden hacer placer y servir”.
En
el #9: “Es
menester no poner vuestro fundamento solo en rezar y contemplar; porque, si no
procuran virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, se quedarán enanas”,
y aun decrecerán, porque, “saben que
quien no crece, descrece”. Una invitación a pasar al compromiso, al
servicio, a padecer, pues ese es el propósito de todo este esfuerzo
contemplativo: no gozar, sino servir. Marta Y maría han de ir siempre juntas.
(Continúa).