Lo que domina en la liturgia de este día es la cruz, signo de dolor, de humillación y de amor, de victoria y de salvación. Se recomienda celebrar la Pasión del Señor entre las tres y las cinco de la tarde, aunque las exigencias pastorales podrían obligar a celebrarla más tarde.
En este rito se distinguen tres momentos: 1. Liturgia de la Palabra, 2. Adoración de la cruz, y 3. Sagrada comunión. El altar debe estar completamente desnudo: sin cruz, sin candelabros y sin manteles. Lo mismo que el Jueves Santo no puede darse hoy la comunión fuera de la celebración, excepto a los enfermos. El color litúrgico es el rojo, porque celebramos al Rey de los mártires. No debe haber cambios de ornamentos por parte de sacerdotes o acólitos; deben revestirse desde el principio como si fuesen a celebrar misa.
RITO DE ENTRADA: Comienza la celebración con una procesión silenciosa, del sacerdote y los ministros, hacia el presbiterio, sin canto de entrada. Llegado ante el altar el sacerdote puede postrarse o hacer una genuflexión, y ya en el altar, de cara al pueblo, arrodillarse unos minutos, invitando a todos a orar en silencio.
LITURGIA DE LA PALABRA: En este día también se lee el Evangelio de la pasión, siempre el de Juan, así como dos lecturas y un salmo previamente. No se inciensa el evangeliario, ni se dice tampoco: El Señor este con ustedes, ni se signa el libro. En la lectura de la pasión pueden intervenir varios lectores, si los hay adecuados. En caso de que haga homilía, esta debe ser muy breve.
Luergo viene la ORACIÓN UNIVERSAL, en la que el pueblo, ejercitando su caracter sacerdotal, ruega por todos. Entre una y otra pres, debe hacerse un momento de silencio, evitando toda prisa o rutina.
A continuación se hace la ADORACIÓN DE LA CRUZ, con una procesión inicial desde el fondo del templo, y luego los fieles se acercan para adorarla, en silencio o con un canto apropiado.
La celebración termina con la COMUNIÓN: se prepara entonces el altar, colocando un mantel sobre él, el corporal y el libro del altar. Se trae el Santísimo desde el monumento, el sacerdote con dos ministros que llevan candelabros encendidos. No hay signo de paz.
Una vez terminada la comunión se lleva las hostias que han quedado a una capilla privada o en todo caso al Sagrario.
Termina la celebración con la oración de bendición que el sacerdote hace sobre el pueblo, y todos se retiran en silencio.
Es importante recordar a los fieles que Cristo no está muerto, sino que celebramos liturgicamente su pasión y su muerte, para comprender y celebrar el misterio de nuestra salvación, que culmina con la Resurrección.