Presentación
general: La santidad como estado terminal,
plenitud de la vida nueva. Llegamos al centro del castillo, centro del alma,
centro de uno mismo. Plena unión del
espíritu humano con el Espíritu Divino: Matrimonio místico. Dos gracias de
ingreso en esa fase final: una cristológica y otra Trinitaria. “Aquí
se comunican al alma todas tres personas divinas. Nunca más se fueron de con
ella”. Notas psicológicas y éticas que caracterizan a ese hombre en plenitud:
olvido de lo creado, gran gozo interior,
deseo de servir, paz profunda, cesan los arrebatos místicos. Plena configuración con Cristo. Pleno
rendimiento en la acción y el servicio: “que
nazcan siempre obras, obras”.
Teresa
hablará aquí de la santidad cristiana,
ese es el tema de estas moradas: la santidad de la vida, posible ya acá en la
tierra, como culminación natural de la vida de gracia, de todo un camino de
crecimiento, maduración y santificación. Y lo hace, no desde esquemas
teológicos, sino desde lo vivido y experimentado por ella; respuesta cuádruple,
en cuatro capítulos consecutivos:
1. Ante
todo, la santidad es un hecho trinitario
que acontece en el alma del cristiano y le transforma la vida (Respuesta del
capítulo 1).
2. La
santidad del cristiano deriva de la
santidad de Cristo y realiza la plenitud de relación del hombre
con Él (Respuesta del capítulo 2).
3. La
santidad en su dimensión antropológica, es un hecho de
plenitud humana: adultez y madurez del “hombre nuevo” en el
desarrollo de su vida nueva (Respuesta del capítulo 3).
4. La
santidad es algo que desborda los estrechos límites del sujeto: es gracia para
los otros, para la comunidad humana, para asumir la condición de “siervo de
Yahvé” que caracterizó la existencia de Jesús. Es decir, que la santidad cristiana tiene un sentido eclesial,
y por ello implica un carisma de servicio a los hermanos (Respuesta del
capítulo 4).
CAPÍTULO PRIMERO:
En
el umbral de la morada más profunda (Trata de mercedes grandes que hace Dios a las almas que han llegado a entrar
en estas moradas). Comenzar leyendo el párrafo #1 de este capítulo, que es
como el pórtico de esta morada última: parecería que todo ya está dicho, pero
queda mucho por decir, porque la grandeza de Dios no tiene término, y tampoco
sus obras. Todo el deseo de Teresa es que se conozcan las misericordias de Dios
con las almas, y anima a sus hermanas a celebrar este “matrimonio espiritual” que tantos bienes trae consigo.
En
el #3, dice Teresa que Dios mete al alma en su morada, la séptima, luego de lo
que esta ha padecido por su deseo, habiéndola ya tomado por Esposa; “porque, así como la tiene en el cielo, debe tener en
el alma una estancia adonde solo su majestad mora, y digamos: otro cielo.
Porque nos importa mucho, hermanas que no entendamos es el alma alguna cosa
oscura… (Hay un Sol de Justicia en ella dándole el ser)… sino un mundo interior adonde caben tantas y tan
lindas moradas como habéis visto”.
En el #6 narra una profunda
experiencia trinitaria: “se
le muestra la Santísima Trinidad, todas Tres Personas…una nube de grandísima
claridad… entiende con grandísima claridad ser todas tres personas una
sustancia y un poder y un saber y un solo Dios”. Pero se atreve a decir más: “De manera que
lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista,
aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión
imaginaria. Aquí se le comunican todas
Tres Personas y le hablan, y le dan a entender aquellas palabras que dice el
Evangelio que dijo el Señor: que vendría Él y el Padre y el Espíritu Santo a
morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos (Jn 14,23)”.
Y Teresa dice que le espanta ver que esa presencia trinitaria se ha quedado en
ella, que sigue en su interior, en lo más hondo, aunque no sabe explicar cómo,
porque no tiene letras… “pero siente en sí esta divina compañía”.
En otro lugar (Relaciones 45) describe esta realidad diciendo que se
experimenta a sí misma “como una esponja
que embebe el agua en sí”; esta imagen de la esponja sumergida en el agua
de lo divino tiene carta de ciudadanía en la tradición espiritual cristiana.
De esta experiencia, deriva una manera de vida, que
Teresa apunta aquí con rasgos sueltos: estado de asombro y estupor como
el que mira la realidad con ojos nuevos; crece la capacidad de admiración ante
las personas, acontecimientos, percibiendo lo divino debajo de lo cotidiano;
siente siempre esa Divina Compañía en el interior de su alma; mayor dinamismo
en el hacer y servir; vinculación de lo presente con lo escatológico (8): “tiene gran
confianza que no la dejará Dios”.
CAPÍTULO SEGUNDO:
Nuestro
vivir es Cristo (Dice la
diferencia que hay de unión espiritual a matrimonio espiritual). Aquí se va
a tratar del “divino y espiritual matrimonio”, aunque precisa que esta merced no
se cumple a perfección mientras vivimos, pues si nos apartamos de Dios este
gran bien se pierde. En el #1 habla de transformación en Cristo, recordando su
propia experiencia, que ha narrado antes en la Relación 25. Aquí dice: “Se le representó
el Señor, acabando de comulgar, con la forma de gran resplandor y hermosura y
majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus
cosas tomase ella por suyas y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras
que son más para sentir que para decir” (Leer aquí también el texto
de Relaciones 25).
Teresa aquí nos adentra aun más en lo hondo
del castillo del alma, es decir, de nuestra vida de gracia, y nos muestra la
santidad, no tanto a nivel ético, cuanto teologal: misterio de Dios en el hombre. Si antes trató el aspecto trinitario
(Inhabitación), ahora pone el foco en el aspecto cristológico de esta fase
cimera de la vida, en la que finalmente se pone de manifiesto que “nuestra vida es Cristo”. Que en última
instancia la vida cristiana no consiste en una mera relación o imitación o
seguimiento de Jesús, sino en una compenetración de las dos vidas, la de
Él y la nuestra, y esto por una unión misteriosa de ambas vidas y ambas
personas (Gálatas 2,20). (Ver aquí texto de Tomás, página 278).
En el #3 describe esta experiencia, citamos
algunas imágenes: Pasa esta secreta unión en el centro muy interior del alma,
que debe ser adonde está el mismo Dios, y a mi parecer, no necesita puerta para entrar…se aparece en este centro del
alma sin visión imaginaria, sino intelectual, aunque más delicada que las
dichas, como se apareció a los apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les
dijo: paz a ustedes. Es un secreto tan grande y una
merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante y el
grandísimo deleite que siente el alma que no sé a qué compararlo, sino a que quiere manifestarle por aquel momento la gloria que hay
en el cielo… Queda el alma hecha una cosa con Dios… de tal manera ha
querido juntarse con la criatura que ya no se
quiere apartar de ella.
En el #4 explica la diferencia entre unión y
desposorio con el matrimonio espiritual: aquellos son momentos que luego pasan,
y este último es permanente: “Siempre queda el alma con su Dios en el centro”,
y pone ejemplos. Es aquí, dice (#5) donde la mariposilla muere, y con
grandísimo gozo, porque su vida ya es Cristo. Cristo es como un espejo en el
que contemplamos nuestra imagen esculpida (#8); este texto debe leerse en
paralelo con Vida 40,5, que es el texto cristológico cumbre de ese libro.
Los efectos de esta experiencia sobre la
persona (#s 9/11): No hay movimientos en
el alma, potencias e imaginación, que la perjudiquen o quiten su paz; parece
está el alma en seguridad, pero ella no se tiene por segura y anda con mucho
más temor que antes, guardándose mucho de ofender a Dios, pero no deja de haber
tiempos de guerra, trabajo y fatigas, más no quitan la paz ni mueven de lugar.
Tiene grandes deseos de servirle, y el
hacer penitencia le causa deleite. Es como el árbol que está su raíz en las
corrientes de aguas, y está más fresco y da más fruto.
Leer
el #11 íntegro (comparación final). La vida, aun en esta postrera morada, sigue
siendo riesgo, pero este estado hace que amemos la cruz, cuya presencia resulta
ineludible. Teresa ha recorrido un largo camino para terminar con un Cristo
interior, instalado en el centro orbital de su espíritu y de su vida, y lo
reafirma, diciendo: “Piensen lo que quieran: todo es verdad lo que he dicho”
(#11).